jueves, 29 de diciembre de 2011

El viaje interior

Una cosa es lo que creemos que debemos hacer y otra bien distinta lo que nos conviene. Por muy complicado y doloroso que sea, hemos de liberarnos de ciertas creencias y hábitos que nos han sido impuestos desde el exterior y empezar a guiarnos por nuestra propia experiencia interna. Prueba de nuestro actual estado de confusión es que solemos creer que la felicidad es una meta, algo externo a nosotros. Pero la felicidad es más bien una consecuencia de nuestro trabajo interior: nos abraza cuando entramos en contacto con nuestra esencia y, a partir de ella, sentimos paz y armonía, dos cualidades inherentes a nuestra condición humana.

Debido a la agitación y al estrés a los que solemos estar sometidos, nos hemos olvidado de cuidar nuestra mente. Perdemos la plena consciencia de nosotros mismos y vivimos en el llamado estado de vigilia, en el que funcionamos con el piloto automático. Y así, poco a poco nos convertimos en víctimas de nuestra propia ignorancia e inconsciencia, padeciendo las exigencias de nuestra personalidad, ego o falso yo, que damos por supuesto que es nuestra verdadera identidad. Y en ese estado, malvivimos reaccionando impulsivamente a los estímulos externos, provocándonos todo tipo de emociones negativas, que poco a poco nos envenenan.... Desidentificarse de este falso yo pasa irremediablemente por controlar nuestra mente y hacernos plenamente conscientes en todo momento de nosotros mismos. Porque, al observarnos a nosotros mismos, empezamos a cultivar la atención consciente, que nos permite controlar las conductas impulsivas -y automáticas- asociadas a nuestro tipo de personalidad.

No plantarle cara a nuestra mente es un error que tarde o temprano se acaba pagando: si obviamos resolver el problema con nosotros mismos mediante el escapismo constante, nuestra existencia puede convertirse en  una insatisfacción crónica. Es precisamente entonces cuando algunos afirman que la vida no tiene ningún sentido o que el sufrimiento es el rasgo distintivo de la condición humana.

Y no es para menos: la energía que dedicamos a las diferentes metas externas como el dinero, el poder, el éxito, la belleza etc, la dejamos de invertir en recuperar el contacto con nuestra esencia y hacernos cada vez más conscientes. Y cualquiera que se sienta solo -que no es lo mismo que estarlo-, no puede experimentar el gozo de ser feliz. Más bien tenderá hacia la tristeza y la depresión. En vez de centrar nuestra energía en transformar la realidad externa, que no depende de nosotros, podemos empezar a trabajar en pos de nuestra propia transformación. De ahí la necesidad de mirar hacia nuestro interior; y de ahí la importancia de comprometernos con nuestro desarrollo personal.
Extracto del libro "Encantado de conocerme" de Borja Vilaseca

domingo, 11 de diciembre de 2011

El parto y la Navidad

La Navidad Interior, por Laura Gutman

Las Navidades se han convertido en una agotadora carrera de compras masivas de computadoras, teléfonos celulares, cámaras digitales, i-phone, i-pod, y algún que otro juguete de plástico entre tanta tecnología. Las principales invitadas a la fiesta son las tarjetas de crédito, que se desangran en su afán por llenar todos los vacíos existenciales. Comemos hasta el hartazgo, discutimos con qué parte de la familia pasaremos las fiestas, abrimos los regalos entre llantos de niños desbordados…y terminamos desahuciados después de la terrible maratón.

Más profundamente, cada mes de diciembre compartimos el ritual de recordar una vivencia sencilla y extraordinaria: la historia de una madre que atravesó su parto en medio de la naturaleza, entre sus cabras, sus asnos y sus bueyes, amparada por un hombre llamado José. Según algunos textos, José partió en busca de la partera pero cuando ésta llegó, Jesús ya había nacido. La mujer al mirar la escena exclamó: “Ese niño que apenas nacido ya toma el pecho de su madre, se convertirá en un hombre que juzgará según el Amor y no según la Ley”. Esa preciosa criatura fue recibida en una atmósfera sagrada, con el calor del establo y bajo el éxtasis de la mirada amorosa de su madre. Dos mil años más tarde aún estamos festejando el nacimiento de un niño en buenas condiciones y reverenciando el milagro de la vida.

Pensándolo así, la Navidad debería ser la ocasión para rendir tributo a cada nuevo nacimiento de bebés cuidados y acariciados. Estos niños se convertirán en una generación de hombres y mujeres que traerán sabiduría y paz interior a los seres humanos. Por eso, decidamos si nos importa tanto seguir consumiendo frenéticamente alimentando la nada, o si es el momento de aportar algo de claridad, apoyo y cariño a cada mujer lista para parir, nutriendo el futuro.

viernes, 18 de noviembre de 2011

¿Qué es lo que me mueven?

Gael se acerca con su paso firme e inseguro galleta en mano con su pequeňa boca pintada de chocolate, me sonríe y yo siento un hormigueo en el alma, me ofrece ese delicioso manjar aderezado con sus dulces babas y yo no he probado nada más rico en mi vida. Me es imposible describir todo lo que me sube, todo lo que me baja, lo que me atraviesa por entero cuando descubro lo que le provoca a él que acepte su regalo. Disfruto con su andar de tentetieso, de sus avances día a día, sus paseos con la sonrisa perenne alrededor de la cocina, y su cara de asombro ante nuevas sensaciones. Es maravilloso poder reconocerme en él y hacer revivir a mi niña interior; algo tan especial nos une que no es fácil describir.

Recojo de "El Saltamontes" a Alvaro, y me cuenta una de las compañeras del proyecto que mi rubiete esta mañana ha tenido dos momentos importantes y preciosos. En el primero, con su lengua aún de trapo describía su sueño de esta noche: "estaba con mamá, porque la quiero mucho". Sin poder contenerme comienza el llanto emotivo y alegre por mi parte. El otro detalle ha sido para con su abuelo; "las nubes han tapado la Montaña de los Abuelos, y no le veo", y a mí me reconforta tanto saber que la perpetuidad de mi padre también la manifiesta él, que el llanto se reaviva.



Estos son sólo dos momentos de un día cualquiera. Y cada día me doy más cuenta del valor incalculable de lo que me dan mis hijos. Porque además lo percibo como un reflejo de lo que reciben ellos de mí y eso me hace sentir muy bien, poderosa, amorosa y responsable. Ser consciente de cuánto le importas a alguien es fundamental y en este momento siento que todo cobra sentido...

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Entrar en tinieblas

Esto es el cuento de nunca acabar. Parece que al hacer un punto y seguido inconscientemente piensas que está todo hecho y te relajas, aunque positivamente sabes que eso sencillamente es imposible... y sin embargo, pasa el tiempo, todo va cambiando y te das otra vez de bruces con algo indescriptible que se manifiesta de forma imprecisa y que hace que te tambalees. Cierto es que lo encaras de manera diferente, pero también es verdad que no es menos inquietante enfrentarte de nuevo a los fantasmas, los conocidos y los desconocidos. Porque nunca se alejan del todo y porque a veces las alertas se duermen y es entonces cuando sientes que tienes que hacer algo, algo concreto pero por descubrir a la vez, y necesitas hacerlo ya. Los detonantes son tan simples que es imposible detectarlos a veces. Otras son tan evidentes, que ni siquiera les otorgamos el valor que tienen. 

Así que voy a ello...

Voy a bucear. Primero tengo que recordar algunos detalles técnicos, pero espero volver a descubrir un mundo diferente, espero desenterrar tesoros desconocidos y olvidados y con ello entender por qué la superficie tiene este color. Y sobre todo, por qué ese color a mí me parece que cambia y no me deja ver el fondo.

Vuelvo pues,  a la introspección y a por todas, armada de valor y muerta de miedo a la vez, porque esto es un nuevo punto de inflexión importante y porque ahora caigo en la cuenta de aquello que tanto trabajé en su momento sin llegar a integrar en realidad: todo es revisable; tenemos (y tengo) el derecho a revisar y revalidar los pilares de nuestra vida. Porque bien vale la pena hacerlo, primero por uno mismo, y por extensión, por los demás. 

Ya me he puesto el traje de neopreno; mira que cuesta hacerlo, pero hecho ésto, ya sólo me queda ir a por las botellas y lanzarme. En mi bautismo buceador, me cargué con demasiado plomo y aprendí a liberarme y a respirar de forma más pausada. Seguro que ahora volveré a llevar demasiado, sólo que tengo la certeza de que se aligera uno y hay salida. Nos vemos luego.

viernes, 28 de octubre de 2011

Hoy empieza todo

Estoy atareada ultimando los preparativos de mi último viaje y entre pensamientos que van y vienen, de repente me digo a mí misma: "hoy se me olvidó llamar a mi padre". Siento que me desplomo en la cama y caigo en la cuenta de lo que me ha ocurrido. Acabo de confirmar que no me creo aún lo que pasó hace algunos días. Es ahora cuando empieza el verdadero camino de toma de conciencia de que mi padre no está aquí, que no volveremos a vernos, que no volveremos a compartir una comida o un vino, que no estará presente en el inmediato cumpleaños de su nieto pequeño...



