domingo, 31 de octubre de 2010

Enseñanzas de un pequeño maestro

Me acabo de dar cuenta de que Gael me está enseñando algo importante. No sabía muy bien de qué manera interpretar a través del raciocinio lo que me estaba ocurriendo estos últimos días, pero finalmente dí con ello.

Mi segundo gran maestro, el que me está abriendo de nuevo el alma, me está mostrando dos cosas: por un lado, que no puedo ni debo decidir por él; es dueño de su vida, como deberíamos ser todos y cada uno de la nuestra. La segunda enseñanza tiene que ver con las expectativas.

Llevamos esperando su llegada desde hace una semana y en un momento dado, la espera se convirtió en impaciencia, después se tornó en angustia, hasta que de nuevo apareció la calma relativa. Lo que tiene que ser, lo será en su momento. No soy quién para asignar un día en el calendario y controlar desde el principio de su existencia exterior su vida y sus sensaciones, así que retomo la confianza en mí, en mi cuerpo, en mi sabiduría de mujer salvaje, pero sobre todo en él, quien es el único que realmente tiene la llave de todo y espero… eso sí, con ganas, para qué negarlo.

Aprendo también que me he dejado llevar por la locura del control y la planificación; no soy dueña del destino, no todo depende de mí y de ahora en adelante tomaré conciencia en cada acto, cada situación de hasta qué punto puedo modificar el camino hacia el destino de las cosas. Siempre cuestionando.

Gracias, hijo, te esperamos con los brazos abiertos.

lunes, 25 de octubre de 2010

Erre que erre

Dado que tras el penoso reportaje publicado por el mundo en el que se nos insulta al género femenino en general y a las mujeres que amamantamos en particular, tildándonos de retrógradas y de otras muchas lindezas, (que ya comenté en la entrada “Soy mamífera”), que generó el movimiento tan grande en Facebook, y al que se sigue respondiendo con otro insulto al conocimiento científico y a la opción de vida de muchas familias, bajo el título “El cuento de la madre y la vaca lechera es tabú”, no quiero perder la oportunidad de contestar por última vez a la ignorancia y sobre todo a la mala fe de los que consintieron la publicación de este último. Por cierto, y aludiendo al titular, parece que el tabú está en ver amamantar; le ocurre a gran parte de la sociedad, está mejor visto un bebé con biberón en sus manos o en las de su madre, que un bebé con esas mismas manos en el pecho de su madre.


El movimiento al que aludo llamado “Me indigna que El Mundo haga este ataque a la lactancia materna” y al cual me uní el mismo día de la aparición del primer reportaje, ha publicado una nota en respuesta que merece la pena mencionar:


Señores de El Mundo: Sabemos que nos leen. Sabemos lo difícil que es criar. Por supuesto, no criticamos a las madres que dan biberón. Ni siquiera nos indigna que nos critiquen por dar pecho. A eso ya estamos más que acostumbradas.


Lo que sí nos indigna es que “¿profesionales?” de la información tergiversen la realidad descaradamente en contra de la lactancia materna. Que lo hagan desde su posición de poder. Que lo intenten convertir en ideología. Y, sobre todo, que lo planteen como una guerra de mujeres.


No señores, no. La guerra no es entre nosotras. Es contra el sistema. Queremos poder decidir. Unas y otras. Pero para poder hacerlo, necesitamos información veraz, apoyo y respeto. Lo que ustedes no han demostrado todavía. 


