viernes, 29 de julio de 2011

Educación en libertad

Decía Carl Gustav Jung que sacrificamos sin reparos nuestra autonomía a una autoridad externa si con ello nos podemos ahorrar el dolor del autoconocimiento, los sufrimientos que conlleva nuestro crecimiento individual interior y nuestra responsabilidad personal.

Este pensamiento lo veo aplicable a muchísimos ámbitos de lo humano, el entorno, la sociedad y a todo ello en su inter-relación. Los miedos nos paralizan y de todos ellos, el miedo a lo desconocido es uno de los más peligrosos, con lo que la tendencia en ésta, nuestra sociedad, la de lo material por encima de lo espiritual y personal, es a hacer aquello que creemos que es lo correcto porque así nos lo han dicho, sin ni siquiera plantearnos si existen caminos diferentes, más coherentes con lo que somos y sucumbiendo finalmente a la zona segura, la del rebaño, que no es otra que aquella en la que otros deciden por nosotros, es decir, evadiendo la responsabilidad sobre nuestra vida, como si no fuera lo suficientemente importante. Claro que, con un poco de suerte y conciencia, podemos detectar en qué momento nos dejamos llevar y retomar las riendas de nuestra existencia; será un camino quizá más difícil pero más auténtico y gratificante.

Y sin duda alguna, esta reflexión la sitúo dentro la esfera de la educación, tal y como es entendida en general por el grueso del entramado social actual, totalmente delegada en terceras personas e instituciones, a las que otorgamos más poder e importancia que al propio entorno natural (por habitual) de los individuos "a educar". El tema da para tanto y es tan complejo que sólo pretendo dar pinceladas sobre algo que veo tan evidente en mi esquema mental personal, pero cargado de prejuicios desde el exterior, que es en realidad la sociedad en su conjunto. La idea original de la "educación universal" es buenísima, pero ha derivado en una cascada de automatismos no revisados, pero sí reconocidos como no operativos ni funcionales, y parece que pocos son los que advierten que algo grande falla. Tanto es así que cuando nos asustamos de las cifras de fracaso escolar tan elevadas, a nadie se le ocurre buscar la raíz del problema en el mismo origen, sino que se alude a tópicos como que "ya no hay valores" o "los niños de ahora..." o "los jóvenes de ahora...", expresiones vacías de contenido.

De todas formas, está mejor visto dejarse llevar que frenar y salirse de la fila. Es la dinámica del miedo y así funciona. Pero la escuela activa que defiende Rebeca Wild es justamente aquella compuesta por personas, individuos autodirigidos, sin distinción entre el adulto que sabe y dice por dónde hay que ir y qué hay que contestar y el niño/educando que se deja hacer. El mecanismo que se propone es mucho más simple y a la par más interesante, y los resultados que se obtienen son mucho mejores. Esos niños/educandos son personas más seguras, más conectadas con lo que sienten y desean, no tienen miedo de expresar y solicitar lo que necesitan, viven el respeto hacia lo ajeno con más naturalidad porque lo experimentaron en sus propias carnes, no son meros objetos a merced de las voluntades adultas y muestran tal interés natural por aprender que son capaces de desarrollar habilidades concretas para llegar a un conocimiento más profundo de aquello que van descubriendo. Es en un entorno libre donde las personas mostramos nuestro potencial más amplio y si desde bien pequeños somos adiestrados para no pensar, sino para engullir y asumir que debemos entrar por el aro, poco haremos por indagar, porque sentiremos que no merece ni merecemos la pena. La escuela que impera sirve para formar ciudadanos uniformados, obedientes y sumisos para con el orden social establecido, con todos sus matices y variantes. Pero formar a las personas desde sus inicios, no debería ser tarea de terceros, es la propia persona la que se forja con sus experiencias de vida y lo ideal es que el ambiente facilite el crecimiento a todos los niveles.

Pero como decía, esto son sólo pinceladas. Muchas ideas concretas ebullen en mi cabeza y en algún momento las contaré

miércoles, 20 de julio de 2011

La suerte del molinero

Juan nació en 1929 en un pequeño pueblo de Guadalajara y una de las cosas que más le gustan hoy en día es recapitular anécdotas de su infancia, contar sus vivencias y hablar de su tierra. Y a mí, que me interesan especialmente ciertas épocas, inocentemente le pregunté, hace bien poco, si retenía en la memoria alguna historia relativa al golpe militar de julio del 36, a la guerra y a la huida de republicanos al monte. Gratamente me sorprendió la claridad del recuerdo que evocó, y me gustó mucho el entusiasmo con el que contaba tantas cosas, como si se hubiera abierto ante sus ojos la "caja de la reminiscencia".

La primera historia que me relató fue la del molinero del pueblo, cuyo nombre no recordaba. Tranquilamente me fue describiendo la escena: un abuelo y su nieto, pastoreando un día cualquiera de aquel fatídico 1936, tras el alzamiento y ocupación de la zona por los "nacionales". Ambos están empacando paja, y se acerca corriendo el molinero, desesperado y perseguido por unos cuantos falangistas que pretenden deternerle y quién sabe qué más. El delito del molinero es ser republicano, obviamente. Todo debe transcurrir en muy poco tiempo. El abuelo Domingo no duda un instante y le ofrece su ayuda, se arriesga por él, y entiendo que en ese momento es consciente de que el destino de aquel hombre está en sus manos; no sé si sopesó los riesgos, pero lo cierto es que de forma inmediata, le cobija bajo un montón de paja.