Es ahora cuando pienso en la paradójica alegría que siento por haber sido capaz de abrirme a él en estos últimos años, que escuché la historia que tenía que contarme y que él hizo lo mismo con la mía, nos conocinos más en profundidad al fin, como dos adultos que éramos, recuperé a mi niña interior y con ello rememoramos juntos otras épocas, nos respetamos y nos quisimos tal cual somos y como nunca. Para mí ha sido muy importante conocer la nueva dimensión en la que nos movíamos y sentir una armonía que parecía irrecuperable entre nosotros, también con la vida, la propia y la compartida con él.

Porque su último suspiro fue desgarrador, pero lo hizo acompañado, me siento contenta. Y aunque entre luz aparezcan tinieblas de vez en cuando, puedo decir que estoy en paz conmigo y en paz con él. Y no me quito de la cabeza su imagen más bonita, la del padre joven y jovial  que demostró tener una fortaleza interior y unas ganas de vivir que incluso él desconocía. Tras limar nuestros desencuentros, lo que estaba relegado a mis catacumbas personales emerge, sana y se transforma en lo que fue después: una relación sincera, de tú a tú, porque en los últimos años pude contarle lo que no me atreví a relatar con anterioridad porque yo misma lo desestimaba sin saber muy bien la razón escondida... y eso nos ha unido para siempre.

Papá, entre nosotros... gracias por esa oportunidad y por esperarme hasta el final. Alvaro te ve cada día en la Montaña de los Abuelos y a mí me encanta sentirte vivo en mis hijos y en mí.


sábado, 24 de septiembre de 2011

¿Estamos preparados?

¿Cómo se prepara algo en lo que no pones ninguna ilusión? ... Es evidente que cuando algo no te apetece, no te esmeras. Pero hay temas tan profundos e importantes, que por poco que apetezcan, no queda más remedio que enfrentarlos. Y lo mejor en ese caso, es pensar que no lo haces sólo por tí.

Llevo unos días reflexionando acerca de cómo enfrentar lo que va a ocurrir sin remedio en un tiempo no muy lejano. Sobre qué puedo hacer o decir, y sobre todo cómo podría ayudar a mi padre a dejarse llevar y prepararse para lo que sin duda tampoco quiere. Verle la cara a la muerte de cerca debe ser muy jodido; aunque todos pasaremos por ello en algún momento, la trascendencia del hecho es muy grande y me pregunto si lo tendríamos más fácil si creyéramos en algo más allá de lo que el mundo es para nosotros. Y hablo en plural porque mi padre y yo tenemos la misma visión terrenal de lo que es la vida y estamos seguros de que más allá de ella, no hay nada. Claro que este es otro tema de una profundidad tan abismal que habría que sacar el abanico de matices, porque eso no quiere decir que no haya detrás nada de espiritualidad en cada uno de nosotros.

Y volviendo a mi desahogo inicial, siento que se me agolpan en la cabeza cosas que quiero decirle, sin caer en dramatismos, cosas que quiero que tengamos muy claras los dos, perfilar nuestro recorrido en común, sea como haya sido... El ya lo está haciendo, aunque se niegue en redondo a aceptar lo que sin duda en sus adentros más íntimos ya sabe. Me pide fotografías... en algún momento leí que cuando alguien en fase terminal solicita tal cosa, es que está preparado para el desenlace. Me reconforta pensar que está encontrando su equilibrio personal en todo ésto, aunque en ocasiones salte su instinto de supervivencia y su esperanza se eleve al máximo, aquella que he visto que afortunadamente no pierde nunca.

Yo no sé si podré ayudarle de alguna manera especial; de lo que no tengo ninguna duda es de que él ya lo está haciendo, mostrándome un camino desconocido y dejándome acompañarle con una serenidad que desconocía entre los dos. Eso me ayudará a crecer aún más, a evolucionar y a vivir la conciencia del instante. Y la perpetuación de su esencia ya la tiene, en mí, en mis hijos y en la historia de nuestra relación.

La muerte no es más
que la muerte del otro.
Tan sólo morimos,
por así decirlo,
a través de un intermediario.
Siempre nos imaginamos en el otro
la representación de
nuestra propia muerte.
¿Pero soy lo bastante libre de amar
para aceptar la muerte del otro
como si fuese mi propia muerte,
y para anticipar mi muerte
por medio de la del otro?

Jean Debruynne

viernes, 16 de septiembre de 2011

Comienza El Saltamontes

Estoy emocionada. Veo cómo poco a poco se van materializando aquellas cosas en las que creo profundamente y me reconforta mucho comprobar que todo lo que uno se proponga es posible, y que existen otras maneras, que no es necesario rendirse, y que si crees en algo porque te lo dice tu intuición, debes encontrar la fórmula para llevarlo a cabo.

Alvaro crece y aquel gusanillo del que oí hablar en cierta ocasión, referente a la educación institucionalizada o no de los niños, y que yo sentía como si hubiera convivido conmigo en estado de latencia, se está dejando ver y me muestra con una claridad pasmosa cuál es el camino que más se parece al que él se va labrando con su propio crecimiento. Y en la primera semana que ha pasado en el grupo de juego en la Naturaleza "El Saltamontes", le he visto con su energía y alegría de siempre, canalizadas de diferentes maneras. Me encanta verle desenvolverse en el monte, con sus compañeros de juegos, la figura del educador-acompañante y el resto de la comandilla. Fluye en el grupo algo difícil de explicar con palabras, una armonía y unas ganas de mejorar cada día a través del cuestionamiento continuo, que me siento afortunada de formar parte de este gran proyecto que es el Bosque Escuela "El Saltamontes".



Creo de verdad que ésto sí que es un verdadero aprendizaje de lo que es la vida en sí, algo que hemos olvidado y que no dejamos ver a los niños, cómo es el mundo en origen, cómo es la Naturaleza y qué nos puede aportar si intentamos vivir en armonía con ella, como parte integrante de ella. Es increíble lo que puede dar de sí una simple huella, una piña roída por una ardilla o una piedra por la que trepar. Y además, en consonancia con la filosofía del grupo, comprobar cómo funciona la espontaneidad de los niños y cómo esa espontaneidad y curiosidad natural derivan en temas concretos, es muy enriquecedor y nos da muchas pistas de cara a nuestro propio futuro.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Yo soy yo

La Autoestima, por Virginia Satir

En todo el mundo, no hay nadie exactamente como yo.
Hay personas que tienen algunas partes en que se parecen a mí,
pero nadie es idéntico a mí, por lo tanto, todo lo que sale de mí
es auténticamente mío porque yo sola lo elegí.

Todo lo mío me pertenece -mi cuerpo, incluyendo todo lo que éste hace;
mi mente, incluyendo todos sus pensamientos e ideas;
mis ojos, incluyendo las imágenes que perciben;
mis sentimientos, cualesquiera que éstos puedan ser:
coraje, alegría, frustración, amor, desilusión, excitación;
mi boca y todas las palabras que salgan de ella,
agradables, dulces o bruscas, justas o injustas;
mi voz, fuerte o suave;
y todos mis actos, sean éstos para otros o para mí misma.

Me pertenecen mis fantasías, mis sueños, mis esperanzas, mis temores.
Me pertenecen todos mis triunfos y éxitos, todos mis fracasos y errores.
Porque todo lo mío me pertenece,
puedo llegar a familiarizarme íntimamente conmigo misma.
Y al hacer ésto, puedo amarme y aceptarme,
y aceptar todas las partes de mi cuerpo.

Entonces puedo hacer posible que todo lo que me pertenece
trabaje para lograr lo mejor de mí.
Sé que hay aspectos de mí misma que me confunden, y otros que no conozco.
Pero mientras me conozca y me ame,
puedo buscar valerosamente y con esperanza la solución a mis confusiones
y la forma de conocerme más.
Cualquiera que sea mi apariencia y mi expresión, lo que diga o haga,
lo que piense y sienta en un momento detreminado, soy yo.
Esto es auténtico y representa dónde estoy en ese momento.

Cuando más adelante analice mi apariencia y mi expresión,
lo que dije o hice, y cómo pensé y sentí, algo parecerá no encajar.
Puedo descartar lo que parece no encajar, y conservar lo que sí encajó,
e idear algo nuevo para reemplazar lo que descarté.
Puedo ver, oír, sentir, pensar, hablar y actuar.
Tengo los instrumentos para sobrevivir, para acercarme a los demás,
para ser productiva y para ser coherente y apartar de mi mundo
a las personas y cosas ajenas a mí.

Me pertenezco y por tanto puedo manejarme.
Yo soy yo y yo estoy bien.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Algo se me va

Como en una película cruzan mi cabeza imágenes de otros momentos ya lejanos, recuerdos inconscientes se evidencian ahora; le recuerdo, entre otras situaciones, jugando al fútbol con su equipo, tan joven y ágil, tan flaco y guapo, quizá porque es así como quiero recordarle y también porque quizá se haga menos dolorosa la contemplación de su decadencia. Reflexiono acerca de la transformación tan profunda que sufrimos a lo largo de la vida, a todos los niveles, pero sobre todo no me explico por qué hay finales tan crueles.

Me pregunto en este instante de dónde saco la fortaleza  para acompañarle sin venirme abajo. Porque yo he de reconocer que no tengo (aún) asumido ni interiorizado aquello de aceptar nuestra naturaleza transitoria y así darle mayor sentido a la vida. Quizá porque la presencia de mi hijo pequeño ha conseguido hoy arrancarle más de una sonrisa, aquellas que últimamente no tiene. Alguna energía le transmite que le beneficia y paradójicamente, uno está a punto de echar a andar y el otro lo ha dejado de hacer ya...

