martes, 28 de junio de 2011

A mi Padre

Yo no sé cómo empezar a escribirte, papá. Porque tengo mucho guardado, pero soy incapaz de expresarlo en la forma que me gustaría. Porque intento estructurarlo, pero no me sale. Y todo eso me pasa porque son muchas las cosas que quisiera compartir contigo, otras no tanto, pero todas están entrelazadas, como en una madeja imposible de deshacer...

El caso es que llevaba un tiempo pensando en escribir algo para tí, pero aún no me había decidido. Y hoy, después de verte y escucharte, simplemente, ha fluido. Y es que pocas veces has dicho algo que me haya conmovido como lo de hoy... Ha sido muy duro escucharte y sentir el desánimo que lleva ya demasiado tiempo rondándote. Pero es admirable cómo te repones, aunque sea temporalmente. O bien podríamos hacer la lectura contraria: es temporalmente cuando estás desanimado. Sea como sea, creo que es muy complicado llevar con dignidad lo que te está ocurriendo; francamente, no sé cómo respondería yo ante algo así. Comprobar que tu cuerpo va dejando de pertenecerte y tomar conciencia de que vas dejando de controlar algo tan sencillo y necesario como el movimiento debe ser una de las pruebas más duras que has tenido nunca.

Y es que nunca lo tuviste fácil; tu vida no fue sencilla desde el principio; no es justo que un niño tenga tantas responsabilidades como las que te encomendaron a tí; no es justo que se trate así a un niño, porque eso provoca mucho sufrimiento, en el momento y muchos años después. A veces me siento tentada de preguntarte aún más de lo que sé, pero algo me retiene y creo que tiene que ver con la resistencia al sufrimiento, la tuya y por extensión, la mía. No soy quién para remover nada, en todo caso me adentro en mis recovecos, e intento conectar con los tuyos.

Todos estos pensamientos inconexos los tengo desde que descubrí, hace ya unos años, que los extremos se tocan, y que el asentarse en ellos resta visión, no te deja relativizar las cosas; me costó lo mío encontrar ese equilibrio, pero ahí estaba, y con él, te re-descubrí a tí. La percepción que yo tenía se fue suavizando; me dí cuenta de que tenías una historia que contar, igual que yo. Y entonces lo empecé a hilar todo, porque mi historia personal tiene mucho que ver con la tuya, hay algo sutil que las une a las dos. Nunca fuimos íntimos, eso es verdad, pero te quiero igualmente. Por esa sencilla razón y a pesar de que en muchas ocasiones me sienta incapaz de darte una palabra de ánimo e incluso piense que sacas todo de quicio, me gustaría transmitirte mi admiración por todo lo que haces para intentar llevar tu vida como sólo tú quieres que sea. Estás en todo tu derecho y haces muy bien en no dejar que nadie decidamos por tí. Muy a mi pesar ésto lo he visto con los años, pero todo tiene su momento...

Es una auténtica putada lo que te está pasando y cuando me encierro conmigo misma a reflexionar sobre ello, como estoy haciendo ahora, siento que pierdo un tiempo muy valioso de estar contigo, pero de nuevo me repito, eliges cómo quieres vivir y yo lo respeto. Ese respeto hacia lo que uno quiere para consigo me ha sido muy difícil de aplicar, porque no lo entendía. Ahora sé que es imposible hacerlo si uno no se quiere a sí mismo. Y entonces veo, que a pesar de las apariencias, das una lección silenciosa al determinar qué, cómo, dónde y con quién. Y sin embargo, lo que ebulle muy profundamente en mí es auténtico miedo. Miedo a que ésto vaya demasiado deprisa, miedo a que vaya demasiado despacio, porque lo que me aterra es sencillamente que está ocurriendo, así, sin más. Porque es una mierda que esté pasando. Pero estaré a tu lado, siempre.

lunes, 27 de junio de 2011

¿Qué No es sexualidad?

...Acariciar. Abrazar. Agradecer. Amamantar. Bailar. Besar. Comer. Cocinar. Curar. Clamar. Dormir con. Dar. Enamorar. Enviar mensajes. Escuchar. Escribir. Felicitar. Gemir. Gritar. Holgar. Imaginar. Jugar. Jadear. Lamer. Leer. Mamar. Mirar. Nadar. Orar. Parir. Querer. Recordar. Recibir mensajes. Rezar. Rozar. Soñar. Saborear...

Todo ésto también es sexualidad. Así lo describe María Jesús Blázquez en "La Ecología al Comienzo de Nuestra Vida" y argumentos científicos no faltan. En todas estas acciones se involucran las mismas hormonas: la oxitocina, la prolactina y las endorfinas. En todas ellas el cerebro pensante está más o menos desconectado, funcionando el cerebro primitivo. Al igual que las relaciones sexuales, el parto y la lactancia pueden ser inhibidos por los mismos centros neocorticales del cerebro. La oxitocina es liberada durante el acto sexual por parte de la mujer y el hombre y cuando un bebé mama, los niveles de oxitocina de la madre son tan altos como durante el orgasmo. Pero no hay que escandalizarse por ello. El parto y la lactancia son en sí mismos acontecimientos dentro del ciclo sexual de la mujer. El bloque de las hormonas es muy interesante y a la vez muy extenso, con lo que lo dejo aquí...