Así, al rato, los "agentes" que le iban siguiendo los pasos, se topan con Domingo y su nieto Juan.

- ¿Vió Usted a alguien pasar por aquí?

- No, nadie... - se hace una pausa.- El caso es que ahora que lo dice, no me pregunte si fue persona o animal, pero algo ví correr por allí.- El abuelo señala en una dirección, posible y perfectamente creíble y así los falangistas le creen y se van. Ha sido fácil.

Contemplando la escena hay un niño de 7 años con la mirada asustada, y más allá de las interpretaciones que pueda hacer de la guerra y de la violencia, hay algo que supo entender: el silencio en aquel momento era vital para el molinero. Juan me contaba que su abuelo le había dicho algo así como que le cortaba la lengua si abría la boca. Una amenaza muy grande para alguien tan pequeño, en un momento de tensión extrema; pero yo prefiero pensar que Juan pudo captar sin problema lo que estaba sucediendo.

Aquel molinero pudo escapar en aquella ocasión. Desconozco el resto de su aventura, pero sin duda, la trama es muy estremecedora en sí misma, pues pone de manifiesto la solidaridad de Domingo y la complicidad y confianza en su nieto Juan.

Muchas más anécdotas me ha contado Juan, pero eso lo dejo para otras ocasiones.


sábado, 16 de julio de 2011

Plato del día o el arte del relleno

Me chifla el humor y me encanta la cocina. La cocina es para mí tan importante y tan agradable que resulta relativamente sencillo vincularla al ingenio de la risa en la vida cotidiana. Por eso al conocer esta preparación tan especial, de un cocinillas también especial, no me he podido resistir a copiarla aquí.

Angulas rellenas de cordero

por Maikel Febrero

Precio: elevado
Duración: elevada
Dificultad: cocineros nivel "dios"

Ingredientes:

1 cordero lechal de no más de ocho dias originario de Lastur
2000 angulas de Aginaga pescadas en noche de luna llena con eclipse parcial
250 gramos de nata hecha con leche de vacas del Pirineo
3 dientes de ajo de Brasov
2 guindillas de Juárez
5 decilitros de aceite de oliva jerezano de primera prensada

Preparación

1. En un horno de leña de un antiguo molino hacemos fuego con roble tibetano, colocamos el cordero limpio en una vasija de barro de damasco y lo dejamos 28 minutos sobre las brasas hasta que esté hecho.


2. Con un bisturí y mucho cuidado deshuesamos el cordero hasta dejar la carne por un lado y los huesos por otro.

3. Echamos la carne a la Thermomix ( no tenéis, pues os la compráis, ya os he dicho que era un plato caro) junto con la nata y batimos hasta conseguir una masa con la textura de un sorbete de limón.

4. Cogemos las angulas y una lupa y buscamos los ojos; bien, una vez encontrados sabemos que en el otro lado está el culo, cogemos un aguja de coser y la introducimos en el orto un milimetro nada más y damos vueltas con mucho cuidado en el sentido de las agujas del reloj hasta ensanchar el citado agujero lo suficiente como para meter una pajita de las de beber coca-cola, a la que habremos acoplado previamente una manga pastelera.


5. En la manga pastelera pondremos nuestra pasta de cordero e introduciendo la pajita en el culo de la angula iremos rellenando con mucho ciudado hasta que veamos que la angula tiene los ojos como Hommer Simpson.


6. En una sartén calentamos el aceite y añadimos los ajos picaditos y las guindillas; cuando el ajo esté dorado añadimos las angulas y las salteamos con cuidado de que no se les caigan los ojos y et voilá, ya tenemos nuestras angulas rellenas de cordero.



lunes, 11 de julio de 2011

El agujero negro del exilio

Ando últimamente inmersa en profundizar más en las páginas negras de la Historia, y de siempre he sentido interés, como otros muchos, por la sangrienta Guerra Civil, y sobre todo por la post-guerra. El caso es que el otro día me topé con una serie de fotografías que me dejaron helada; nunca fue tan verdad aquello de que una imagen vale más que mil palabras. De todas ellas, se me quedó grabada en la retina y la conciencia una en concreto, la que reproduzco aquí.


Se me hace muy duro contemplar como si de una exposición se tratara, fotografías tan gestuales como ésta. Cruzar los Pirineos se convirtió en una urgencia. Huir a través de las montañas en pleno invierno, resistiendo la nieve y el frío es una hazaña en sí misma. Hoy día es impensable echarse al monte con lo puesto, y de entre los miles de exiliados, muchos de los que llegaron a Francia, lo hicieron a pie, en condiciones pésimas para emprender tan espantoso viaje, incluso despojándose de las pocas pertenencias que les quedaban, por proseguir el camino.

Por ellos, por los que perdieron lo que tenían, por los que no pudieron regresar y por los que al volver encontraron algo desconocido, va este poema de Luis Cernuda, exiliado del franquismo a México.


¿Volver? Vuelva el que tenga
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Itaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.