A mi padre y a mí nos une mucho la política y hemos disertado bastante del tema. Y hoy me ha pedido que me lleve todos sus libros donde están sus referentes ideológicos. Y mientras los ojeo y los coloco, no puedo dejar de llorar por lo que fue y es.

sábado, 20 de agosto de 2011

Carteles de la Guerra Civil: LEED

Estoy haciendo una revisión de carteles de la Guerra Civil que están catalogados en unos libros fantásticos que me ha prestado mi padre. Algunos de ellos son sumamente interesantes y originales; por lo general, van cargados de mensaje y su sentido en el contexto histórico está más que justificado. Como huelga decir que aquella época fue, entre otras, quizá la más negra de todas, tan sólo me gustaría mostrar las imágenes de los carteles sin apenas comentarios adicionales. Me encantaría poder ver alguno en su formato original, pero ésto es con lo que cuento ahora.

Este con el que empiezo la serie, me llama particularmente la atención. Como siempre, la mejor arma es la cultura y el conocimiento. Cómo se consiga es ya otro tema.


jueves, 18 de agosto de 2011

El velo islámico y la sexualidad

Esta entrada es un extracto de un artículo publicado por la gran Casilda Rodrigáñez hace un año titulado "Lo que se oculta tras la cuestión del velo islámico". Me encanta la capacidad analítica y reflexiva de esta autora en todos sus escritos, pero rescato precisamente éste ahora porque el tema me toca la fibra de manera personal.

¿Por qué la polémica sobre el velo islámico ha sido desatada por los grupos más xenófobos de extrema derecha (recordemos que empezó el famoso alcalde de Vic), los mismos que veneran un paradigma de mujer casi siempre tocada con velo (la virgen María, etc)? ¿Por qué el velo de la madre Teresa de Calcuta , por poner un ejemplo, no se considera un atentado a la dignidad de la mujer y en cambio el de la mujer islámica sí? ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué es lo que explica la actual persecución del velo islámico?

Mi modesta opinión es que detrás de la prohibición del velo islámico se cuece y se oculta una política de choque de civilizaciones, adobada en islamofobia. A su vez, tras la islamofobia, que es una pieza de la estrategia del nuevo orden mundial puesta en marcha tras la caída del muro de Berlín, hará unos 20 años, se oculta otra cosa además de la conquista del petróleo. La importancia y el alcance político de lo que se cuece y se oculta detrás de la polémica sobre el velo islámico es lo que se cuece y oculta en el cuerpo de la mujer que se tapa con él: su sexualidad prohibida.

Decía Cervantes, en la famosa arenga del Quijote a los cabreros, que las mujeres en la edad de oro (es decir, antes del patriarcado y de la sociedad esclavista) andaban "en trenza y en cabello", es decir, destocadas, y sin riesgo de que la lujuria alguna pudiera ofenderlas. Hace poco leí también un artículo sobre los Mosuo, el pueblo matrifocal del sur de China, uno de los pocos que perviven en el que las relaciones de parentesco no se basan en el matrimonio y gozan de libertad sexual, en el que la articulista destacaba la ausencia de agresiones y de violencia sexual que dicha libertad producía. Esto mismo decía Cervantes, pues en la sociedad anterior al tabú del sexo, en ausencia de represión de las pulsiones sexuales, la sexualidad de la mujer era igualmente libre y podía manifestarse sin temor a agresión o abuso; y yo añado siguiendo a Reich, a Boreman  y a tantos otros, que no solamente podía sino que la libertad sexual femenina era un elemento imprescindible en la armonía entre los sexos.

El régimen de represión sexual vino acompañado de las túnicas y los velos para ocultar el cuerpo y su capacidad de seducción; como se dice en el libro del Génesis, aparecieron la vergüenza, el recato y el pudor inexistentes en las sociedades espontáneas, cuando no había nada que prohibiera el funcionamiento de los sistemas orgánicos corporales. Claro, que la represión sexual a quien concernía específicamente era a las mujeres y eran éstas las que tenían que cubrirse para desvelarse sólo ante el marido. Estamos hablando de los tiempos en los que existía todavía esa otra sexualidad femenina que ahora ha desaparecido debido, según palabras del propio Freud, al haber sido objeto de una represión particularmente inexorable, y que por ello ahora es difícil de devolver a la vida; Freud, claro está, se refería a la mujer de la sociedad europea del siglo XIX.

Sin embargo, esa sexualidad que ha sufrido una represión particularmente inexorable no ha desaparecido del todo. Mientras que la cultura occidental anglo-sajona iba poniendo a punto un modelo de mujer masculinizada, con unas enormes dosis de violencia interiorizada para inhibir toda su sexualidad no falocéntrica, en las cárceles del patriarcado islámico se ha mantenido en cautividad. Como el insecto fósil que se ha conservado en ámbar, la otra sexualidad femenina ha seguido produciéndose enclaustrada en los espacios femeninos que la cultura islámica ha mantenido, unos espacios de concentración femenina, en las aldeas y los barrios de las ciudades. El peligro es que con la globalización y los movimientos migratorios y turísticos, la mujer occidental puede entrar en contacto con la que se esconde tras el velo islámico y descubrir que su propio cuerpo es una cosa distinta de lo que ahora cree que es. Porque entonces, eso que parece tan difícil de volver a la vida, quizá dejaría de serlo, y nuestros cuerpos acartonados recuperarían fácilmente su vitalidad.

En el siglo XVIII, una dama anglosajona, Lady Montagu, relató su visita a unos baños femeninos en Turquía. relato que inspiró el famoso cuadro de Ingres "El Baño Turco", que está en el Museo del Louvre. Lady Montagu, en sus cartas, publicadas en 1781, aseguraba que las mujeres árabes tenían más libertad, incluida la sexual, que las europeas y eran más abiertas y hospitalarias. Decía, entre otros comentarios significativos, que se reían del corsé con el que los maridos occidentales encerraban a sus esposas. Ellas, con el cuerpo desnudo y libre bajo la túnica, no podían entender el uso de una prenda como el corsé.

El mismo impacto que le causó a Lady Montagu la visita al baño femenino turco en el siglo XVIII, me lo produjo a mí una visita a un hamman de la medina de Fez en 1993... Una sala grande y las mujeres sentadas en el suelo, haciendo corrillos, desnudas, echándose agua unas a otras, charlando, riendo, echándose henna, comiendo naranjas, ofreciéndose flores de azahar, de todas las edades... Nunca había visto algo así, el brillo de sus ojos,  la forma de hablarse, la sensualidad, la complicidad, la confianza en colectivo, en el grupo. Tuve la sensación de estar profanando una intimidad que me era ajena. Aunque en aquel momento no lo entendí, más tarde, en una ponencia que presenté en Vitoria en 2003, ya decía que se podía entender por qué esas mujeres tenían que llevar velo e ir tapadas por la calle: para que no se viera lo que no tenía ni siquiera que existir. Lo que no podía trascender al espacio público y debía permanecer enclaustrado. Hay, pues, una sexualidad femenina que se ha conservado en el mundo musulmán, una sexualidad encerrada y cercada, pero también de alguna manera reconocida, pues el espacio colectivo que supone el hamman, implica un reconocimiento que las mujeres europeas no tenemos.

La dominación del hombre sobre la mujer extendida por todo el planeta a lo largo de 5000 años, ha adoptado diferentes formas y cauces, y uno de ellas es la que adoptó en el mundo islámico: el hombre es dueño de la mujer a la que encierra y oculta para su uso exclusivo. Pero este modelo, basado en una represión externa estricta de la mujer, es en cambio más laxo en cuanto a la exigencia de autorepresión de las pulsiones sexuales; y la mujer árabe tiene menos interiorizada la represión, lo cual le permite mantener en alguna medida su sexualidad no falocéntrica, esa que en otros modelos se ha ido cercenando de un modo tan absoluto. Nosotras, las europeas, con nuestos cuerpos acartonados podemos andar exhibiendo nuestros cuerpos en el estado de acorazamiento y retracción pulsátil en el que habitualmente sobrevivimos. Y ponernos ropas bien ajustadas, porque cuanto más apretadas, menos libertad y menos posibilidades de pulsión corporal. En cambio, la ropa suelta, deja el cuerpo libre.

Creo que la afirmación de que el velo y la túnica menoscaban la dignidad de la mujer, es una verdad a medias; y en la medida en que se pretende la verdad entera, se vuelve un mecanismo de ocultación de la otra parte de la verdad... Lo que sucede es que se aprovecha el desconocimiento de la situación y la ignorancia respecto a la sexualidad femenina para dar una versión torcitera del uso del velo. Y sobre todo para que no nos percatemos de que existe esa otra sexualidad, y tampoco de la represión que las mujeres occidentales tenemos interiorizada que es precisamente lo que hace innecesario el tipo de represión externa.

Claro que es verdad que los maridos musulmanes vigilan, mandan y ordenan la reclusión de sus mujeres y que la represión matriarcal que sufren es medieval. Pero de lo que se trata es del tipo de represión que se practica, que es más externa y con menor componente de represión interiorizada, menor auto-inhibición.

