sábado, 25 de diciembre de 2010

Papá, mamá ¿os habéis portado bien?

Reflexiones conjuntas de papá y mamá

Nos disponemos a escribir la carta a los Reyes Magos, pero nos preguntamos hasta qué punto hemos sido lo suficientemente buenos. Damos por hecho que son los niños quienes han de pasar el dichoso examen anual de bondad, pero no nosotros como padres. ¿Cuántas veces nos hemos puesto en su situación, cuántas veces nos hemos preguntado por qué lloran, dónde está la raíz de esa rabieta, en lugar de tirar por el camino fácill y terminar colgándole alguna etiqueta a nuestros niños como buenos o malos?

Tal vez ese ejercicio de reflexión, ponerse en el lugar del ser que más quieres, sea bastante difícil y nosotros desde nuestra altura de padres "seguros" y llenos de razones nos cueste más de un disgusto mental-emocional dejar a un lado esa máscara tan bonita (la de padres) y no nos bajemos a su altura de niños. Quizá en nuestra carta a sus Mágicas Majestades deberíamos pedirle algo a  nuestro pequeño niño interior, ese que no dejamos que disfrute, que siempre le estamos callando y que por querer tenerlo todo controlado (por amor y seguridad) le olvidamos en lo más profundo de nuestro ser. Si nuestro pequeño niño se dejara ver y se encontrara de bruces con nuestro hijo tal vez este último le enseñaría muchas cosas, tantas por las que deberíamos estarle agradecidos eternamente. Sí, a nuestros pequeños maestros, (el mejor terapeuta) que siempre están a nuestro lado y siempre tienen un abrazo y una sonrisa cuando llegamos a casa (y no ladran ni menean el rabo) nuestros hijos, los auténticos Reyes Magos.

Papá Alex


Las condiciones
Se acerca la fecha y se empieza a escuchar la misma cantinela de siempre, aburrida, ineficaz, culpabilizadora, pero tan popular que se escapa de las bocas de todo el mundo como un automatismo incontrolable. ¿Te has portado bien? ¿Has sido bueno este año?...

Al margen de que me chirría profundamente la tesis de que existen niños buenos (es decir, que no molestan y que no se atreven a cuestionar lo que dicen los mayores) y niños malos (es decir, lo contrario) me parece horrible asumir por parte de los niños que existen condiciones para todo. Incluso para la magia de los regalos de Reyes Magos. No soy religiosa en absoluto y sin embargo, he mamado como tantos otros la celebración de la Navidad porque toca. ¿Para qué nos vamos a engañar?... El ritual de los Reyes a mí de niña me hacía mucha ilusión, y ya entonces tampoco le daba un sentido religioso al tema (me pregunto si existe algún niño que lo haga) Creo que algo tan ilusionante y mágico debe ofrecerse a los niños porque sí, porque son niños, y ser niño lleva implícita la inocencia, la ilusión, y el merecimiento de todo el cariño posible. La moral católica cristiana nos ha hecho y nos hace mucho daño, sobre todo con el sentimiento de culpa y el espíritu de sacrificio todo el día a cuestas.

Portarse bien significa comportarse según nuestro baremo personal de lo que es bueno y lo que es malo. Me gusta considerar que somos lo que somos, ni buenos ni malos, en todo caso, buenos por naturaleza. Prefiero que mi hijo me cuestione, porque eso  me obligará a cuestionarme cada día como madre, a que aprenda que con ciertas actitudes le premio, porque en realidad estaría aprendiendo a actuar según las reacciones externas. Me explico, si dejamos que las condiciones dirijan las decisiones y actitudes de nuestros pequeños, no les dejaremos ser auténticos y no interiorizarán ni comprenderán el porqué de las cosas.

Creo que es mejor que los Reyes les traigan sus regalos porque sí, sin que tengan que preguntarse de qué manera nos pueden agradar y por consiguiente merecer el regalo. Los niños son un gran tesoro y nuestras infancias vividas como tal, nos ayudan a ser adultos coherentes, sinceros, y seguros. Y creo que haríamos bien si brindamos a nuestros hijos nuestro propio cuestionamiento.

Mamá Sonia


martes, 21 de diciembre de 2010

Una mirada al Sáhara

Este pasado verano tuvimos con nosotros dos pedacitos del Sáhara Occidental, dos granitos de arena del desierto; se llaman Moustapha y Sidi y fueron una revelación, configurando una experiencia única y enriquecedora para todos.