Poco más quiero añadir, sólo que constancia escrita queda de su hipocresía al tratar un tema que no debería ser motivo de discusión, como no lo es la nocividad del tabaco u otros asuntos relacionados con la salud en general. Hipocresía e ignorancia, porque en ningún momento vislumbro de dónde ha salido esa información que la Sra. Machado decía que estaba demostrada. En una de las cartas que su periódico recibió de Dña. María del Carmen Iglesias de la Cruz, Doctora en Farmacia, y que por cierto, no se menciona nada de ella, escrita y documentada como nadie lo ha hecho en su periódico (ésto sí es rigor científico) se exponen punto por punto con referencias bibliográficas, ya no los beneficios de la leche materna, que repito, no deberíamos estar cuestionando, sino más bien los perjuicios de la leche artificial. Pero está claro, no interesa, económicamente hablando. Quiero insistir en que la opción de muchas madres de dar biberones, no está reñida con la opción de las que no lo hacemos. Lo respeto y lo respetamos.


Y en referencia al neomachismo del que habla Amparo Rubiales, me queda más que reírme, o más bien, compadecerme de alguien que reniega de su condición de mujer y que confunde la maternidad y en concreto el amamantamiento con la esclavitud. Usted nos insulta llamándonos talibanas de la teta. A nadie que no quiera amamantar la tacharía yo de talibana del biberón, pero, lo que son las cosas, los que decidimos seguirnos a nosotros mismos y no a los dictados de moda o malos consejos, se nos insulta. Pues muy bien. Penita me dan. Se perdieron de ustedes mismos y ya les es muy difícil reencontrarse.


Hoy en uno de los libros que tengo más a mano me encuentro esto: La Naturaleza nunca dice una cosa y la sabiduría otra” Juvenal (c. 60-140 a.c.). Pues viene al pelo la cita, me parece buenísima al hilo de todo lo que acontece en el mundo en general y en el periódico en particular.


Les dejo, que voy a darle teta a mi hijo.


sábado, 23 de octubre de 2010

Coherencia- A John Taylor Gatto

La entrada de hoy no es mía, pero quiero plasmar el pensamiento de John Taylor Gatto, gran maestro y revolucionario de la educación. Dejo sus palabras cuando dimitió en 1991, siendo aún "Mejor Profesor del Año" del estado de Nueva York. Este título se le había otorgado en tres ocasiones. Desde entonces, se dedica a dar conferencias sobre las alternativas al sistema educativo vigente y los éxitos académicos alcanzados a través del home schooling o educación en casa, habituales en EEUU y Europa. A pesar de los años transcurridos, la esencia de la educación no ha cambiado, diseñada para el aprendizaje dirigido con pocas o nulas oportunidades de potenciar la verdadera interiorización de ideas y conceptos a través de la curiosidad natural e innata en los niños, que facilitaría además el libre pensamiento y el cultivo de un criterio verdadero, no impuesto de forma sutil; por eso creo que éste es un mensaje atemporal y digno de ser rescatado.


He enseñado en la escuela pública durante 26 años pero ya no puedo hacerlo más. Durante años, pedí al Consejo de Educación local y al superintendente que me dejara enseñar un currículum que no hiciese daño a los alumnos, pero ellos tienen otras cosas de qué ocuparse. Así que voy a dimitir, creo.

He llegado poco a poco a comprender lo que significa realmente enseñar: un currículum de confusión, oposición de la clase, justicia arbitraria, vulgaridad, rudeza, falta de respeto a la intimidad, indiferencia a la calidad, y total dependencia. Enseño cómo encajar en un mundo en el que yo no quiero vivir.

Simplemente, no puedo hacerlo más. No puedo enseñar a niños que esperan que les digan lo que tienen que hacer; no puedo enseñar a personas que dejan lo que están haciendo cuando suena un timbre; no puedo persuadir a los niños para sentir justicia en su clase cuando no la hay, y no puedo convencer a los niños de que crean que los maestros tienen secretos valiosos que ellos podrán conseguir si siguen nuestras disciplinas. No es cierto.

La Educación del Gobierno es la aventura más radical de la historia. Mata la familia al monopolizar las mejores etapas de la infancia y al enseñar a no respetar el hogar y a los padres.