En pocas palabras, se contrapone la condición de la mujer islámica como una situación de represión, a la nuestra, como si la nuestra fuese una situación de libertad, cuando en realidad se trata de dos modelos de represión diferentes. Y lo que se pretende es que las mujeres occidentales, y en general la gente de bien, apoyemos la guerra contra el mundo árabe supuestamente para "liberar" a las mujeres musulmanas; en realidad, para que ellas adopten nuestro modelo de represión.

viernes, 29 de julio de 2011

Educación en libertad

Decía Carl Gustav Jung que sacrificamos sin reparos nuestra autonomía a una autoridad externa si con ello nos podemos ahorrar el dolor del autoconocimiento, los sufrimientos que conlleva nuestro crecimiento individual interior y nuestra responsabilidad personal.

Este pensamiento lo veo aplicable a muchísimos ámbitos de lo humano, el entorno, la sociedad y a todo ello en su inter-relación. Los miedos nos paralizan y de todos ellos, el miedo a lo desconocido es uno de los más peligrosos, con lo que la tendencia en ésta, nuestra sociedad, la de lo material por encima de lo espiritual y personal, es a hacer aquello que creemos que es lo correcto porque así nos lo han dicho, sin ni siquiera plantearnos si existen caminos diferentes, más coherentes con lo que somos y sucumbiendo finalmente a la zona segura, la del rebaño, que no es otra que aquella en la que otros deciden por nosotros, es decir, evadiendo la responsabilidad sobre nuestra vida, como si no fuera lo suficientemente importante. Claro que, con un poco de suerte y conciencia, podemos detectar en qué momento nos dejamos llevar y retomar las riendas de nuestra existencia; será un camino quizá más difícil pero más auténtico y gratificante.

Y sin duda alguna, esta reflexión la sitúo dentro la esfera de la educación, tal y como es entendida en general por el grueso del entramado social actual, totalmente delegada en terceras personas e instituciones, a las que otorgamos más poder e importancia que al propio entorno natural (por habitual) de los individuos "a educar". El tema da para tanto y es tan complejo que sólo pretendo dar pinceladas sobre algo que veo tan evidente en mi esquema mental personal, pero cargado de prejuicios desde el exterior, que es en realidad la sociedad en su conjunto. La idea original de la "educación universal" es buenísima, pero ha derivado en una cascada de automatismos no revisados, pero sí reconocidos como no operativos ni funcionales, y parece que pocos son los que advierten que algo grande falla. Tanto es así que cuando nos asustamos de las cifras de fracaso escolar tan elevadas, a nadie se le ocurre buscar la raíz del problema en el mismo origen, sino que se alude a tópicos como que "ya no hay valores" o "los niños de ahora..." o "los jóvenes de ahora...", expresiones vacías de contenido.

De todas formas, está mejor visto dejarse llevar que frenar y salirse de la fila. Es la dinámica del miedo y así funciona. Pero la escuela activa que defiende Rebeca Wild es justamente aquella compuesta por personas, individuos autodirigidos, sin distinción entre el adulto que sabe y dice por dónde hay que ir y qué hay que contestar y el niño/educando que se deja hacer. El mecanismo que se propone es mucho más simple y a la par más interesante, y los resultados que se obtienen son mucho mejores. Esos niños/educandos son personas más seguras, más conectadas con lo que sienten y desean, no tienen miedo de expresar y solicitar lo que necesitan, viven el respeto hacia lo ajeno con más naturalidad porque lo experimentaron en sus propias carnes, no son meros objetos a merced de las voluntades adultas y muestran tal interés natural por aprender que son capaces de desarrollar habilidades concretas para llegar a un conocimiento más profundo de aquello que van descubriendo. Es en un entorno libre donde las personas mostramos nuestro potencial más amplio y si desde bien pequeños somos adiestrados para no pensar, sino para engullir y asumir que debemos entrar por el aro, poco haremos por indagar, porque sentiremos que no merece ni merecemos la pena. La escuela que impera sirve para formar ciudadanos uniformados, obedientes y sumisos para con el orden social establecido, con todos sus matices y variantes. Pero formar a las personas desde sus inicios, no debería ser tarea de terceros, es la propia persona la que se forja con sus experiencias de vida y lo ideal es que el ambiente facilite el crecimiento a todos los niveles.

Pero como decía, esto son sólo pinceladas. Muchas ideas concretas ebullen en mi cabeza y en algún momento las contaré

miércoles, 20 de julio de 2011

La suerte del molinero

Juan nació en 1929 en un pequeño pueblo de Guadalajara y una de las cosas que más le gustan hoy en día es recapitular anécdotas de su infancia, contar sus vivencias y hablar de su tierra. Y a mí, que me interesan especialmente ciertas épocas, inocentemente le pregunté, hace bien poco, si retenía en la memoria alguna historia relativa al golpe militar de julio del 36, a la guerra y a la huida de republicanos al monte. Gratamente me sorprendió la claridad del recuerdo que evocó, y me gustó mucho el entusiasmo con el que contaba tantas cosas, como si se hubiera abierto ante sus ojos la "caja de la reminiscencia".

La primera historia que me relató fue la del molinero del pueblo, cuyo nombre no recordaba. Tranquilamente me fue describiendo la escena: un abuelo y su nieto, pastoreando un día cualquiera de aquel fatídico 1936, tras el alzamiento y ocupación de la zona por los "nacionales". Ambos están empacando paja, y se acerca corriendo el molinero, desesperado y perseguido por unos cuantos falangistas que pretenden deternerle y quién sabe qué más. El delito del molinero es ser republicano, obviamente. Todo debe transcurrir en muy poco tiempo. El abuelo Domingo no duda un instante y le ofrece su ayuda, se arriesga por él, y entiendo que en ese momento es consciente de que el destino de aquel hombre está en sus manos; no sé si sopesó los riesgos, pero lo cierto es que de forma inmediata, le cobija bajo un montón de paja.

Así, al rato, los "agentes" que le iban siguiendo los pasos, se topan con Domingo y su nieto Juan.

- ¿Vió Usted a alguien pasar por aquí?

- No, nadie... - se hace una pausa.- El caso es que ahora que lo dice, no me pregunte si fue persona o animal, pero algo ví correr por allí.- El abuelo señala en una dirección, posible y perfectamente creíble y así los falangistas le creen y se van. Ha sido fácil.

Contemplando la escena hay un niño de 7 años con la mirada asustada, y más allá de las interpretaciones que pueda hacer de la guerra y de la violencia, hay algo que supo entender: el silencio en aquel momento era vital para el molinero. Juan me contaba que su abuelo le había dicho algo así como que le cortaba la lengua si abría la boca. Una amenaza muy grande para alguien tan pequeño, en un momento de tensión extrema; pero yo prefiero pensar que Juan pudo captar sin problema lo que estaba sucediendo.

Aquel molinero pudo escapar en aquella ocasión. Desconozco el resto de su aventura, pero sin duda, la trama es muy estremecedora en sí misma, pues pone de manifiesto la solidaridad de Domingo y la complicidad y confianza en su nieto Juan.

Muchas más anécdotas me ha contado Juan, pero eso lo dejo para otras ocasiones.


sábado, 16 de julio de 2011

Plato del día o el arte del relleno

Me chifla el humor y me encanta la cocina. La cocina es para mí tan importante y tan agradable que resulta relativamente sencillo vincularla al ingenio de la risa en la vida cotidiana. Por eso al conocer esta preparación tan especial, de un cocinillas también especial, no me he podido resistir a copiarla aquí.

Angulas rellenas de cordero

por Maikel Febrero

Precio: elevado
Duración: elevada
Dificultad: cocineros nivel "dios"

Ingredientes:

1 cordero lechal de no más de ocho dias originario de Lastur
2000 angulas de Aginaga pescadas en noche de luna llena con eclipse parcial
250 gramos de nata hecha con leche de vacas del Pirineo
3 dientes de ajo de Brasov
2 guindillas de Juárez
5 decilitros de aceite de oliva jerezano de primera prensada

Preparación

1. En un horno de leña de un antiguo molino hacemos fuego con roble tibetano, colocamos el cordero limpio en una vasija de barro de damasco y lo dejamos 28 minutos sobre las brasas hasta que esté hecho.


2. Con un bisturí y mucho cuidado deshuesamos el cordero hasta dejar la carne por un lado y los huesos por otro.

3. Echamos la carne a la Thermomix ( no tenéis, pues os la compráis, ya os he dicho que era un plato caro) junto con la nata y batimos hasta conseguir una masa con la textura de un sorbete de limón.

4. Cogemos las angulas y una lupa y buscamos los ojos; bien, una vez encontrados sabemos que en el otro lado está el culo, cogemos un aguja de coser y la introducimos en el orto un milimetro nada más y damos vueltas con mucho cuidado en el sentido de las agujas del reloj hasta ensanchar el citado agujero lo suficiente como para meter una pajita de las de beber coca-cola, a la que habremos acoplado previamente una manga pastelera.


5. En la manga pastelera pondremos nuestra pasta de cordero e introduciendo la pajita en el culo de la angula iremos rellenando con mucho ciudado hasta que veamos que la angula tiene los ojos como Hommer Simpson.


6. En una sartén calentamos el aceite y añadimos los ajos picaditos y las guindillas; cuando el ajo esté dorado añadimos las angulas y las salteamos con cuidado de que no se les caigan los ojos y et voilá, ya tenemos nuestras angulas rellenas de cordero.



lunes, 11 de julio de 2011

El agujero negro del exilio

Ando últimamente inmersa en profundizar más en las páginas negras de la Historia, y de siempre he sentido interés, como otros muchos, por la sangrienta Guerra Civil, y sobre todo por la post-guerra. El caso es que el otro día me topé con una serie de fotografías que me dejaron helada; nunca fue tan verdad aquello de que una imagen vale más que mil palabras. De todas ellas, se me quedó grabada en la retina y la conciencia una en concreto, la que reproduzco aquí.