Hoy día sabemos que la función primaria de la sexualidad no es reproductora, sino reguladora del organismo. Y a pesar de haber sido reprimida en casi todas las culturas, en 1994 tuvo lugar la Declaración de los Derechos Sexuales, donde se incluye el derecho al placer sexual; esta Declaración se elaboró en un congreso Internacional de Sexología y el mensaje fue: "el placer sexual, incluyendo el autoerotismo, es una fuente de bienestar físico, psicológico, intelectual y espiritual". Ahí es nada, y casi 20 años después seguimos bajo los mismos estereotipos reprimidos y represores de algo tan elemental, tan básico y tan saludable.


Pintura de Ernest Descals

Pero yo me quería centrar, no en el contexto social de la sexualidad ni en consideraciones moralistas, sino más bien en aquello que por la misma concepción de sexo-sucio que ronda en la mente colectiva, se deja más allá del plano de la sexualidad como un todo. Cuando en los colegios "tratan de tratar" el tema, se alude a la reproducción y, en general, se limitan a explicar que la mujer y el hombre siguen un ciclo sexual para asegurar la perpetuación de la especie, pero dudo mucho que incluso hoy en día, alguien tenga el valor suficiente para explicar con detalle cuán importante y saludable es la sexualidad y mucho menos su dimensión integradora como un todo. Eso, o es que realmente la concepción de la misma está bajo el prisma de lo exclusivamente genital en la conciencia colectiva.

Sigue habiendo tabúes. Por eso creo que es importante entender que muchas de las acciones que llevamos a cabo están dentro de la esfera de lo sexual, por mucho que se intente desviar la atención o incluso utilizar eufemismos para aludir a ella, puesto que educados estamos en la moral de la culpabilidad y de castigo a lo corporal-placentero. La sexualidad va con nosotros y no la podemos esconder, en todo caso reprimir y no sin consecuencias. Y el sexo, es otra de las partes de ella. Y no es algo sucio, es lo que es: algo instintivo, casi mágico, revitalizante y profundamente sanador. Y si lográramos vivirla y vivirlo como merece, de forma natural y sin condicionantes ni velos impuestos por la falsa moral, mejor nos iría.

martes, 21 de junio de 2011

Lección de Vida, por Susana Martín Jiménez

Estreno la sección de Relatos con uno muy especial; no es mío, es de mi querida amiga Susan, en el que narra su experiencia de lucha personal a muerte y contra la muerte, y es tan sincero como desgarrador y vitalizante. Por ella y para ella.

Aquel año par comenzó con una gran alegría que mi cuerpo evidenciaba con grandes y descaradas curvas. Ya todos sabíamos que mi bebé nacería a finales de ese verano. Mamá siempre dijo que sería niña. Y a Mamá no le discuten ni los nonatos, por lo que el ecógrafo confirmó dos cosas: que era niña y que no merece la pena llevarle la contraria, casi siempre tiene razón.

Así, siguieron las cosas sin más problema durante los primeros seis meses de aquel año inolvidable para todos nosotros.

Mamá. Por entonces, volvió a estudiar. Tuvo una infancia dura, perdida en horas de trabajo y no en el patio de la escuela, como hubiera sido menester. De mayor, trabajó muchísimo más y no siempre en las mejores condiciones. Cuando lo contó en casa a todos nos encantó la idea de que volviera a los estudios y la animamos mucho, era su sueño y ya era hora de cumplirlo, la economía en casa no la necesitaba ya, afortunadamente. Además, ella puede hacer todo lo que se proponga porque su carácter jovial, la lleva a conseguir todo, su fuerza vital es insólita y sanamente envidiable.

Papá. Trabajando. Es la contestación que te da un niño pequeño si le preguntas, pero es lo que había hecho papá desde los quince años, “chupatintas” como él llama a su oficio. Y él estaba bien así. Aunque el paso del tiempo, su responsabilidad, su buen hacer y su buena planta, que todo hay que decirlo, tan alto y canoso, a pesar de su juventud, le han llevado a trabajar trajeado y fuera de la oficina, chupando menos tinta.

Mi Hermano. Estudiaba Derecho y trabajaba a la vez, dejándose salud en el camino, y no tanto física como mental, aunque su gran inteligencia y su fino ingenio le han llevado a superar siempre las adversidades, disimulando con elegancia el sufrimiento, porque hasta eso a este chico le queda bien. Además de ser un encanto, ha heredado la buena planta de Papá. Por todas estas aptitudes y alguna más, no le fue difícil encontrar pareja. Desde muy joven, tiene a su lado a una persona muy especial, que siempre le fue de gran apoyo, y en muchas ocasiones, no sólo a él, también a todos nosotros: su mujer. No podíamos  imaginar que aquella jovencita de diecisiete años, tan alta, tan delgada, tan tímida y con esos tremendos y expresivos ojos azules, iba a ser tan importante en la vida de todos nosotros, aportando inteligencia y serenidad, paciencia y ternura.