¿Una exageración? Apenas. Los padres no tienen la intención de participar en nuestra forma de educación, todo lo contrario. Mis órdenes como maestro de escuela son hacer que los niños encajen en un sistema de entrenamiento animal, no ayudar a que cada uno encuentre su particular camino.

El anteproyecto completo del procedimiento que sigue la escuela es egipcio, no griego ni romano. Nace de la fe en que el valor humano es un bien escaso, representado simbólicamente por la estrecha cima de una pirámide.


Esa idea pasó a la historia americana a través de los Puritanos. Encuentra su representación "científica" en la Bell Curve, a lo largo de la cual el talento se reparte supuestamente por alguna Ley de Hierro de la biología.

Es una idea religiosa y las escuelas son su iglesia. La ciudad de Nueva York me contrata como sacerdote. Yo ofrezco rituales para mantener acorralada la herejía. Proporciono información para justificar la pirámide celestial.

Sócrates previó que si la enseñanza se convertía en una profesión formal sucedería algo así. El interés profesional se sirve mejor si lo fácil se muestra como si fuera difícil; si se subordina lo laico al sacerdocio. La escuela se ha convertido demasiado vitalmente en un proyecto de trabajos, en un contratista y una protectora del orden social para que pueda permitirse que sea reformada. Tiene aliados políticos que vigilan su marcha.

Ese es el motivo de que las reformas vengan y vayan sin que haya muchos cambios. Incluso los reformadores no pueden imaginar una escuela muy distinta.

David aprende a leer a la edad de cuatro; Raquel, a la edad de nueve: si el desarrollo es normal, cuando ambos tengan trece, no se podrá decir cuál de ellos aprendió primero; la extensión de los cinco años no significa nada en absoluto. Pero en la escuela etiquetarán a Raquel como "incapacitada para el aprendizaje" y a David lo frenarán un poco también. Por un sueldo, hago que David dependa de mí diciéndole cuándo empezar y cuándo parar. Nunca superará esa dependencia. A Raquel la identifico como mercancía de saldo, "educación especial". Después de unos pocos meses, quedará encerrada en su sitio para siempre.

En los 26 años que he estado enseñando a niños ricos y pobres, casi nunca me he encontrado a un niño "discapacitado para el aprendizaje"; casi nunca me he encontrado tampoco con un "dotado". Como todas las categorías escolares, estos son mitos sagrados, creados por la imaginación humana. Derivan de valores cuestionables que nunca examinamos porque preservan el Templo de la Educación. Ese es el secreto detrás de los exámenes con respuestas cortas, los timbres, las clases de duración fija, las clases divididas por edades, la estandarización y todo el resto de religión escolar que castiga nuestra nación.

No hay una buena manera de educarse; hay tantas como huellas dactilares. No necesitamos profesores certificados para hacer que la educación ocurra... eso probablemente garantiza que no lo haga.

¿Cuántas pruebas más hacen falta? Las buenas escuelas no necesitan más dinero o un año académico más largo; necesitan elecciones de libre mercado, variedad que hable para cada necesidad y corra riesgos. No necesitamos un currículum nacional, o un examen nacional. Ambas iniciativas surgen de la ignorancia de cómo aprenden las personas, o de una deliberada indiferencia hacia ello.

No puedo enseñar así por más tiempo. Si os enteráis de algún trabajo en el que no tenga que hacer daño a los niños para ganarme la vida, hacédmelo saber. En otoño estaré buscando trabajo, creo.