Se me hace muy duro contemplar como si de una exposición se tratara, fotografías tan gestuales como ésta. Cruzar los Pirineos se convirtió en una urgencia. Huir a través de las montañas en pleno invierno, resistiendo la nieve y el frío es una hazaña en sí misma. Hoy día es impensable echarse al monte con lo puesto, y de entre los miles de exiliados, muchos de los que llegaron a Francia, lo hicieron a pie, en condiciones pésimas para emprender tan espantoso viaje, incluso despojándose de las pocas pertenencias que les quedaban, por proseguir el camino.

Por ellos, por los que perdieron lo que tenían, por los que no pudieron regresar y por los que al volver encontraron algo desconocido, va este poema de Luis Cernuda, exiliado del franquismo a México.


¿Volver? Vuelva el que tenga
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Itaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.

martes, 28 de junio de 2011

A mi Padre

Yo no sé cómo empezar a escribirte, papá. Porque tengo mucho guardado, pero soy incapaz de expresarlo en la forma que me gustaría. Porque intento estructurarlo, pero no me sale. Y todo eso me pasa porque son muchas las cosas que quisiera compartir contigo, otras no tanto, pero todas están entrelazadas, como en una madeja imposible de deshacer...

El caso es que llevaba un tiempo pensando en escribir algo para tí, pero aún no me había decidido. Y hoy, después de verte y escucharte, simplemente, ha fluido. Y es que pocas veces has dicho algo que me haya conmovido como lo de hoy... Ha sido muy duro escucharte y sentir el desánimo que lleva ya demasiado tiempo rondándote. Pero es admirable cómo te repones, aunque sea temporalmente. O bien podríamos hacer la lectura contraria: es temporalmente cuando estás desanimado. Sea como sea, creo que es muy complicado llevar con dignidad lo que te está ocurriendo; francamente, no sé cómo respondería yo ante algo así. Comprobar que tu cuerpo va dejando de pertenecerte y tomar conciencia de que vas dejando de controlar algo tan sencillo y necesario como el movimiento debe ser una de las pruebas más duras que has tenido nunca.

Y es que nunca lo tuviste fácil; tu vida no fue sencilla desde el principio; no es justo que un niño tenga tantas responsabilidades como las que te encomendaron a tí; no es justo que se trate así a un niño, porque eso provoca mucho sufrimiento, en el momento y muchos años después. A veces me siento tentada de preguntarte aún más de lo que sé, pero algo me retiene y creo que tiene que ver con la resistencia al sufrimiento, la tuya y por extensión, la mía. No soy quién para remover nada, en todo caso me adentro en mis recovecos, e intento conectar con los tuyos.

Todos estos pensamientos inconexos los tengo desde que descubrí, hace ya unos años, que los extremos se tocan, y que el asentarse en ellos resta visión, no te deja relativizar las cosas; me costó lo mío encontrar ese equilibrio, pero ahí estaba, y con él, te re-descubrí a tí. La percepción que yo tenía se fue suavizando; me dí cuenta de que tenías una historia que contar, igual que yo. Y entonces lo empecé a hilar todo, porque mi historia personal tiene mucho que ver con la tuya, hay algo sutil que las une a las dos. Nunca fuimos íntimos, eso es verdad, pero te quiero igualmente. Por esa sencilla razón y a pesar de que en muchas ocasiones me sienta incapaz de darte una palabra de ánimo e incluso piense que sacas todo de quicio, me gustaría transmitirte mi admiración por todo lo que haces para intentar llevar tu vida como sólo tú quieres que sea. Estás en todo tu derecho y haces muy bien en no dejar que nadie decidamos por tí. Muy a mi pesar ésto lo he visto con los años, pero todo tiene su momento...

Es una auténtica putada lo que te está pasando y cuando me encierro conmigo misma a reflexionar sobre ello, como estoy haciendo ahora, siento que pierdo un tiempo muy valioso de estar contigo, pero de nuevo me repito, eliges cómo quieres vivir y yo lo respeto. Ese respeto hacia lo que uno quiere para consigo me ha sido muy difícil de aplicar, porque no lo entendía. Ahora sé que es imposible hacerlo si uno no se quiere a sí mismo. Y entonces veo, que a pesar de las apariencias, das una lección silenciosa al determinar qué, cómo, dónde y con quién. Y sin embargo, lo que ebulle muy profundamente en mí es auténtico miedo. Miedo a que ésto vaya demasiado deprisa, miedo a que vaya demasiado despacio, porque lo que me aterra es sencillamente que está ocurriendo, así, sin más. Porque es una mierda que esté pasando. Pero estaré a tu lado, siempre.

lunes, 27 de junio de 2011

¿Qué No es sexualidad?

...Acariciar. Abrazar. Agradecer. Amamantar. Bailar. Besar. Comer. Cocinar. Curar. Clamar. Dormir con. Dar. Enamorar. Enviar mensajes. Escuchar. Escribir. Felicitar. Gemir. Gritar. Holgar. Imaginar. Jugar. Jadear. Lamer. Leer. Mamar. Mirar. Nadar. Orar. Parir. Querer. Recordar. Recibir mensajes. Rezar. Rozar. Soñar. Saborear...

Todo ésto también es sexualidad. Así lo describe María Jesús Blázquez en "La Ecología al Comienzo de Nuestra Vida" y argumentos científicos no faltan. En todas estas acciones se involucran las mismas hormonas: la oxitocina, la prolactina y las endorfinas. En todas ellas el cerebro pensante está más o menos desconectado, funcionando el cerebro primitivo. Al igual que las relaciones sexuales, el parto y la lactancia pueden ser inhibidos por los mismos centros neocorticales del cerebro. La oxitocina es liberada durante el acto sexual por parte de la mujer y el hombre y cuando un bebé mama, los niveles de oxitocina de la madre son tan altos como durante el orgasmo. Pero no hay que escandalizarse por ello. El parto y la lactancia son en sí mismos acontecimientos dentro del ciclo sexual de la mujer. El bloque de las hormonas es muy interesante y a la vez muy extenso, con lo que lo dejo aquí...

Hoy día sabemos que la función primaria de la sexualidad no es reproductora, sino reguladora del organismo. Y a pesar de haber sido reprimida en casi todas las culturas, en 1994 tuvo lugar la Declaración de los Derechos Sexuales, donde se incluye el derecho al placer sexual; esta Declaración se elaboró en un congreso Internacional de Sexología y el mensaje fue: "el placer sexual, incluyendo el autoerotismo, es una fuente de bienestar físico, psicológico, intelectual y espiritual". Ahí es nada, y casi 20 años después seguimos bajo los mismos estereotipos reprimidos y represores de algo tan elemental, tan básico y tan saludable.


Pintura de Ernest Descals

Pero yo me quería centrar, no en el contexto social de la sexualidad ni en consideraciones moralistas, sino más bien en aquello que por la misma concepción de sexo-sucio que ronda en la mente colectiva, se deja más allá del plano de la sexualidad como un todo. Cuando en los colegios "tratan de tratar" el tema, se alude a la reproducción y, en general, se limitan a explicar que la mujer y el hombre siguen un ciclo sexual para asegurar la perpetuación de la especie, pero dudo mucho que incluso hoy en día, alguien tenga el valor suficiente para explicar con detalle cuán importante y saludable es la sexualidad y mucho menos su dimensión integradora como un todo. Eso, o es que realmente la concepción de la misma está bajo el prisma de lo exclusivamente genital en la conciencia colectiva.

Sigue habiendo tabúes. Por eso creo que es importante entender que muchas de las acciones que llevamos a cabo están dentro de la esfera de lo sexual, por mucho que se intente desviar la atención o incluso utilizar eufemismos para aludir a ella, puesto que educados estamos en la moral de la culpabilidad y de castigo a lo corporal-placentero. La sexualidad va con nosotros y no la podemos esconder, en todo caso reprimir y no sin consecuencias. Y el sexo, es otra de las partes de ella. Y no es algo sucio, es lo que es: algo instintivo, casi mágico, revitalizante y profundamente sanador. Y si lográramos vivirla y vivirlo como merece, de forma natural y sin condicionantes ni velos impuestos por la falsa moral, mejor nos iría.

martes, 21 de junio de 2011

Lección de Vida, por Susana Martín Jiménez

Estreno la sección de Relatos con uno muy especial; no es mío, es de mi querida amiga Susan, en el que narra su experiencia de lucha personal a muerte y contra la muerte, y es tan sincero como desgarrador y vitalizante. Por ella y para ella.

Aquel año par comenzó con una gran alegría que mi cuerpo evidenciaba con grandes y descaradas curvas. Ya todos sabíamos que mi bebé nacería a finales de ese verano. Mamá siempre dijo que sería niña. Y a Mamá no le discuten ni los nonatos, por lo que el ecógrafo confirmó dos cosas: que era niña y que no merece la pena llevarle la contraria, casi siempre tiene razón.

Así, siguieron las cosas sin más problema durante los primeros seis meses de aquel año inolvidable para todos nosotros.