Después de lo ocurrido recientemente a nivel político y tras mucho tiempo viendo la injusta existencia que sufre el pueblo saharaui desde hace décadas, quiero rendir mi particular tributo a ambos, y hacerlo extensivo a sus familias, a su pueblo, a su cultura y a su identidad como país. Qué rabia e impotencia me producen el pensar que las vidas de tantas personas se vean truncadas por la tiranía, las decisiones políticas inapropiadas de ajenos, por la invasión...

Hablamos con Moustapha el otro día. Sigue teniendo la misma alegría de siempre, pareciendo ajeno a lo que acontece en su tierra. Habló con Álvaro, ilusionado al comprobar que efectivamente era capaz de entenderle, ahora que empieza a decir palabras de verdad. Nos preguntaba si había nieve por aquí. Los dos la vieron por primera vez este verano, en las cimas de los Pirineos.

A Moustapha le fascina el frío por desconocido, y a Sidi el mar por la misma razón.

Espero y deseo que algún día puedan volar libres y ser embajadores de su tierra allá donde vayan. En nuestros corazones permanecen.



Moustapha y Sidi en una playa del Cantábrico



lunes, 20 de diciembre de 2010

Más Besos y Brazos para el 2011

Para este próximo 2011 contamos con un calendario muy especial editado por la Asociación Besos y Brazos. Contiene una colección de imágenes de los propios socios y sus familias con la temática de fondo basada en la filosofía de la asociación: apoyo al parto respetado, lactancia materna y crianza con apego.

Creemos firmemente en el apoyo mutuo como refuerzo de nuestro estilo de crianza, incluso antes del embarazo. Por eso, la asociación organiza reuniones periódicas de grupos de madres y/o padres, sesiones de temática variada: porteo, lactancia, alimentación, educación...



Nos sentimos muy contentos de haber participado tanto en la parte artística como en la confección de un compendio de citas que a nuestro entender va en la línea de lo que creemos. Ha sido un trabajo hecho desde el corazón de padres, madres e hijos y dirigido a otros tantos que sienten que lo verdaderamente importante está al alcance de nuestras miradas.

Esperamos que lo disfrute todo el mundo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El nacimiento de Gael

Gael duerme ahora en mi regazo y siento que ha llegado el momento de empezar a contar su historia, su llegada al mundo hace ya un mes.

Se hizo esperar, o yo lo viví con mucha impaciencia. Pero él tenía claro que su nacimiento tenía que ser durante el cambio de mes y como nos dijo nuestro amigo Nacho, quería hacer honor a su nombre llegando con el cambio de año Samhain, el Sabbat pagano más importante, según nos contó. Llevaba varios días sintiendo algunas contracciones, y en el fondo sabía que no significaba que se desencadenara el parto de forma inmediata y mi impaciencia aumentaba por el terror que me producía la sombra del hospital, al que no quería acudir si todo era normal, como es en el 90% de los casos. Hizo falta que me relajara asumiendo que yo no tenía el control de nada, tal y como conté en la entrada “Enseñanzas de un pequeño maestro”. Hablé con Gael, y le hice saber que estaba en sus manos, que entendía que sólo él tenía la llave y que le esperaba con toda mi ilusión y mi fuerza.

Así, llegó el 31 de octubre y pasamos el día fuera con unos amigos. Regresamos tranquilos a casa, y sobre las 22.00 h mi mente y mi cuerpo viraron, tomando conciencia de lo que llegaba… Álvaro ya dormía y me acosté junto a él, para intentar descansar; “lo voy a necesitar”, pensé, pero tuve una contracción muy reveladora; su intensidad me hizo ver que aunque fueran aún los pródromos y pudiera dormir entre contracciones, no lo haría durante ratos largos. Al momento, no puedo precisar cuánto tiempo transcurrió, otra igual. Abrí los ojos, estupefacta. ¿Otra? ¿Ya? Era igual de intensa y por momentos la ilusión me fue creciendo, pero aún así, no quería dar la voz de alarma por si no era definitivo. Además, quería estar conmigo misma, por el momento era lo que necesitaba, conectar con lo que me estaba ocurriendo. Pensé: “venga, intenta dormir y vamos a por las posturas asimétricas”. Pasó un rato, y aquello no paró, no dormí ni un instante así que me levanté y me fui al salón donde estaban Alex y el tatami, que tiene su protagonismo en la historia. Le dije a Alex que creía que la cosa iba en serio ¡Por fin! Estuvimos juntos un rato con la luz apagada, paseando entre abrazos, haciendo rotaciones con la pelota y de rodillas en el tatami. Estaba resultando de repente muy intenso, eran contracciones de pre-parto muy claras, muy potentes y acaricié una sensación ya conocida 32 meses atrás, con un gusanillo en el estómago por lo que estaba empezando a moverse. Las sesiones de terapia craneo-sacral que Susana, mi querida matrona y amiga, me dio los días previos estaban funcionando y el ritmo era muy bueno.