 
The nine assumptions of modern schooling. John Taylor Gatto. Alliance for the Separation of School & State
AGAINST SCHOOL. How public education cripples our kids, and why, por John Taylor Gatto. Harper's Magazine. 2001.

lunes, 18 de octubre de 2010

Soy mamífera

Estaba preparando un artículo muy personal acerca de mi visión sobre la lactancia y de repente ayer me topo con un patético reportaje, mal documentado y por tanto mal argumentado en el magazine de El Mundo, en contra de la lactancia natural cuyo titular es “¿Madre o vaca?”. El título en sí es estúpido, porque las vacas son madres, no veo la necesidad de elegir entre una y otra; lo penoso es que pretende hacer una divertida comparativa entre las vacas y las madres que amamantamos, como si la vaca fuera la única mamífera del planeta con la que compararnos. ¡Qué ignorancia! El reportaje lo firma Carmen Machado; no sé quién es, no suelo leer este periódico, pero ahora aún menos, dada la pésima calidad de la información que se desprende del reportaje y lo dañino de las palabras que hay en él. No lo voy a desglosar por completo, tan sólo seguir en la línea de lo que escribía en estos días y aprovechar para protestar por este retroceso en la visión de la Humanidad en general, que menosprecia el papel natural de la mujer como madre, dispensadora de alimento físico y emocional de sus crías, con engaños de corte feminista que nada tendrían que ver con ello.
A mí me maravilla la lactancia. Soy una auténtica convencida de lo poderoso y mágico de este acto tan natural y tan denostado actualmente, en según qué situaciones. Pero no voy a contar los innumerables beneficios nutricionales de la leche materna, aunque me sienta tentada porque parece ser que es lo que más importa, y además es una de las carencias del reportaje, en otro momento compilaré la información científica acerca de ello, sino que quiero ir un poco más allá y desentrañar el significado más profundo que tiene para mí el lactar.
Amamantar y ser amamantado es un intercambio de energía, amor, entrega, contacto físico y visual, olores, estímulo oral, cariño, ternura, apego, caricias, embelesamiento, respiración, gestos, voces, tacto, tibieza, cobijo, bienestar… podría seguir hasta el infinito, y es que todo eso y más es lo que a mí me inspira;  es uno de los actos de amor más altruistas que una madre puede hacer. Y bajo mi punto de vista, es algo indispensable para la fusión emocional con el bebé, clave para su crecimiento integral como persona.