Mamá. Por entonces, volvió a estudiar. Tuvo una infancia dura, perdida en horas de trabajo y no en el patio de la escuela, como hubiera sido menester. De mayor, trabajó muchísimo más y no siempre en las mejores condiciones. Cuando lo contó en casa a todos nos encantó la idea de que volviera a los estudios y la animamos mucho, era su sueño y ya era hora de cumplirlo, la economía en casa no la necesitaba ya, afortunadamente. Además, ella puede hacer todo lo que se proponga porque su carácter jovial, la lleva a conseguir todo, su fuerza vital es insólita y sanamente envidiable.

Papá. Trabajando. Es la contestación que te da un niño pequeño si le preguntas, pero es lo que había hecho papá desde los quince años, “chupatintas” como él llama a su oficio. Y él estaba bien así. Aunque el paso del tiempo, su responsabilidad, su buen hacer y su buena planta, que todo hay que decirlo, tan alto y canoso, a pesar de su juventud, le han llevado a trabajar trajeado y fuera de la oficina, chupando menos tinta.

Mi Hermano. Estudiaba Derecho y trabajaba a la vez, dejándose salud en el camino, y no tanto física como mental, aunque su gran inteligencia y su fino ingenio le han llevado a superar siempre las adversidades, disimulando con elegancia el sufrimiento, porque hasta eso a este chico le queda bien. Además de ser un encanto, ha heredado la buena planta de Papá. Por todas estas aptitudes y alguna más, no le fue difícil encontrar pareja. Desde muy joven, tiene a su lado a una persona muy especial, que siempre le fue de gran apoyo, y en muchas ocasiones, no sólo a él, también a todos nosotros: su mujer. No podíamos  imaginar que aquella jovencita de diecisiete años, tan alta, tan delgada, tan tímida y con esos tremendos y expresivos ojos azules, iba a ser tan importante en la vida de todos nosotros, aportando inteligencia y serenidad, paciencia y ternura.

El Padre. Y con él, una de tópicos: la Paternidad hace feliz al ser humano. A mi entonces marido sí, desde luego. Llevábamos juntos casi toda la vida y nuestro bebé era la culminación de todo lo bueno que hasta entonces y un tiempo después hubo entre nosotros. Él trabajaba en su comercio con más ilusión que nunca, porque, la verdad es que le había costado lo suyo convencerme para que tuviéramos un hijo, y culminaban todos sus grandes anhelos con este próximo nacimiento.