El Padre. Y con él, una de tópicos: la Paternidad hace feliz al ser humano. A mi entonces marido sí, desde luego. Llevábamos juntos casi toda la vida y nuestro bebé era la culminación de todo lo bueno que hasta entonces y un tiempo después hubo entre nosotros. Él trabajaba en su comercio con más ilusión que nunca, porque, la verdad es que le había costado lo suyo convencerme para que tuviéramos un hijo, y culminaban todos sus grandes anhelos con este próximo nacimiento.

Y yo, pues se puede imaginar, con las molestias y el engorde que da el estado de buena esperanza, pero disfrutando de esa experiencia única e incomparable que nos brinda la vida.
Todo era perfecto.
La primavera lucía en todo su esplendor. Era el mes de Mayo y Mamá  preparaba la celebración de su cumpleaños. Siempre comemos juntos en los cumpleaños, pero el de Mamá es especial por ineludible. Otro síntoma de que lo nuestro es un matriarcado. Además, a ella le encanta que estemos todos reunidos, con excusa o sin ella, con mayor razón ese día. Pero esta vez, Mamá no estaba a gusto, no era feliz. Era una prueba más de que Ella es especial y muy intuitiva. El instinto maternal creo que también tuvo que ver. Las Madres protegen a sus crías del peligro, lo intentan, soy madre y lo sé. Mi mal color de cara le dio la primera pista. No era un rasgo más del embarazo. Era algo más. Mamá calló sus miedos. Guardó silencio.
 A esa fiesta familiar yo acudí con dos invitados invisibles: a uno lo conocía por ecografía; al otro, estaba a punto de conocerlo...
            Días después, descubrí que en mi cuello algo no estaba como siempre: tenía un bulto. Al principio no le di demasiada importancia, pensé que era un ganglio sin más y que se quitaría. Pero no desaparecía, muy al contrario, crecía cada vez más. Lo consulté con el médico que me llevaba en el embarazo, muy asustada porque pensaba que era malo para mi bebé. Mi médico me mandó inmediatamente al hospital.
No podían darme un diagnóstico concreto si no me hacían las pruebas pertinentes. Me dijeron que fuera lo que fuera mi enfermedad, no afectaba a mi bebé ni se le traspasaba por la placenta, por muy grave que fuera, pero las pruebas sí podrían perjudicar a mi niña. Así pues, bajo mi responsabilidad, firmé un documento negándome a hacerme ninguna de esas pruebas hasta que mi Hija naciera.
Y todo empezó a cambiar...
Mamá dejó de estudiar para estar conmigo en cada médico, escuchando, callando. Una doctora de medicina interna dio la voz de alarma: podía ser un tumor. Y Mamá, aguantaba la embestida de la vida, escuchaba, callaba.
 La Grandeza de mi Madre, de mi Familia, radica en el siguiente hecho: ninguno de ellos me discutió ni siquiera por un momento que decidiera esperar, esperar a ser madre para diagnosticarme y tratarme cuanto antes un posible tumor. Estaba claro que yo ya había decidido entre la vida de mi bebé y la mía propia. No pensé en ellos y todos lo sufrieron, cada uno a su manera, pero respetaron mi elección. Mamá sufría callada...
La vida cambió de nuevo. La luz reapareció, apuñalando con daga de oro la primera  madrugada de septiembre: nació mi Hija. Y la vida mereció la pena. Entonces tuve claro que nada ni nadie arruinaría ese momento. De alguna manera y sin saber por qué, estaba preparada para todo. Todo por mi Hija, todo y más.
Cuando mi Hija vino al mundo, el desconocido que cohabitó con ella en mi interior, ése que no salía en las ecografías, se quedó solo, de manera que ya podía moverse a sus anchas por mi organismo, aprovechando además la debilidad que deja un embarazo y su correspondiente parto. El ser avanzaba a velocidad de vértigo para hacerse con todos mis viscerales territorios. Los médicos, ya libres para investigar mi dolencia, corrían para diagnosticarme, porque sabían que el tiempo iba en mi contra y que se había perdido mucho ya durante mi gestación. Y llegó el día de la noticia.
El Cáncer. Cuando los doctores lo confirmaron, Papá y mi Hermano estaban conmigo, pero yo no les veía, las lágrimas silenciosas que brotaban de mis ojos, me lo impedían. Me quedé inmóvil, fría, casi muerta. Mi mente me abandonó por un instante, salió de aquella consulta, no podía ser, cáncer, muerte... La doctora hablaba pero no la oía. Me sentí en un limbo infinito, desolada, perdida, muda y, a pesar de estar bien acompañada, rodeada de los míos, sentí la soledad más absoluta. Nunca me había sentido así. ¡Tan sola!