Para dar de mamar, no hay receta más simple que querer hacerlo y si encuentras dificultades, buscar apoyo, pero apoyo de verdad que lleva parejo el acompañamiento, no consejos baratos. ¿Cómo es posible que la especie humana, y más en concreto, el mundo occidental, piense que es algo que depende de la suerte? ¿Nos estamos extinguiendo como especie? No es posible que porcentajes tan elevados de mujeres piensen y digan que no tienen leche, o que la tienen aguada, o de mala calidad. Es absurdo, habríamos acabado ya nuestra existencia. Hay algo muy poderoso que genera muchos beneficios económicos: la cultura del biberón, inventado para salvar niños abandonados a su suerte en los orfanatos (bendito invento), pero de ningún modo extrapolable a niños que están junto a sus madres; sí, alguien me dirá que puede que haya mujeres con problemas físicos para lactar, claro que las hay, igual que las hay diabéticas, o cardiópatas, pero no es lo habitual. Que un porcentaje cercano al 30% de mujeres piensen que no pueden amamantar es en sí patológico… Con esto sólo pretendo invitar a la reflexión para reconectar con nuestra animalidad y condición de mamíferos, y desterrar mitos y condicionantes. ¿Quién o quiénes hicieron creer a estas mujeres que no eran capaces? ¿Y quiénes han equiparado biberón a teta, cuando no es cierto, bajo ningún punto de vista, ni nutritivo, ni afectivo…? No lo digo yo, lo dicen los estudios, si es que alguien quiere recurrir a ellos. Sra. Machado, ¿los ha leído? Puedo constatar que no.
Hay muchos factores que influyen en el fracaso de la lactancia materna, no sólo lo que he expuesto anteriormente. ¿Por qué le ponemos límites a la teta? ¿Cómo nos atrevemos a controlar tiempos de succión, y horas de toma? Lo mejor para llevar la lactancia de forma natural es olvidarse del reloj y andar con el bebé sobre el pecho desnudo todo el día, es así de sencillo, pero claro, debemos despojarnos para ello de los “debes” de siempre. “Debo” estar presentable, “debo” parecer la misma de antes… nada es igual, con lo que, ¿por qué luchar contra la Naturaleza? Este es uno de los puntos del reportaje de Carmen Machado que me apenan. ¿Desde cuándo tenemos que renunciar a nuestra condición de mujer-madre para incorporarnos al “mundo”? ¿Acaso ese “mundo” merece la pena como benefactor para la sociedad? ¿No es otro de los engaños del sistema consumista que aliena el ser humano? Es en este momento cuando quiero expresar mi respeto hacia aquellas mujeres que sí consideran prioritario el sistema a su genuina existencia. Cada cual es libre de escoger, pero tengo la sensación de que no siempre lo hacemos informadas y mucho  menos conectadas con nuestra verdadera historia personal ni nuestra verdadera esencia. Simplemente, nos dejamos llevar por las olas de lo estipulado y lo que se nos vende como exitoso; de esta manera, pretendemos tener cuerpazos, nos operamos lo que haga falta, abandonamos a nuestros niños en guarderías porque tenemos que seguir en nuestro tren, y pensamos que es obsceno amamantar a nuestros hijos, cuando nos gusta lucir escotes sugerentes y compramos los perfumes que se anuncian con un pecho por delante. ¿No es absurdo? Me parece respetable que cada una elija, pero de ninguna manera me voy a dejar insultar por querer hacer lo que hago, amamantar sin límites, sin horas, sin tiempos, sin edades, sin recomendaciones basadas en los prejuicios, porque soy una mamífera y voy a ejercer como tal. Y por cierto, sé de buena tinta que se puede compatibilizar la lactancia natural con el trabajo, sin tener que recurrir a los biberones, siempre y cuando una quiera, y se asesore si lo necesita.
La falta de respeto hacia los ritmos naturales de la especie humana hace que nuestras crías  crezcan en un ambiente totalmente impersonal y desapegado de su sostén principal. Esto tiene consecuencias en el futuro, más de una vez lo he dicho: las consultas de los psicoterapeutas están a rebosar y el conductismo voraz que impera en la educación de nuestros hijos dejan huellas que podemos vislumbrar a corto plazo, pero que a largo plazo, causan estragos. Porque hemos de saber que nuestra naturaleza está hecha para ser criados con leche materna y brazos durante mucho tiempo, más que los 6 meses de lactancia materna exclusiva, recomendados por la OMS, que ni esos se respetan por lo general, más pendientes estamos de las curvas de crecimiento (percentiles) que del crecimiento en sí de nuestro hijo, a ningún nivel. Ningún biberón podrá jamás sustituir todo eso. Desde aquí, mi abrazo solidario a aquellas mujeres que no supieron, que no pudieron, que se dejaron mal aconsejar y que hubieran tenido otro destino guardado para sus hijos si se hubieran escuchado.
Soy y somos mamíferas. A estas alturas, ¿alguien se atreve a cuestionarlo?

viernes, 8 de octubre de 2010

Lo que de verdad importa

Estas son sólo algunas de las reflexiones que me he hecho en estos (pocos) años que llevo siendo madre, pero que han supuesto un vuelco tan grande en mi forma de concebir el mundo, la vida interior, la vida en comunidad y la vida en general, confirmándome por qué tenía esa inquietud que no terminaba de aflorar… Me quiero centrar en esta entrada en lo que llaman conciliación familiar y laboral.

Fuimos padres por primera vez en marzo del 2008. Más allá del cambio vital que supone la llegada de un hijo, comenzamos a caminar de la mano de ideas que iban y venían, replanteamientos del significado de las cosas, cuestionamientos de lo realmente importante, es decir, dando prioridades según íbamos “aprendiendo” a ser padres consecuentes y lo más coherentes posibles con nuestro pensamiento y filosofía. Entrecomillo aprendiendo porque estoy convencida de que todos albergamos en nuestro interior al hijo, al padre, a la madre, a la abuela… es algo que no se enseña ni se aprende, como a controlar esfínteres, es algo que surge como parte de la evolución natural personal. Otra cosa es que nos hayamos dejado adormecer por la vorágine de esta sociedad impersonal y que nos dicta lo que hemos de ser y cómo hemos de funcionar.