Y yo, pues se puede imaginar, con las molestias y el engorde que da el estado de buena esperanza, pero disfrutando de esa experiencia única e incomparable que nos brinda la vida.
Todo era perfecto.
La primavera lucía en todo su esplendor. Era el mes de Mayo y Mamá  preparaba la celebración de su cumpleaños. Siempre comemos juntos en los cumpleaños, pero el de Mamá es especial por ineludible. Otro síntoma de que lo nuestro es un matriarcado. Además, a ella le encanta que estemos todos reunidos, con excusa o sin ella, con mayor razón ese día. Pero esta vez, Mamá no estaba a gusto, no era feliz. Era una prueba más de que Ella es especial y muy intuitiva. El instinto maternal creo que también tuvo que ver. Las Madres protegen a sus crías del peligro, lo intentan, soy madre y lo sé. Mi mal color de cara le dio la primera pista. No era un rasgo más del embarazo. Era algo más. Mamá calló sus miedos. Guardó silencio.
 A esa fiesta familiar yo acudí con dos invitados invisibles: a uno lo conocía por ecografía; al otro, estaba a punto de conocerlo...
            Días después, descubrí que en mi cuello algo no estaba como siempre: tenía un bulto. Al principio no le di demasiada importancia, pensé que era un ganglio sin más y que se quitaría. Pero no desaparecía, muy al contrario, crecía cada vez más. Lo consulté con el médico que me llevaba en el embarazo, muy asustada porque pensaba que era malo para mi bebé. Mi médico me mandó inmediatamente al hospital.
No podían darme un diagnóstico concreto si no me hacían las pruebas pertinentes. Me dijeron que fuera lo que fuera mi enfermedad, no afectaba a mi bebé ni se le traspasaba por la placenta, por muy grave que fuera, pero las pruebas sí podrían perjudicar a mi niña. Así pues, bajo mi responsabilidad, firmé un documento negándome a hacerme ninguna de esas pruebas hasta que mi Hija naciera.
Y todo empezó a cambiar...
Mamá dejó de estudiar para estar conmigo en cada médico, escuchando, callando. Una doctora de medicina interna dio la voz de alarma: podía ser un tumor. Y Mamá, aguantaba la embestida de la vida, escuchaba, callaba.
 La Grandeza de mi Madre, de mi Familia, radica en el siguiente hecho: ninguno de ellos me discutió ni siquiera por un momento que decidiera esperar, esperar a ser madre para diagnosticarme y tratarme cuanto antes un posible tumor. Estaba claro que yo ya había decidido entre la vida de mi bebé y la mía propia. No pensé en ellos y todos lo sufrieron, cada uno a su manera, pero respetaron mi elección. Mamá sufría callada...
La vida cambió de nuevo. La luz reapareció, apuñalando con daga de oro la primera  madrugada de septiembre: nació mi Hija. Y la vida mereció la pena. Entonces tuve claro que nada ni nadie arruinaría ese momento. De alguna manera y sin saber por qué, estaba preparada para todo. Todo por mi Hija, todo y más.
Cuando mi Hija vino al mundo, el desconocido que cohabitó con ella en mi interior, ése que no salía en las ecografías, se quedó solo, de manera que ya podía moverse a sus anchas por mi organismo, aprovechando además la debilidad que deja un embarazo y su correspondiente parto. El ser avanzaba a velocidad de vértigo para hacerse con todos mis viscerales territorios. Los médicos, ya libres para investigar mi dolencia, corrían para diagnosticarme, porque sabían que el tiempo iba en mi contra y que se había perdido mucho ya durante mi gestación. Y llegó el día de la noticia.
El Cáncer. Cuando los doctores lo confirmaron, Papá y mi Hermano estaban conmigo, pero yo no les veía, las lágrimas silenciosas que brotaban de mis ojos, me lo impedían. Me quedé inmóvil, fría, casi muerta. Mi mente me abandonó por un instante, salió de aquella consulta, no podía ser, cáncer, muerte... La doctora hablaba pero no la oía. Me sentí en un limbo infinito, desolada, perdida, muda y, a pesar de estar bien acompañada, rodeada de los míos, sentí la soledad más absoluta. Nunca me había sentido así. ¡Tan sola!
 Pero, en ese momento, oí algo que me sacó bruscamente de aquella oscuridad en la que estaba sumergida. La doctora dijo que ellos tenían mi tratamiento y que sería muy efectivo si yo les ayudaba. Mi cáncer se curaba. Y, mejor aún, mi curación dependía en gran medida... ¡de Mí! Y entonces volví, volví a ser yo y pensé que tenía veinticuatro años, una Hija preciosa que acababa de nacer, una familia maravillosa que me adoraba y a los que yo adoraba, que se dejaban la piel por ayudarme, porque los médicos les dieran soluciones. En resumen, una vida estupenda y... ¿“cáncer” no era “muerte”? ¿Vivir dependía de mí? Y ver crecer a mi Hija, por la que aposté desde antes de nacer, ¿también? Cuando la respuesta a todas estas preguntas por parte de mis médicos fue “Sí”, justo entonces, vi un esplendor de luz en la penumbra, como cuando nació mi Niña y, así, le gané la primera batalla al cáncer.
El Médico. En octubre me presentaron al médico encargado de tratarme la enfermedad. Hasta entonces había pasado de uno a otro sin que me llamaran especialmente la atención ninguno de ellos. Pero él era el Médico. Podía curarme el cáncer y, para mí, eso ya le convertía en un Semi-Dios. No me hacía falta la Fe. Su trabajo lo veía a diario. El otro Dios, del que hablan los curas, no tenía sentido para mí. De hecho, si alguna vez estuvo en mi vida, no lo recuerdo. Mi Médico era mi Dios, mi Salvador. Su hierático gesto servía para reforzar mi idea, aunque también me daba miedo. Su sola presencia me hacía temblar, su voz me helaba la sangre, eran bruscas sus palabras y eran Ley, porque el cáncer hablaba conmigo a través de ellas. Yo no sabía nada, Él lo sabía todo. Confiaba en Él.
El Tratamiento. Con él descubrí lo que significaba estar enfermo de cáncer: el cáncer no es lo peor, lo peor es su tratamiento. No por su efecto final, porque, al fin y al cabo, es capaz de destruir a todo un cáncer, sino por sus efectos secundarios. Me di cuenta de lo mala que tenía que ser mi enfermedad para tratarla con un veneno tan potente como ése. Vómitos imparables durante horas, cuatro grados de subida de fiebre en media hora, temblores, dolores, envenenada desde el último pelo de tu cabeza hasta las uñas de tus pies, si es que te deja alguna de las dos cosas, porque te tira todo. Bueno, a mí no. Hasta en esto era privilegiada. Conservaba mi pelo, mis cejas, mis uñas. No era normal en la consulta y mis compañeros de males me lo echaban en cara, allí la rara era yo, estar pelón era lo protocolario. Hay normas que nunca me han gustado, ¿qué le voy a hacer?
Y, a todo esto, ¿y mi Gente, mi Familia?
Papá vino muchas veces conmigo al hospital. Era en el que más me apoyaba en esos momentos, era Papá, siempre me protegía, ¿quién mejor para acompañarme en la batalla? Pero cuando ya me vi fuerte para llevar sola el momento quimio, le dije que no viniera más, ya que tenía que dejar su trabajo cada vez que me acompañaba y no convenía, la verdad. Además, yo no quería que viera todo aquello más de lo necesario. Dolía.
Mi Hermano era mi “abrazador” de cabecera. Tal cuál. No había nada mejor para ciertos momentos que sus abrazos tan cálidos, tiernos y acogedores. No había palabra de aliento ni persona capaz de ayudarme tanto cuando lloraba, cuando me desesperanzaba, cuando me hundía como los brazos de mi Hermano, sólo los suyos.
Mi entonces marido estaba en estado de “shock”. No fue capaz de asumir mi enfermedad. Nunca tuve su apoyo. Se negó en rotundo a creer que yo estaba tan grave y, con ello, cualquier evidencia de que mi cáncer era cierto. Por ello, nuestra relación de pareja estuvo también a punto de morir entonces. Murió con los años...
Mi Hija crecía sana y feliz, ajena a toda aquella vorágine de lucha, miedos y sentimientos entremezclados de todo tipo que envolvía su Familia y su hogar, gracias en su mayor parte, a Mamá...
Mamá aguantaba estoicamente la embestida más fuerte que jamás hubiera imaginado que la vida le diera nunca. Ella había pasado mucho, de todo, pero nada como esto. Tan malo, tan injusto. Su dolor era inmenso, inaguantable, pero interno. Era imperceptible para mí. Es la Grandeza de Mamá, de nuevo. Sólo Ella era capaz de mirar a su joven hija con su bebé recién nacido en brazos, diciéndola que si ella moría, cuidara de su nieta. Su alma se desgarraba, se desangraba, quería desvanecerse, seguro. Pero no lloraba. Y  sé que no lloraba para que a mí jamás se me pasara  por la cabeza siquiera la posibilidad de que podría morir. Para que ninguna mala idea me invadiera de pronto y dejara de luchar por mi vida. Mamá siempre apostó por mí, y a Mamá no se le discute nada...
Mamá me hablaba de Vida. Me decía lo bonita y fuerte que era mi Niña, lo bien que yo la cuidaba, a pesar de mis días malos. Y se aferraba conmigo y con mi Niña a cada momento feliz que pasábamos juntas. En el parque, se tiraba en la hierba con nosotras, y jugaba con mi Hija, y se reía. Y no lloraba...
Entonces entendí que, definitivamente, ése era el sitio de Mamá durante mi enfermedad, con mi Hija. Ella quería estar conmigo en las interminables sesiones de quimio pero le era imposible. Ésa era la idea. Quise evitar a toda costa que mis seres queridos fueran testigos directos de mis envenenamientos hospitalarios y del de mis demás compañeros de males.
Una vez, sí lo permití, es más, lo exigí como tributo. Un familiar mío tenía que ver aquello: mi Marido. Él tenía que tomar conciencia de la realidad y ésa era la mejor manera, viviendo en directo una de mis doce sesiones de tratamiento. Mi matrimonio se curó ese día, una sesión fue suficiente. No estaba tan mal. Yo necesité doce.
Cuando volvía del hospital, en casa me esperaban siempre Mamá y mi Hija. El veneno me dejaba el tiempo suficiente para darles un beso y achuchar un momento a mi bebé. Luego, se apoderaba de mi mente y de mi cuerpo. No soy capaz de expresar con palabras lo que se siente cuando el tratamiento del cáncer empieza a hervir en tu interior. Lo tienes que pasar. Lo sabemos más gente de la que me gustaría.
Pero el asco del sabor a vómito y la debilidad, no podían con mis ganas de vivir, mi fuerza, mis ganas de luchar. Nada podía conmigo porque era una privilegiada. Porque era el tuerto en el país de los ciegos, porque yo volvería a ver luz a pesar de todo, mientras a mí alrededor, las personas sufrían para morir irremediablemente. Yo no. Lo tenía claro. Tenía la oportunidad y no la desaprovecharía, por encima de todo...
...y, en ocasiones, de todos. Sí, lo reconozco ahora que lo veo en perspectiva. Tan enfrascada en la batalla estaba que veía enemigos en todas partes, en todas. Mamá lo pagó más que nadie por estar siempre a mi lado, en todo momento, bueno o malo. Así, llegué a echarla de mi habitación cuando intentaba cuidarme. No quería que me viera sufrir, no quería verla, rechazaba a gritos su ayuda. Lo siento. Sólo quería quedarme sola con mi enemigo y pelear. Pero Mamá seguía allí, a pesar y por encima de todo. A mi lado siempre.
Así pasaron los seis meses y medio peores de nuestras vidas.
Confieso que los años impares son mis preferidos, aunque el nacimiento de mi Niña iluminó por completo el oscuro año par que acababa de terminar. Llegó el impar y su mes de Mayo. Mamá cumple años ese mes y desde entonces, y aunque nací en Enero ¡yo también! El doctor dijo que estaba curada. Es más, me curé tan rápidamente que terminé el tratamiento antes de lo previsto. Me comí el protocolo. Bien.
Fue el mejor regalo de cumpleaños que Mamá podía esperar. Pero es que nadie lo merecía más que ella. Había permanecido en todo momento al pie de mi sufrimiento y disimulando el suyo, con la mejor de sus sonrisas aún estando machacada por dentro.
Jamás olvidaré el ramo de rosas que mis Padres me regalaron aquel día, son mis flores favoritas. Sentí entonces el orgullo del ganador. Me sentía tan bien. Fue un momento especial. Y, entonces, Mamá rompió a llorar. Era por fin su momento. Ya no había nada que perder. Se había ganado todo.
Y todo fue volviendo a su antigua normalidad, quitando la incorporación de las revisiones médicas a mi vida, que, aunque el paso del tiempo las va espaciando, debo confesar que siguen siendo desagradables,  aún después de trece años.
Porque llevo trece años curada y quiero decir y en justicia lo haré que, a pesar de todos los sinsabores que conlleva el cáncer, he aprendido mucho bueno de él, quitando el dolor y la muerte que he visto alrededor. Y es que no cambio nada por haber descubierto la Grandeza del Ser Humano. Cómo somos capaces de plantarle cara a las adversidades, camuflando lo malo para reírnos con lo bueno. Cómo sacamos fuerzas de donde ni nosotros sabíamos que las teníamos. Cómo damos un paso más cuando parece que no hay camino, y apoyamos el pie en la tierra. Cómo unen los problemas comunes, tengan o no solución, luchamos todos, luchamos juntos. Y que es verdad que mientras hay vida siempre hay esperanza. Nunca rendirse y, cuando ya no puedes más, sólo vale aferrarte a lo que más quieres, querer y dejarte querer. Siempre hay que soñar con volver a ver el sol a la mañana siguiente, siempre. Porque la vida merece la pena.
Mamá volvió a estudiar, pero la verdadera lección la dio Ella. Nunca tendré a mano las palabras suficientes para enaltecerla lo que merece, ni el cariño suficiente para quererla como merece. No sé si yo como madre aguantaría lo que Ella soportó con tanta dignidad. Ella es muy especial. Por Ella cuento mi historia. Sé que va a llorar. Tiene mucho llanto guardado.
Olvidé decir que mi Médico nos comentó que el tratamiento podría haberme dejado estéril. Era una posibilidad. Aunque yo ya le había cogido cierto regusto a cargarme los protocolos. Por cierto, que mi Médico ya era más cálido. No necesitaba ya ser el fiero General en la batalla. Une mucho ganar las guerras juntos. Y nosotros así lo habíamos hecho.
 ¿Protocolo? ¿Y eso qué es?
Mamá siempre dijo que era niño. Y a Mamá no le discuten ni los nonatos, por lo que el ecógrafo confirmó dos cosas: que era niño y que no merece la pena llevarle la contraria. Mamá casi siempre tiene razón. Se llama Manuel…

Dedicado a mi Familia, muy especialmente a mi Madre, por darme la vida y a mi Hija, por devolvérmela cuando pude perderla. Gracias a todos los que estuvieron y a los que ya se fueron, a los que están ahora, a los que siempre están y, como dice la canción...
“Gracias a la vida, que me ha dado tanto...”

Susana Martín Jiménez

domingo, 19 de junio de 2011

La música como revulsivo

Comenzaba este blog a raíz de una necesidad propia de verbalizar un cambio interno muy intenso relacionado con mi búsqueda personal, y potenciado por mi maternidad. Y aunque el eje del mismo sigue siendo mi recorrido más íntimo, mis emociones y demás, hay otros muchos temas que me interesan y de los que me apetece mucho comentar mis impresiones, así que hoy estreno "sección": Otras cosas que me interesan. Una de ellas es la música; la música me evade, me transporta y me emociona, tanto que no me imagino el mundo, y más en concreto mi día a día, sin ella.

Y en concreto, en esta ocasión quisiera rendir mi pequeño y modesto tributo a la canción de autor, que a mi entender ha ido modificando su significado por los mismos cambios históricos, sociales e incluso industriales en cuanto a música se refiere, y según el contexto cultural y político. Fue a partir de los años 60, en este país, cuando los cantautores cobran más sentido que nunca a través de la "canción protesta", necesaria sin duda en una sociedad marcadamente reprimida y sometida a lo uniformado y clasificado como válido. Muchos ciudadanos de entonces encontrarían una válvula de escape y una expresión de aquello mismo que podrían sentir a nivel individual; creo incluso que fomentaría la solidaridad y unión entre las personas (la música siempre lo hace), pero en estas circunstancias, con más motivo y fuerza se aunarían las voces, los cantos y el sentimiento.


