Cuentan que una sirena que residía en un
lejano mar, vivía entregada a su comunidad, servía de embajadora en reinos
vecinos y era querida por todos. Tal era su complacencia, que se convenció de
que su misión en aquella comunidad era esa, servir a los demás y velar por la
felicidad ajena.
Cierto día, sucedió que la sirena comenzó a
sentir algo extraño. Aquel hábitat tan idílico donde vivía, de pronto le
pareció que tenía rincones que hasta ahora no habían llamado su atención. Así
fue cómo decidió adentrarse en las más oscuras cuevas nunca exploradas. En su
viaje a ellas, pudo vislumbrar unos cofres custodiados por los guardianes del
olvido. Aquellos cofres contenían muchos de los secretos y claves escondidas de
la historia de su comunidad.
En una de las incursiones de la sirena, un
objeto cuya forma nunca había visto llamó su atención; era una pieza de metal
alargada, muy llamativa, con un brillo especial, con un extremo en forma de
óvalo y el otro con una terminación extraña, de tal manera que no acertó a
adivinar su utilidad. Comenzó a jugar con la pieza cerca de uno de los cofres,
percatándose en ese juego de que su preciada pieza podía acoplarse a un
orificio situado en él. Era la llave que permitía el acceso a su contenido.
Además, los guardianes del olvido desconocían la existencia de llaves maestras
que podrían destapar los tesoros allí escondidos, con lo que su poder embriagador
quedó difuminado. Pero la curiosidad y ganas de indagar de la sirena fueron
suficientes para comenzar a destapar todo un mundo nuevo. Más cofres esperaban
a mostrar sus contenidos para que la sirena los explorara…
En ese primer cofre encontró el mapa de un
territorio desconocido. Parecía no existir el agua en abundancia en él. Parecía
una frontera difícil de imaginar, la intersección de dos mundos paralelos,
complementarios. No sin miedo, decidió seguir la ruta marcada hacia aquel
extraño lugar. Poco a poco, sus excursiones le fueron mostrando un mundo de
posibilidades diferentes. Y los seres de su comunidad, al principio se
extrañaron del comportamiento de la sirena, y con el tiempo, llegaron a pensar
que se había transformado en algo que no les gustaba ya, incluso intentaron
sembrar de miedo y culpa el camino que ella había elegido. La firmeza de la
sirena fue muy grande, pero su tristeza la sumió en un pozo aún más profundo
que aquellas cuevas que le abrieron a lo desconocido. Una vez abajo, tomó el
mayor impulso de su vida y desplegó todo su potencial, volvió a recorrer una y
mil veces aquella ruta inicial que le había mostrado el cofre y fue consciente
entonces de que su valía nada tenía que ver con lo que su comunidad necesitara
de ella. Había encontrado la vía de la autenticidad.
Desde entonces, cuentan que la sirena duerme
entre la tierra y el mar arropada por éste y en sintonía con lo que necesita de
ambos mundos.