Así, y a título personal, me fui dando cuenta de que el montaje de la trama en la que vivimos, obligaba a tomar una serie de decisiones que iban contra natura, y en concreto, iban en contra de lo que yo pensaba y sobre todo sentía, porque en innumerables ocasiones el pensamiento está condicionado por lo socialmente aceptado, lo que se espera de uno, lo que está “bien visto”. Según andas y ahondas en ti, vas soltando esos lastres culturales, vas llegando a conclusiones tan obvias…. y tan difíciles de casar con esos condicionantes…Entonces debes tomar una determinación:

- o haces lo que es normal, en el sentido de habitual, lo que hace todo el mundo y te desconectas una vez más de tu esencia
            - o haces lo que te pide tu cuerpo, tu alma y tu corazón, siéndote fiel a ti mismo

Yo hice lo segundo junto a mi pareja. Estábamos en el mismo barco. Teníamos clara la prioridad. Queríamos, porque así lo sentíamos, un estilo de crianza basado en el apego, en el contacto continuo, en la lactancia materna continuada, en el compartir lecho, en los besos, en los abrazos, en la confianza y el respeto hacia esa persona tan pequeña, en la no escolarización precoz…


De esta forma, decidimos que uno de los dos se quedaba en casa con el peque. Es una de las decisiones más importantes que hemos tomado, aunque muchos no lo entiendan, porque además, nuestro caso es peculiar. Como madre, me encantaría estar con mis niños (pluralizo ahora que se acerca el nacimiento de Gael) en casa. Como mujer consciente del lugar en el que nos ha tocado vivir (hasta que decidamos ese salto que espero para algún momento no muy lejano) medité y meditamos juntos también. Necesitábamos una solución global, familiar; de nada nos servía que yo dejara de trabajar si no iba a contar con la compañía del padre, dado que trabajaba en unos turnos que le permitían tener tan sólo dos ó tres horas al día de vida familiar de verdad. Sin embargo, mi caso era (es) diferente: sin horarios agobiantes, con muchas posibilidades a varios niveles, con una libertad inusual en el mercado laboral. Estaba claro. Papá se quedó en casa y todos contentos. Los posibles problemas que a priori pudieran aparecer se solventaban sin ninguna dificultad, como por ejemplo con la lactancia. En ningún momento mi bebé tuvo que ser alimentado a biberón, no adelantamos en absoluto el ofrecimiento de la alimentación complementaria. Me hice amiga íntima del sacaleches durante el primer año y comprobé que si quieres y crees en algo, puedes. De hecho, llevamos 31 meses de feliz lactancia.

Basada en esta experiencia personal, me reafirmo en mi convicción de que es fundamental una figura en casa y si son las dos, muchísimo mejor. Nosotros vivimos muy felices así, estamos en total sintonía, compartimos todos los pasos de nuestro pequeño y nada nos detiene. El tiempo es nuestro. La vida también.

No obstante, seguiremos luchando de la manera que podamos para que en un futuro, esperemos no muy lejano, las madres puedan disfrutar de una baja maternal en condiciones, al menos acorde a las recomendaciones de la OMS, para que la crianza se considere un tema prioritario y dejemos, en general, de servir a la sociedad como meros fabricantes de mentes uniformadas, obedientes y entregadas a la causa, o sea, a las empresas, a la dinámica de generar dinero y a la alienación del ser humano. Al menos mis hijos mamarán esta manera de ayudar al mundo, recuperando lo que perdimos no hace mucho, nuestra sabiduría que no necesita manuales, nuestro poder y autoestima que no está supeditada a reconocimientos profesionales y demás insustancialidades. Hubo un tiempo, hace varios años, en que necesité reafirmación en mi trabajo; suerte que me dí cuenta del vacío que escondía aquello. No necesito demostrar nada a nadie, ni siquiera a mí misma. Lo que de verdad importa está dentro de nosotros, y lo dejamos escapar engañados por los posibles sueños que en la realidad nunca alcanzas porque son humo, sin autenticidad. Merece la pena llegar a verlo, ¿verdad?