 Pero, en ese momento, oí algo que me sacó bruscamente de aquella oscuridad en la que estaba sumergida. La doctora dijo que ellos tenían mi tratamiento y que sería muy efectivo si yo les ayudaba. Mi cáncer se curaba. Y, mejor aún, mi curación dependía en gran medida... ¡de Mí! Y entonces volví, volví a ser yo y pensé que tenía veinticuatro años, una Hija preciosa que acababa de nacer, una familia maravillosa que me adoraba y a los que yo adoraba, que se dejaban la piel por ayudarme, porque los médicos les dieran soluciones. En resumen, una vida estupenda y... ¿“cáncer” no era “muerte”? ¿Vivir dependía de mí? Y ver crecer a mi Hija, por la que aposté desde antes de nacer, ¿también? Cuando la respuesta a todas estas preguntas por parte de mis médicos fue “Sí”, justo entonces, vi un esplendor de luz en la penumbra, como cuando nació mi Niña y, así, le gané la primera batalla al cáncer.
El Médico. En octubre me presentaron al médico encargado de tratarme la enfermedad. Hasta entonces había pasado de uno a otro sin que me llamaran especialmente la atención ninguno de ellos. Pero él era el Médico. Podía curarme el cáncer y, para mí, eso ya le convertía en un Semi-Dios. No me hacía falta la Fe. Su trabajo lo veía a diario. El otro Dios, del que hablan los curas, no tenía sentido para mí. De hecho, si alguna vez estuvo en mi vida, no lo recuerdo. Mi Médico era mi Dios, mi Salvador. Su hierático gesto servía para reforzar mi idea, aunque también me daba miedo. Su sola presencia me hacía temblar, su voz me helaba la sangre, eran bruscas sus palabras y eran Ley, porque el cáncer hablaba conmigo a través de ellas. Yo no sabía nada, Él lo sabía todo. Confiaba en Él.
El Tratamiento. Con él descubrí lo que significaba estar enfermo de cáncer: el cáncer no es lo peor, lo peor es su tratamiento. No por su efecto final, porque, al fin y al cabo, es capaz de destruir a todo un cáncer, sino por sus efectos secundarios. Me di cuenta de lo mala que tenía que ser mi enfermedad para tratarla con un veneno tan potente como ése. Vómitos imparables durante horas, cuatro grados de subida de fiebre en media hora, temblores, dolores, envenenada desde el último pelo de tu cabeza hasta las uñas de tus pies, si es que te deja alguna de las dos cosas, porque te tira todo. Bueno, a mí no. Hasta en esto era privilegiada. Conservaba mi pelo, mis cejas, mis uñas. No era normal en la consulta y mis compañeros de males me lo echaban en cara, allí la rara era yo, estar pelón era lo protocolario. Hay normas que nunca me han gustado, ¿qué le voy a hacer?
Y, a todo esto, ¿y mi Gente, mi Familia?
Papá vino muchas veces conmigo al hospital. Era en el que más me apoyaba en esos momentos, era Papá, siempre me protegía, ¿quién mejor para acompañarme en la batalla? Pero cuando ya me vi fuerte para llevar sola el momento quimio, le dije que no viniera más, ya que tenía que dejar su trabajo cada vez que me acompañaba y no convenía, la verdad. Además, yo no quería que viera todo aquello más de lo necesario. Dolía.
Mi Hermano era mi “abrazador” de cabecera. Tal cuál. No había nada mejor para ciertos momentos que sus abrazos tan cálidos, tiernos y acogedores. No había palabra de aliento ni persona capaz de ayudarme tanto cuando lloraba, cuando me desesperanzaba, cuando me hundía como los brazos de mi Hermano, sólo los suyos.
Mi entonces marido estaba en estado de “shock”. No fue capaz de asumir mi enfermedad. Nunca tuve su apoyo. Se negó en rotundo a creer que yo estaba tan grave y, con ello, cualquier evidencia de que mi cáncer era cierto. Por ello, nuestra relación de pareja estuvo también a punto de morir entonces. Murió con los años...
Mi Hija crecía sana y feliz, ajena a toda aquella vorágine de lucha, miedos y sentimientos entremezclados de todo tipo que envolvía su Familia y su hogar, gracias en su mayor parte, a Mamá...
Mamá aguantaba estoicamente la embestida más fuerte que jamás hubiera imaginado que la vida le diera nunca. Ella había pasado mucho, de todo, pero nada como esto. Tan malo, tan injusto. Su dolor era inmenso, inaguantable, pero interno. Era imperceptible para mí. Es la Grandeza de Mamá, de nuevo. Sólo Ella era capaz de mirar a su joven hija con su bebé recién nacido en brazos, diciéndola que si ella moría, cuidara de su nieta. Su alma se desgarraba, se desangraba, quería desvanecerse, seguro. Pero no lloraba. Y  sé que no lloraba para que a mí jamás se me pasara  por la cabeza siquiera la posibilidad de que podría morir. Para que ninguna mala idea me invadiera de pronto y dejara de luchar por mi vida. Mamá siempre apostó por mí, y a Mamá no se le discute nada...
Mamá me hablaba de Vida. Me decía lo bonita y fuerte que era mi Niña, lo bien que yo la cuidaba, a pesar de mis días malos. Y se aferraba conmigo y con mi Niña a cada momento feliz que pasábamos juntas. En el parque, se tiraba en la hierba con nosotras, y jugaba con mi Hija, y se reía. Y no lloraba...
Entonces entendí que, definitivamente, ése era el sitio de Mamá durante mi enfermedad, con mi Hija. Ella quería estar conmigo en las interminables sesiones de quimio pero le era imposible. Ésa era la idea. Quise evitar a toda costa que mis seres queridos fueran testigos directos de mis envenenamientos hospitalarios y del de mis demás compañeros de males.
