jueves, 29 de diciembre de 2011

El viaje interior

Una cosa es lo que creemos que debemos hacer y otra bien distinta lo que nos conviene. Por muy complicado y doloroso que sea, hemos de liberarnos de ciertas creencias y hábitos que nos han sido impuestos desde el exterior y empezar a guiarnos por nuestra propia experiencia interna. Prueba de nuestro actual estado de confusión es que solemos creer que la felicidad es una meta, algo externo a nosotros. Pero la felicidad es más bien una consecuencia de nuestro trabajo interior: nos abraza cuando entramos en contacto con nuestra esencia y, a partir de ella, sentimos paz y armonía, dos cualidades inherentes a nuestra condición humana.

Debido a la agitación y al estrés a los que solemos estar sometidos, nos hemos olvidado de cuidar nuestra mente. Perdemos la plena consciencia de nosotros mismos y vivimos en el llamado estado de vigilia, en el que funcionamos con el piloto automático. Y así, poco a poco nos convertimos en víctimas de nuestra propia ignorancia e inconsciencia, padeciendo las exigencias de nuestra personalidad, ego o falso yo, que damos por supuesto que es nuestra verdadera identidad. Y en ese estado, malvivimos reaccionando impulsivamente a los estímulos externos, provocándonos todo tipo de emociones negativas, que poco a poco nos envenenan.... Desidentificarse de este falso yo pasa irremediablemente por controlar nuestra mente y hacernos plenamente conscientes en todo momento de nosotros mismos. Porque, al observarnos a nosotros mismos, empezamos a cultivar la atención consciente, que nos permite controlar las conductas impulsivas -y automáticas- asociadas a nuestro tipo de personalidad.

No plantarle cara a nuestra mente es un error que tarde o temprano se acaba pagando: si obviamos resolver el problema con nosotros mismos mediante el escapismo constante, nuestra existencia puede convertirse en  una insatisfacción crónica. Es precisamente entonces cuando algunos afirman que la vida no tiene ningún sentido o que el sufrimiento es el rasgo distintivo de la condición humana.

Y no es para menos: la energía que dedicamos a las diferentes metas externas como el dinero, el poder, el éxito, la belleza etc, la dejamos de invertir en recuperar el contacto con nuestra esencia y hacernos cada vez más conscientes. Y cualquiera que se sienta solo -que no es lo mismo que estarlo-, no puede experimentar el gozo de ser feliz. Más bien tenderá hacia la tristeza y la depresión. En vez de centrar nuestra energía en transformar la realidad externa, que no depende de nosotros, podemos empezar a trabajar en pos de nuestra propia transformación. De ahí la necesidad de mirar hacia nuestro interior; y de ahí la importancia de comprometernos con nuestro desarrollo personal.
Extracto del libro "Encantado de conocerme" de Borja Vilaseca

domingo, 11 de diciembre de 2011

El parto y la Navidad

La Navidad Interior, por Laura Gutman

Las Navidades se han convertido en una agotadora carrera de compras masivas de computadoras, teléfonos celulares, cámaras digitales, i-phone, i-pod, y algún que otro juguete de plástico entre tanta tecnología. Las principales invitadas a la fiesta son las tarjetas de crédito, que se desangran en su afán por llenar todos los vacíos existenciales. Comemos hasta el hartazgo, discutimos con qué parte de la familia pasaremos las fiestas, abrimos los regalos entre llantos de niños desbordados…y terminamos desahuciados después de la terrible maratón.

Más profundamente, cada mes de diciembre compartimos el ritual de recordar una vivencia sencilla y extraordinaria: la historia de una madre que atravesó su parto en medio de la naturaleza, entre sus cabras, sus asnos y sus bueyes, amparada por un hombre llamado José. Según algunos textos, José partió en busca de la partera pero cuando ésta llegó, Jesús ya había nacido. La mujer al mirar la escena exclamó: “Ese niño que apenas nacido ya toma el pecho de su madre, se convertirá en un hombre que juzgará según el Amor y no según la Ley”. Esa preciosa criatura fue recibida en una atmósfera sagrada, con el calor del establo y bajo el éxtasis de la mirada amorosa de su madre. Dos mil años más tarde aún estamos festejando el nacimiento de un niño en buenas condiciones y reverenciando el milagro de la vida.

Pensándolo así, la Navidad debería ser la ocasión para rendir tributo a cada nuevo nacimiento de bebés cuidados y acariciados. Estos niños se convertirán en una generación de hombres y mujeres que traerán sabiduría y paz interior a los seres humanos. Por eso, decidamos si nos importa tanto seguir consumiendo frenéticamente alimentando la nada, o si es el momento de aportar algo de claridad, apoyo y cariño a cada mujer lista para parir, nutriendo el futuro.