sábado, 2 de octubre de 2010

Laura Gutman en Madrid

El pasado 27 de septiembre, Laura Gutman, dentro de su gira por España, ofreció una conferencia en Madrid, bajo el título “Nuestras infancias reflejadas”, a la que acudí con unas ganas locas de por fin escuchar a quien tanto había leído, releído e interpretado. Fueron tres horas que transcurrieron deprisa, con una audiencia entusiasta y entregada, con perfiles muy similares, algunos bebés con sus madres, o sea, muy en la línea de lo que esperaba.
No pretendo hacer un resumen técnico de todo lo que en ese (escaso) espacio de tiempo se expuso, no hay más que leer alguno de sus libros para hacerse una idea de la línea de pensamiento y trabajo de esta terapeuta familiar, de lo que significa la vivencia de la infancia, la influencia tan grande que tiene en el adulto que somos, lo que es la construcción del personaje o del yo engañado y otras muchas consideraciones, bajo mi punto de vista, muy interesantes y que dan para profundizar todo lo que uno quiera.
Más bien me gustaría resaltar aquello que más me tocó en lo profundo, anoté y reconsideré como una segunda parte de mi búsqueda. Digo “reconsideré”, porque habiendo leído varias veces todo el material publicado por ella, se me removieron cosas sin querer, que ya había tenido ocasión de trabajar en mi terapia. Pude ver entonces que el trabajo surtió efecto, me sentí en total conexión con todo lo que surgió en el encuentro, con la interacción de la audiencia, con el ambiente que se respiraba… Y además estaba Susana, mi matrona, todo un lujo, justo en este preciso momento. Destacaré en negrita las premisas de la ponencia.
Comenzó la exposición con el principio de la vida. Somos concebidos y vivimos en el útero de nuestras madres, con todo lo que necesitamos, no nos falta nada… y en el momento del nacimiento, que en demasiados casos se da en un ambiente frío y lejos de lo realmente necesario, pasamos a la vida extrauterina; en cualquier caso, lo único que esperamos como crías humanas es permanecer en un único sitio, clave para nuestra supervivencia, grabado a fuego en nuestro instinto más arraigado: los brazos de nuestra madre. Pero aquí aparece el primer problema: los condicionamientos y prejuicios del mundo occidental, que desconfía de lo más sencillo y natural y se atreve a establecer normas y reglas acerca de “cómo criar a los hijos”, en lugar de dejar actuar a cada madre, padre y familia según dicten su instinto y su corazón, sin tantos consejos mediatizados, llenos de incoherencias muchas veces, de unos y otros. Básicamente esta “incultura” sostiene que los bebés son seres sin emociones, con unas necesidades físicas básicas y que muchos creen solucionar con alimento cada tres horas, mantener los pañales limpios y abandonar al bebé en una cuna en la oscuridad, una cuna llena de bordados lindísimos (o no), pero ajenos a lo que realmente quiere ese pequeño. A él todo eso no le importa lo más mínimo porque lo que necesita DE VERDAD es estar en el regazo de su madre, necesita mamar a demanda, no con relojes ni pautas absurdas e inventadas por no se sabe quién, algo estúpido y sin sentido pero muy popular y además necesita estar encima de su madre en movimiento, como cuando vivía intra útero. Es pura biología. No hay más que observar cómo funcionan otros mamíferos con sus cachorros, o más fácil todavía, otras culturas más pacíficas, que las hay, del planeta.