Una vez, sí lo permití, es más, lo exigí como tributo. Un familiar mío tenía que ver aquello: mi Marido. Él tenía que tomar conciencia de la realidad y ésa era la mejor manera, viviendo en directo una de mis doce sesiones de tratamiento. Mi matrimonio se curó ese día, una sesión fue suficiente. No estaba tan mal. Yo necesité doce.
Cuando volvía del hospital, en casa me esperaban siempre Mamá y mi Hija. El veneno me dejaba el tiempo suficiente para darles un beso y achuchar un momento a mi bebé. Luego, se apoderaba de mi mente y de mi cuerpo. No soy capaz de expresar con palabras lo que se siente cuando el tratamiento del cáncer empieza a hervir en tu interior. Lo tienes que pasar. Lo sabemos más gente de la que me gustaría.
Pero el asco del sabor a vómito y la debilidad, no podían con mis ganas de vivir, mi fuerza, mis ganas de luchar. Nada podía conmigo porque era una privilegiada. Porque era el tuerto en el país de los ciegos, porque yo volvería a ver luz a pesar de todo, mientras a mí alrededor, las personas sufrían para morir irremediablemente. Yo no. Lo tenía claro. Tenía la oportunidad y no la desaprovecharía, por encima de todo...
...y, en ocasiones, de todos. Sí, lo reconozco ahora que lo veo en perspectiva. Tan enfrascada en la batalla estaba que veía enemigos en todas partes, en todas. Mamá lo pagó más que nadie por estar siempre a mi lado, en todo momento, bueno o malo. Así, llegué a echarla de mi habitación cuando intentaba cuidarme. No quería que me viera sufrir, no quería verla, rechazaba a gritos su ayuda. Lo siento. Sólo quería quedarme sola con mi enemigo y pelear. Pero Mamá seguía allí, a pesar y por encima de todo. A mi lado siempre.
Así pasaron los seis meses y medio peores de nuestras vidas.
Confieso que los años impares son mis preferidos, aunque el nacimiento de mi Niña iluminó por completo el oscuro año par que acababa de terminar. Llegó el impar y su mes de Mayo. Mamá cumple años ese mes y desde entonces, y aunque nací en Enero ¡yo también! El doctor dijo que estaba curada. Es más, me curé tan rápidamente que terminé el tratamiento antes de lo previsto. Me comí el protocolo. Bien.
Fue el mejor regalo de cumpleaños que Mamá podía esperar. Pero es que nadie lo merecía más que ella. Había permanecido en todo momento al pie de mi sufrimiento y disimulando el suyo, con la mejor de sus sonrisas aún estando machacada por dentro.
Jamás olvidaré el ramo de rosas que mis Padres me regalaron aquel día, son mis flores favoritas. Sentí entonces el orgullo del ganador. Me sentía tan bien. Fue un momento especial. Y, entonces, Mamá rompió a llorar. Era por fin su momento. Ya no había nada que perder. Se había ganado todo.
Y todo fue volviendo a su antigua normalidad, quitando la incorporación de las revisiones médicas a mi vida, que, aunque el paso del tiempo las va espaciando, debo confesar que siguen siendo desagradables,  aún después de trece años.
Porque llevo trece años curada y quiero decir y en justicia lo haré que, a pesar de todos los sinsabores que conlleva el cáncer, he aprendido mucho bueno de él, quitando el dolor y la muerte que he visto alrededor. Y es que no cambio nada por haber descubierto la Grandeza del Ser Humano. Cómo somos capaces de plantarle cara a las adversidades, camuflando lo malo para reírnos con lo bueno. Cómo sacamos fuerzas de donde ni nosotros sabíamos que las teníamos. Cómo damos un paso más cuando parece que no hay camino, y apoyamos el pie en la tierra. Cómo unen los problemas comunes, tengan o no solución, luchamos todos, luchamos juntos. Y que es verdad que mientras hay vida siempre hay esperanza. Nunca rendirse y, cuando ya no puedes más, sólo vale aferrarte a lo que más quieres, querer y dejarte querer. Siempre hay que soñar con volver a ver el sol a la mañana siguiente, siempre. Porque la vida merece la pena.
Mamá volvió a estudiar, pero la verdadera lección la dio Ella. Nunca tendré a mano las palabras suficientes para enaltecerla lo que merece, ni el cariño suficiente para quererla como merece. No sé si yo como madre aguantaría lo que Ella soportó con tanta dignidad. Ella es muy especial. Por Ella cuento mi historia. Sé que va a llorar. Tiene mucho llanto guardado.
Olvidé decir que mi Médico nos comentó que el tratamiento podría haberme dejado estéril. Era una posibilidad. Aunque yo ya le había cogido cierto regusto a cargarme los protocolos. Por cierto, que mi Médico ya era más cálido. No necesitaba ya ser el fiero General en la batalla. Une mucho ganar las guerras juntos. Y nosotros así lo habíamos hecho.
 ¿Protocolo? ¿Y eso qué es?
Mamá siempre dijo que era niño. Y a Mamá no le discuten ni los nonatos, por lo que el ecógrafo confirmó dos cosas: que era niño y que no merece la pena llevarle la contraria. Mamá casi siempre tiene razón. Se llama Manuel…