Llamamos a Susana. Nos dijo que venía a casa para ver cómo me encontraba y que estaba dispuesta a pasar la noche con nosotros aunque no estuviera de parto. Vino sobre las 23.30 que yo recuerde, y empezó a hacerme Reiki en el tatami, además de craneo-sacral, pero llegó un momento en el que no soportaba la postura tumbada, aquella que tanto sufrimiento me hizo pasar en el parto de Álvaro. No quise ningún tacto, pero al rato se lo pedí y ahí estaban esos 5 cm de cuello dilatado. ¡Toma ya! ¡Qué maravilla! Mi cuerpo funcionaba y mi pequeño hacía su trabajo también. Mi sensación era que tenía contracciones muy seguidas, muy intensas, pero no muy prolongadas. El ambiente en la casa era muy íntimo, justo lo que necesitaba. “Michel Odent no se equivoca”, pensé y me sentí muy orgullosa de lo que estaba viviendo, de forma consciente y dejándome llevar poco a poco por mí y por la naturaleza. Alex había apagado las luces, puso velas en sitios estratégicos, conectó la música que habíamos preparado para el momento, encendió mirra y se encargó de toda la logística y de todos los detalles, muy sereno, muy cercano y emocionado también, el acompañante perfecto.

En un momento dado quise irme al despacho, al pequeño sofá que tenemos allí y me puse en posición vertical de cara a la pared y apoyada con los antebrazos en el respaldo, encajando contracciones según llegaban. Ya dolía mucho, pero la postura me ayudaba y creo que fue allí donde conecté del todo, entré en partolandia, comencé a sudar y me evadí de todo y de todos. En ese intervalo habían llamado a Emilio Santos, el ginecólogo que nos iba a acompañar y se puso en camino a casa. Durante las contracciones me era imposible hablar o escuchar nada, en un momento pensé que una sola foto me hubiera molestado. Afortunadamente, Alex entró en el planeta parto conmigo y ni se planteó echar mano de la cámara, y eso que lo habíamos hablado, que discretamente documentara el proceso, pero tal es la conexión que tenemos, que ninguno de los dos lo consideró llegado el momento.

Pasada una contracción fortísima le pregunté a Susana si era buen momento para un relajante baño, asintió y ambos se dispusieron a preparármelo mientras yo seguía mi tertulia particular con el sofá. Cuando estuvo lista la bañera, llegaba Emilio, que me dijo un discreto: ”Hola Sonia, ¿cómo estás?”, creo que le sonreí y conseguí responder con un “hola” y me metí en la bañera. “¡Qué placer!”, exclamé. Fue una sensación tan reconfortante que por unos momentos olvidé el rato tan intenso que estaba viviendo minutos atrás. Allí al principio todo era más sencillo…

Pero la intensidad subía y subía, me llegaban las contracciones y las recibía al principio con serenidad, después notaba cómo me iba despedazando hasta el punto máximo y luego la bajada era una delicia. Las endorfinas surtían efecto y la evasión que sentía era muy gratificante. Me aislé del mundo aún más, sentía una fuerza muy grande que me hacía pensar en Gael con cada contracción, notando cómo descendía poco a poco. Cada contracción me acercaba más a él, le estaba ayudando a nacer sin prisas, sin miradas indiscretas, sin directrices externas, nadie me hablaba, sentía la compañía de Alex y de Susana en el baño, con la luz de una vela; después supe que allí ella me estaba pasando Reiki de nuevo, todo un lujo de parto. Según pasaban los minutos, me dolía el sacro más y más, apretaba la mano de Alex y en un momento dado le pregunté a Susana si creía que iba para mucho porque sentía que no iba a poder, había llegado mi momento de flaqueza; ella me respondió que todo iba muy bien y ambos me dijeron que claro que podía, lo estaba demostrando. Notaba la cabeza de Gael hacer camino y casi sentía cómo se abrían todos mis huesos. Emilio entró en el baño, y auguró que el expulsivo estaba cerca pero que no era inmediato. Oí cómo Susana susurraba que aún no estaba empujando. Cierto, y de hecho, quería que fuera mi cuerpo el que empujara solo, que el reflejo de eyección fetal hiciera su trabajo, pero de repente sentí una fuerza muy poderosa que me pidió empujar y así lo hice…