Y es que no importa el lugar, el ser humano está hecho indiscutiblemente de las mismas emociones, sean cuales sean sus orígenes y su contexto cultural. Ahora bien, la forma de expresión se hace rica en variedad precisamente por el mismo motivo. Así, y sintetizando mucho, la Nova Cançó en Cataluña, las Voces Ceibes en Galicia, el fenómeno musical en Euskadi a través de la recuperación lingüística, la Canción del Pueblo en la Meseta y el Nuevo Flamenco en Andalucía, tienen como denominador común el haber sido un punto de inflexión en una trayectoria musical que buscaba aire y servir de desahogo a una sociedad que agonizaba y que necesitaba un revulsivo y una esperanza de cambio. Por cierto, el franquismo ya se encargó de agenciarse la cultura del flamenco como algo propio, pero éste en realidad siempre fue el cante del pueblo aunque pareciese vendido al régimen.

Hoy día, el cantautor existe en mil formas, pero la industria de la música es diferente. Y no faltan motivos para la protesta, pero todo está como más diluido por la cantidad de oferta que hay. Leí en cierta ocasión que la música tradicional seguía siendo pasto de la burla simplista, y que la televisión alimenta más que nunca un modelo según el cual a la juventud se le considera como un colectivo de descerebrados que sólo sabe dar palmas ante un subproducto interpretativo que hace playback. No puede ser más real. Pero quedan rincones bellos; y autores con talento y público con el corazón abierto; sólo hay que saber encontrarlos.

martes, 14 de junio de 2011

La protección a la infancia en España y el maltrato institucional

Carta de Carlos González

Tengo en mis manos el libro La crianza del niño. Lecciones de puericultura, del Dr. Enrique Suñer Ordóñez, publicado en San Sebastián en 1939. El Dr. Suñer había fundado en 1923 la Escuela Nacional de Puericultura, y tras el triunfo de Franco fue de nuevo director de esa institución y del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos de España.
En su libro, entre muestras «de recuerdo, admiración y cariño a S. E. el Jefe del Estado, a nuestro Generalísimo», propone separar de sus madres a los hijos de las viudas de guerra «rojas» para darlos en adopción a familias «nacionales» o ingresarlos en instituciones:

[…] destacar la conducta que es menester seguir con aquellos niños de nuestros enemigos de hoy; de los huérfanos de padres que dentro de nuestro territorio recibirán seguramente de sus madres la inoculación de un rencor tan profundo como inextinguible. […]
¿Deberemos dejar todas estas almas infantiles y juveniles en contacto íntimo con la fuente del veneno causante del odio?
Claro que no. […] Este odio hay que borrarlo; este veneno es menester a todo trance neutralizarlo con el único antídoto que puede hacerlo inactivo: con el empleo de una profunda caridad encomendada a nuestras mujeres, las de nuestra España, las que albergan nuestros sentimientos. Un esfuerzo inmenso pide la Patria a nuestras familias. Este esfuerzo es el de la adopción en los propios hogares a ser posible, en los establecimientos en donde se vigilen a los alojados desvalidos, como madrinas o madrecitas, prestándoles afectos, asistencia y cuidados como a los hijos propios.
La adopción de estos hijos del enemigo que nos odia será la única manera de combatir el gran problema nacional que nos amenaza en la post-guerra.

Lo que otras dictaduras hicieron de forma clandestina, el secuestro sistemático de los niños de la oposición, en España se hizo a la luz y se puso por escrito.
Tal vez fue así como entró en nuestro sistema de atención a la infancia la idea de que ciertas madres son peligrosas para sus hijos, no porque les vayan a maltratar, sino simplemente porque les van a educar mal. La idea de que ciertos niños estarían mejor en una «buena familia», o incluso en una institución, que con sus madres. Una vez establecida, esa idea se puede aplicar a otros casos, y servir de justificación moral para otras actitudes.
En ningún momento ha habido una condena, una ruptura, una solución de continuidad en nuestro sistema de atención a la infancia. Treinta años después, los mismos que tras la guerra habían secuestrado hijos de «rojos», u otros profesionales más jóvenes, discípulos o subordinados de los anteriores, secuestraban a otros niños para darlos en adopción. No eran monstruos, simplemente se creían en posesión de un conocimiento superior y de un derecho superior. Ellos «sabían» que algunos niños, especialmente hijos de mujeres pobres o de madres adolescentes o solteras, iban a ser desgraciados; y por tanto «podían» separarlos de sus madres para buscarles una buena familia. Eso necesitó la complicidad o el silencio de cientos o miles de profesionales, que difícilmente hubieran podido conciliar el sueño cada noche si no hubieran sido capaces de convencerse a sí mismos de que estaban justificados, de que todo era por el bien del niño.
Y de nuevo, treinta años después, esos mismos profesionales u otros más jóvenes que han sido sus discipulos y sus subordinados siguen separando a los niños de sus madres, sin escrúpulos, sin vacilaciones, sin remordimientos. Porque siguen creyendo que los niños están mejor lejos de sus madres.
El caso de Habiba no es ni mucho menos único. Los he visto con mis propios ojos, he hablado con sus abogados, compañeros pediatras me han explicado su frustración cuando una madre de escasos recursos rechaza la idea de ir a solicitar una ayuda a los servicios sociales «no, allí es donde nos quitan a los niños». En internet encontrará relatos de madres y de hijos:

El problema es que nuestra legislación permite a las instituciones de atención a la infancia llevarse a los niños sin obtener primero la orden de un juez. Tienen potestad absoluta, y luego son los padres los que deben, en todo caso, acudir a los jueces para pedir que les devuelvan a sus hijos, lo que ha ocurrido muchas veces, pero siempre demasiado tarde y cuando los niños ya han sufrido graves daños psicológicos.
Véase por ejemplo la Guía Básica de la Dirección General de Atención a la Infancia y a la Adolescencia de la Generalitat de Cataluña:
En la página 13 se explica la diferencia entre «menor maltratado» y «menor desamparado»; en este último caso «se aprecia cualquier forma de incumplimiento o de ejercicio inadecuado de los deberes de protección establecidos por las leyes en la guardia de los menores o faltan a éstos los elementos básicos para el desarrollo integral de su personalidad».
La situación de desamparo se declara mediante «resolución motivada del organismo competente de la Administración […] Se notifica a las partes afectadas y al Ministerio Fiscal para que se garanticen los derechos de los afectados».
«La declaración de desamparo comporta la asunción automática de las funciones tutelares sobre el menor por parte del organismo competente (DGAIA). Implica la suspensión de la potestad del padre y de la madre o de la tutela ordinaria durante el tiempo de aplicación de la medida. La DGAIA puede delegar la guardia del menor que ha tutelado».
Es decir: son los funcionarios los que declaran el desamparo, por motivos tan inconcretos como «cualquier forma de ejercicio inadecuado»; no tienen que pedir autorización al Ministerio Fiscal para hacerlo, sino sólo informarle después de haberlo hecho, y pueden quedarse al niño o pasárselo a quien ellos quieran.
No estamos hablando de proteger a un menor porque ha sufrido malos tratos. Basta con que detecten lo que ellos llaman una «situación de riesgo». Ya hablar de un «riesgo de malos tratos» daría escalofríos. ¿Se imagina que se pudiera detener a alguien que nunca en su vida ha robado un banco porque existe «un riesgo de que robe un banco»? Si estuviésemos hablando de un riesgo de malos tratos, sería el único caso en que, como en las películas de ciencia ficción, se puede castigar a un futuro delincuente antes de que cometa el delito. Pero es que ni siquiera se trata de eso. No hace falta sospechar o temer malos tratos ni ningún otro delito. El «riesgo» es un riesgo genérico e indefinido, no se sabe de qué, tal vez de que el niño sea «malcriado», o no se «socialice» adecuadamente, o vaya a saber de qué. Riesgos que, de materializarse, no constituirían un delito.
¿Y a quién le pasan las instituciones el niño así «amparado»? Pues habitualmente a un centro privado concertado que cobra por menor y al que interesa, como a los hoteles, conseguir la máxima ocupación posible. Sólo que el centro de menores cobra mucho más que un hotel.
Aquí pueden ver una estadística sobre más de 8000 niños «protegidos»:
El 47,6% se protegen en su propia familia. El 18,3%, en una familia ajena, en acogimiento o adopción. El 34%, 2.785 menores, en centros de asistencia.
Pero los costes son muy distintos, según el informe de junio de 2009 del Síndic de Greuges, el defensor del pueblo catalán:
Como puede ver en la página 236, la administración gasta 1.275 euros al año por cada niño acogido en la propia familia, 2.597 euros al año por cada niño acogido en su familia extensa, 3.129 euros por cada niño dado en acogimiento o adopción, ¡y entre 30.000 y 40.000 euros al año por cada niño internado, según el tipo de centro!
Saldría mucho más barato dar una ayuda económica a las familias sin recursos que quitarles a los niños. Pero nuestro sistema desconfía de las familias, sobre todo de las familias pobres, y prefiere gastarse el dinero en centros controlados por profesionales.
Extraído de todossomoshabiba.blogspot.com