Dedicado a mi Familia, muy especialmente a mi Madre, por darme la vida y a mi Hija, por devolvérmela cuando pude perderla. Gracias a todos los que estuvieron y a los que ya se fueron, a los que están ahora, a los que siempre están y, como dice la canción...
“Gracias a la vida, que me ha dado tanto...”

Susana Martín Jiménez

domingo, 19 de junio de 2011

La música como revulsivo

Comenzaba este blog a raíz de una necesidad propia de verbalizar un cambio interno muy intenso relacionado con mi búsqueda personal, y potenciado por mi maternidad. Y aunque el eje del mismo sigue siendo mi recorrido más íntimo, mis emociones y demás, hay otros muchos temas que me interesan y de los que me apetece mucho comentar mis impresiones, así que hoy estreno "sección": Otras cosas que me interesan. Una de ellas es la música; la música me evade, me transporta y me emociona, tanto que no me imagino el mundo, y más en concreto mi día a día, sin ella.

Y en concreto, en esta ocasión quisiera rendir mi pequeño y modesto tributo a la canción de autor, que a mi entender ha ido modificando su significado por los mismos cambios históricos, sociales e incluso industriales en cuanto a música se refiere, y según el contexto cultural y político. Fue a partir de los años 60, en este país, cuando los cantautores cobran más sentido que nunca a través de la "canción protesta", necesaria sin duda en una sociedad marcadamente reprimida y sometida a lo uniformado y clasificado como válido. Muchos ciudadanos de entonces encontrarían una válvula de escape y una expresión de aquello mismo que podrían sentir a nivel individual; creo incluso que fomentaría la solidaridad y unión entre las personas (la música siempre lo hace), pero en estas circunstancias, con más motivo y fuerza se aunarían las voces, los cantos y el sentimiento.


Y es que no importa el lugar, el ser humano está hecho indiscutiblemente de las mismas emociones, sean cuales sean sus orígenes y su contexto cultural. Ahora bien, la forma de expresión se hace rica en variedad precisamente por el mismo motivo. Así, y sintetizando mucho, la Nova Cançó en Cataluña, las Voces Ceibes en Galicia, el fenómeno musical en Euskadi a través de la recuperación lingüística, la Canción del Pueblo en la Meseta y el Nuevo Flamenco en Andalucía, tienen como denominador común el haber sido un punto de inflexión en una trayectoria musical que buscaba aire y servir de desahogo a una sociedad que agonizaba y que necesitaba un revulsivo y una esperanza de cambio. Por cierto, el franquismo ya se encargó de agenciarse la cultura del flamenco como algo propio, pero éste en realidad siempre fue el cante del pueblo aunque pareciese vendido al régimen.

Hoy día, el cantautor existe en mil formas, pero la industria de la música es diferente. Y no faltan motivos para la protesta, pero todo está como más diluido por la cantidad de oferta que hay. Leí en cierta ocasión que la música tradicional seguía siendo pasto de la burla simplista, y que la televisión alimenta más que nunca un modelo según el cual a la juventud se le considera como un colectivo de descerebrados que sólo sabe dar palmas ante un subproducto interpretativo que hace playback. No puede ser más real. Pero quedan rincones bellos; y autores con talento y público con el corazón abierto; sólo hay que saber encontrarlos.

martes, 14 de junio de 2011

La protección a la infancia en España y el maltrato institucional

Carta de Carlos González

Tengo en mis manos el libro La crianza del niño. Lecciones de puericultura, del Dr. Enrique Suñer Ordóñez, publicado en San Sebastián en 1939. El Dr. Suñer había fundado en 1923 la Escuela Nacional de Puericultura, y tras el triunfo de Franco fue de nuevo director de esa institución y del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos de España.
En su libro, entre muestras «de recuerdo, admiración y cariño a S. E. el Jefe del Estado, a nuestro Generalísimo», propone separar de sus madres a los hijos de las viudas de guerra «rojas» para darlos en adopción a familias «nacionales» o ingresarlos en instituciones:

[…] destacar la conducta que es menester seguir con aquellos niños de nuestros enemigos de hoy; de los huérfanos de padres que dentro de nuestro territorio recibirán seguramente de sus madres la inoculación de un rencor tan profundo como inextinguible. […]
¿Deberemos dejar todas estas almas infantiles y juveniles en contacto íntimo con la fuente del veneno causante del odio?
Claro que no. […] Este odio hay que borrarlo; este veneno es menester a todo trance neutralizarlo con el único antídoto que puede hacerlo inactivo: con el empleo de una profunda caridad encomendada a nuestras mujeres, las de nuestra España, las que albergan nuestros sentimientos. Un esfuerzo inmenso pide la Patria a nuestras familias. Este esfuerzo es el de la adopción en los propios hogares a ser posible, en los establecimientos en donde se vigilen a los alojados desvalidos, como madrinas o madrecitas, prestándoles afectos, asistencia y cuidados como a los hijos propios.
La adopción de estos hijos del enemigo que nos odia será la única manera de combatir el gran problema nacional que nos amenaza en la post-guerra.