Quería salir de la bañera, ya no estaba a gusto y me incorporé a cuatro patas, pero me encontraba muy incómoda, la bañera era muy estrecha y quise que me sacaran de allí. Me vino una contracción que tuve que encajar casi en volandas y ya una vez fuera, de camino del baño al salón, que es donde quería ir, me colgué literalmente de Alex, parando a cada contracción, utilizando su cuello como percha y dejándome llevar por la sensación, por el dolor, sintiendo el círculo de fuego, que quemaba de verdad. Conseguimos llegar a la puerta del salón, dimos dos pasos más y allí nos quedamos. Emilio y Susana, desde la barrera, haciéndome sentir la protagonista total del hermoso acontecimiento, se tiraron al suelo, con linternas y esperaron… Eso sí es respeto y confianza, sin bisturís, sin tocar, sin hablar…

Los pujos fueron muy animales, los sonidos que emití nos los conocía de antes. Puse a disposición de Gael y de mí misma, toda mi animalidad intrínseca y comprobé que efectivamente, era una mujer que corría con los lobos. Casi magullo del todo a mi querido Alex, que le destrocé en uno de mis “cuelgues”.

02.59 h del día 1. Momento mágico. Sigo en pie y siento la cabeza de mi pequeño abrirme, ya me he partido, ya el camino está hecho y en la siguiente contracción sale su cuerpecito. Es la sensación más maravillosa que he sentido en toda mi vida. Se me han olvidado de repente todos los dolores, aquí no ha pasado nada, nada más y nada menos que ha nacido mi segundo hijo, rodeado de amor y de respeto, sin luces, sin prisas, el ritmo lo ha marcado él, le he ayudado a nacer como debe ser; es una preciosidad, le recojo en mis brazos, arrodillada en el tatami, absorta de felicidad, a mi lado Alex se sienta llorando, emocionado. Está siendo muy intenso lo que estamos viviendo juntos y esto es el súmmum.

Esperamos a que el cordón deje de latir para que Alex practique el corte de la unión Gael-mamá. Mi niño ha comenzado a respirar lenta y suavemente, no ha tenido que hacerlo de forma brusca por un corte precoz del cordón, como tuvo que hacerlo mi primer bebé, su hermano mayor.

Sale la placenta y a mí me sigue doliendo mucho el sacro, pero nada me detiene ya. He parido a Gael, está en mi pecho, seguro, nadie le separa de mí, nadie le hace controles innecesarios. Todo está normal. Inmediatamente después bebemos y comemos nuestro reconstituyente personal, entre los cuatro, celebrando la maravillosa Naturaleza, el milagro de la vida, la llegada al mundo de una nueva alma. Lástima que Álvaro se ha perdido el momentazo. No me explico cómo no se despertó ni me escuchó.

Nos vamos a la cama a las 06.00 h. Nunca olvidaré lo bien que dormí las dos horas siguientes, desnuda piel con piel con mi pequeño. Y nunca olvidaré la cara de Álvaro al despertar y comprobar que mamá tenía menos barriga, y que había un bebé compartiendo la cama con él. No dejo de emocionarme al recordarlo. Mis dos niños juntos. Los cuatro juntos.


Ha sido un parto delicioso, emocionante, vivido con conciencia, respetado al máximo y curativo en cierto modo: una parte de mí ha sanado en este momento por la pesadumbre que llevo en mi interior por no haberle podido dar a Álvaro el mismo nacimiento y sólo me queda la espina personal de no haberlo llevado a cabo aún habiéndolo pensado… He perdido la noción del tiempo, del espacio, me he sumergido en las sensaciones y eso me ha ayudado a conectar en un plano muy profundo con mi ser esencial. He pasado por encima de todos los miedos y condicionantes que he ido asimilando a lo largo de mi vida, he sorteado los prejuicios, la juicios externos y eso me ha hecho más fuerte. Si tuviera otro hijo, volvería a parir en casa, sin ninguna duda.

Gracias a mi compañero de viaje, Alex, por confiar sin condiciones en mí, por su serenidad y acompañamiento desde el corazón. Y a mi hijo Álvaro, que me abrió la puerta de la crianza consciente y me enseñó a confiar en la vida.

Gracias a Emilio Santos por su asistencia desde el respeto y por sus dotes culinarias. Y a Susana por su acompañamiento desde el convencimiento y por su cercanía.

Gracias a la red de mujeres de El Parto es Nuestro, asociación a la que pertenezco y de la que me siento muy orgullosa. De ellas he aprendido no sólo lo que significa el respeto en la atención al parto, sino también la solidaridad, la camaradería y el apoyo mutuo. Cada vez que uno de nuestros hijos nace, el cielo se ilumina con las velas que encendemos unas por otras. Confío en que un acontecimiento tan natural como trascendental sea considerado como tal en nuestro país,  en un futuro no muy lejano. Por eso luchamos cada día.

Y como dijo Violeta Parra: Gracias a la vida, que me ha dado tanto…