Aquí empieza el desamparo. Este es el principio de la historia. Así es como el bebé, luego niño, y luego adulto, comienza a forjar su personaje, de tal manera que se compense aquello que no recibió. Etiquetamos a los niños desde sus primeros días como “buenos”, “rebeldes”, “malos” (ésta me chirría especialmente) “llorones”, “demandantes”, cuando el problema lo tenemos nosotros,  nuestro niño interno, que a su vez no obtuvo lo que necesitó y pidió, no se sintió amparado para sentirse después fuerte y seguro y no tener que recurrir a la renuncia del ser esencial para sobrevivir y recibir la atención que de forma directa reclamaba desde sus inicios.  En función de las etiquetas que le pongamos al niño, se creará el personaje.
Y como dije en mi primera entrada, una cosa es la vivencia personal y otra lo que no ha sido nombrado, que se relega a la sombra, y por tanto no existe para la conciencia, aunque perdura en el subconsciente y termina aflorando a lo largo de nuestra vida, en forma de crisis vital o depresión…
La charla prosiguió con una descripción de diferentes tipos de personajes y el denominador común de todos ellos es: demanda de amor, demanda de mamá. Cuando la demanda no se satisface, nos hacemos mayores y nos comportamos de manera que necesitamos desesperadamente lo que no obtuvimos en su día, pero en realidad no lo sabemos; de ahí pueden derivar los comportamientos adictivos, no necesariamente se refiere a hábitos tóxicos, problemas de anorexia, bulimia, etc. Sin entrar demasiado en el tema, se trataría de traducir lo que inconscientemente anhelamos en algo más tangible, quizá consumista o de cualquier otra índole. Darse cuenta del personaje de cada uno es muy duro, requiere mucha introspección y muchos pasan por la vida y se mueren con su personaje a cuestas, con lo que concluyó que no importa el nivel de desamparo, sino que lo que importa es la búsqueda personal para entenderlo, darle nombre, tomar conciencia de ello. Por eso es tan importante deber mirada al niño continuamente, porque cuando realmente hay mirada, el personaje no se consolida tanto; al crecer, ese mismo niño puede ver el mundo con otros ojos, no sólo bajo su prisma, sino que lo puede hacer poniéndose en el lugar de los demás. Tendrá una vida más plena, o al menos más unida a su ser esencial; aunque haya construido su personaje, siempre estará alerta y lo identificará cuando se dispare el automatismo. Si además sus padres se cuestionan las cosas y se autoexploran, será mucho más fácil su propia búsqueda.
En cuanto al modelo terapéutico que sigue la escuela de Laura Gutman, es muy importante la construcción de la biografía humana, que no siempre es fácil de dilucidar, pues lo que no se nombró, lo que pasó a la sombra, lo olvidamos como mecanismo de defensa. Pero en algún momento sale lo no nombrado, porque nadie descubre por sorpresa lo que en el fondo ya sabía.
Me quedo sobre todo con el mensaje final: no sólo importa si el estilo de crianza que deseas llevar a cabo se basa en el apego; es fundamental la sombra, poder verla y trabajarla. Si no lo hacemos, nuestro niño interno seguirá requiriendo atención y su trozo del pastel. Por eso pienso que es tan importante iniciar una búsqueda genuina y honestamente creo que ha sido de las cosas más duras pero provechosas que he podido hacer en mi vida, que me ha servido para entender los “para qué”. Vamos al terapeuta con 30,40, 50, 60 años por un motivo concreto y la realidad es que lo que terminas encontrando nada tenía que ver con la razón de la consulta. Eso es la búsqueda personal…
Y no estamos tan solos… el lunes éramos cien personas con pensamientos comunes, un número ridículo frente a la población de Madrid, pero a mí me gustó estar entre bichos raros como yo.