Lo que otras dictaduras hicieron de forma clandestina, el secuestro sistemático de los niños de la oposición, en España se hizo a la luz y se puso por escrito.
Tal vez fue así como entró en nuestro sistema de atención a la infancia la idea de que ciertas madres son peligrosas para sus hijos, no porque les vayan a maltratar, sino simplemente porque les van a educar mal. La idea de que ciertos niños estarían mejor en una «buena familia», o incluso en una institución, que con sus madres. Una vez establecida, esa idea se puede aplicar a otros casos, y servir de justificación moral para otras actitudes.
En ningún momento ha habido una condena, una ruptura, una solución de continuidad en nuestro sistema de atención a la infancia. Treinta años después, los mismos que tras la guerra habían secuestrado hijos de «rojos», u otros profesionales más jóvenes, discípulos o subordinados de los anteriores, secuestraban a otros niños para darlos en adopción. No eran monstruos, simplemente se creían en posesión de un conocimiento superior y de un derecho superior. Ellos «sabían» que algunos niños, especialmente hijos de mujeres pobres o de madres adolescentes o solteras, iban a ser desgraciados; y por tanto «podían» separarlos de sus madres para buscarles una buena familia. Eso necesitó la complicidad o el silencio de cientos o miles de profesionales, que difícilmente hubieran podido conciliar el sueño cada noche si no hubieran sido capaces de convencerse a sí mismos de que estaban justificados, de que todo era por el bien del niño.
Y de nuevo, treinta años después, esos mismos profesionales u otros más jóvenes que han sido sus discipulos y sus subordinados siguen separando a los niños de sus madres, sin escrúpulos, sin vacilaciones, sin remordimientos. Porque siguen creyendo que los niños están mejor lejos de sus madres.
El caso de Habiba no es ni mucho menos único. Los he visto con mis propios ojos, he hablado con sus abogados, compañeros pediatras me han explicado su frustración cuando una madre de escasos recursos rechaza la idea de ir a solicitar una ayuda a los servicios sociales «no, allí es donde nos quitan a los niños». En internet encontrará relatos de madres y de hijos:

El problema es que nuestra legislación permite a las instituciones de atención a la infancia llevarse a los niños sin obtener primero la orden de un juez. Tienen potestad absoluta, y luego son los padres los que deben, en todo caso, acudir a los jueces para pedir que les devuelvan a sus hijos, lo que ha ocurrido muchas veces, pero siempre demasiado tarde y cuando los niños ya han sufrido graves daños psicológicos.
Véase por ejemplo la Guía Básica de la Dirección General de Atención a la Infancia y a la Adolescencia de la Generalitat de Cataluña:
En la página 13 se explica la diferencia entre «menor maltratado» y «menor desamparado»; en este último caso «se aprecia cualquier forma de incumplimiento o de ejercicio inadecuado de los deberes de protección establecidos por las leyes en la guardia de los menores o faltan a éstos los elementos básicos para el desarrollo integral de su personalidad».
La situación de desamparo se declara mediante «resolución motivada del organismo competente de la Administración […] Se notifica a las partes afectadas y al Ministerio Fiscal para que se garanticen los derechos de los afectados».
«La declaración de desamparo comporta la asunción automática de las funciones tutelares sobre el menor por parte del organismo competente (DGAIA). Implica la suspensión de la potestad del padre y de la madre o de la tutela ordinaria durante el tiempo de aplicación de la medida. La DGAIA puede delegar la guardia del menor que ha tutelado».
Es decir: son los funcionarios los que declaran el desamparo, por motivos tan inconcretos como «cualquier forma de ejercicio inadecuado»; no tienen que pedir autorización al Ministerio Fiscal para hacerlo, sino sólo informarle después de haberlo hecho, y pueden quedarse al niño o pasárselo a quien ellos quieran.
No estamos hablando de proteger a un menor porque ha sufrido malos tratos. Basta con que detecten lo que ellos llaman una «situación de riesgo». Ya hablar de un «riesgo de malos tratos» daría escalofríos. ¿Se imagina que se pudiera detener a alguien que nunca en su vida ha robado un banco porque existe «un riesgo de que robe un banco»? Si estuviésemos hablando de un riesgo de malos tratos, sería el único caso en que, como en las películas de ciencia ficción, se puede castigar a un futuro delincuente antes de que cometa el delito. Pero es que ni siquiera se trata de eso. No hace falta sospechar o temer malos tratos ni ningún otro delito. El «riesgo» es un riesgo genérico e indefinido, no se sabe de qué, tal vez de que el niño sea «malcriado», o no se «socialice» adecuadamente, o vaya a saber de qué. Riesgos que, de materializarse, no constituirían un delito.
¿Y a quién le pasan las instituciones el niño así «amparado»? Pues habitualmente a un centro privado concertado que cobra por menor y al que interesa, como a los hoteles, conseguir la máxima ocupación posible. Sólo que el centro de menores cobra mucho más que un hotel.
Aquí pueden ver una estadística sobre más de 8000 niños «protegidos»:
El 47,6% se protegen en su propia familia. El 18,3%, en una familia ajena, en acogimiento o adopción. El 34%, 2.785 menores, en centros de asistencia.
Pero los costes son muy distintos, según el informe de junio de 2009 del Síndic de Greuges, el defensor del pueblo catalán:
Como puede ver en la página 236, la administración gasta 1.275 euros al año por cada niño acogido en la propia familia, 2.597 euros al año por cada niño acogido en su familia extensa, 3.129 euros por cada niño dado en acogimiento o adopción, ¡y entre 30.000 y 40.000 euros al año por cada niño internado, según el tipo de centro!
Saldría mucho más barato dar una ayuda económica a las familias sin recursos que quitarles a los niños. Pero nuestro sistema desconfía de las familias, sobre todo de las familias pobres, y prefiere gastarse el dinero en centros controlados por profesionales.
Extraído de todossomoshabiba.blogspot.com

viernes, 10 de junio de 2011

Soñando juntos

Me abandono y me dejo llevar por el sueño sin darme cuenta. No tengo intención de dormir y sin embargo, algo me va relajando hasta que la conciencia se apaga sola. Me he metido en la cama vestida, con mis cachorros, uno a cada lado; les acompaño en su propio abandono al sueño, y creo que nos dormimos a la vez... Esto me pasa cada noche; la sensación de "dejarse" es tan placentera que me olvido completamente de que tengo mil cosas pendientes que hacer antes de irme definitivamente a dormir hasta el día siguiente, tanto, que ya se ha convertido en un ritual. Pasa un rato, me despierto y pienso: "me quedé dormida otra vez", como si no fuera (que no es) mi primera idea.

Duermo con mis hijos desde siempre y me gusta. A ellos también. Lo que en un principio es una necesidad para ellos y una llamada desde lo más salvaje e instintivo para mí, se convirte en lo "que tiene que ser" y ya no concibo hacerlo sin ellos. Y eso que acabo casi siempre comprimida entre ambos, pero con una sensación tan reconfortante que la postura termina siendo lo de menos. Además, he observado aquello que está demostrado por la ciencia, que nuestras respiraciones se sincronizan, que nos olfateamos e intercambiamos algo que no sé describir y sobre todo que no perdemos tiempo de estar juntos. Nos necesitamos mutuamente y aprovechamos los momentos. No lo cambio por nada, ni tengo prisa por que la situación cambie. Ningún otro animal en la Naturaleza dudaría en dormir con sus crías; es un planteamiento imposible alejarles de su madre y dormir en otro lugar.

Descansamos mucho. No es que seamos dormilones; es que sencillamente estamos tranquilos, ellos y yo. Ellos porque tienen a su madre a su lado siempre y yo porque los tengo a ellos a mi lado. Y es lo que nos pide el cuerpo, lo que queremos. Y además lo recomienda la OMS y UNICEF. Pero por encima de todo, lo hacemos así porque nos da la gana.


Cuando duerme una madre junto al niño
duerme el niño dos veces;
cuando duermo soñando en tu cariño
mi eterno ensueño meces.

Tu eterna imagen llevo de conducho
para el viaje postrero;
desde que en ti nací, una voz escucho
que afirma lo que espero.

Quien así quiso y así fue querido
nació para la vida;
sólo pierde la vida su sentido
cuando el amor se olvida.

Yo sé que me recuerdas en la tierra
pues que yo te recuerdo,
y cuando vuelva a la que tu alma encierra
si te pierdo, me pierdo.

Hasta que me venciste, mi batalla
fue buscar la verdad;
tú eres la única prueba que no falla
de mi inmortalidad.

Miguel de Unamuno

miércoles, 8 de junio de 2011

Preparando ¿qué?

Reproduzco íntegramente el prólogo del libro "Las funciones de los orgasmos" del gran Michel Odent, que evidencia con un ejemplo muy gráfico lo desvirtuado y alejado de sí que está el parto intervenido. Si este ejemplo nos parece absurdo, ¿por qué no es menos la realidad de cada día que gira en torno a la mayoría de nacimientos, sean donde sean?  La clave, una vez más, está en la intimidad y el dejarse guiar por lo que de forma instintiva y espontánea sabemos.

LOS PREPARATIVOS DE LA NOCHE DE BODAS
 Es probable que a los lectores sin formación científica les resulte difícil comprender algunos párrafos de este libro. Pero todo el mundo captará perfectamente el sentido del mensaje enviado por Marta a su prometido Pablo.
Querido Pablo:
Dentro de un mes nos vamos a convertir en marido y mujer. Me han presentado a Mercedes, una maravillosa «preparadora de la noche de bodas».
Hemos avanzado tanto en el programa de preparación para la noche de bodas, que durante la última sesión ya me he visto capaz de redactar mi «plan para la noche de bodas» (adjunto). Lee atentamente el párrafo sobre las posiciones.
Como verás, te pido que evitemos algunas posiciones, especialmente la 3b. Según Mercedes, esta posición no es natural porque fue inventada por los misioneros en África. Como sabes, quiero que todo transcurra de la forma más natural posible. Lee también el párrafo sobre cómo organizar el tiempo. Deseo que los preliminares duren por lo menos 20 minutos, pero no más de 40. Según datos que me ha mostrado Mercedes, si los preliminares son demasiado cortos no son naturales; pero tampoco lo son unos preliminares demasiado largos. Quiero que sea lo más natural posible.
También tenemos que escoger el lugar para nuestra noche de bodas. Como sabes, nuestras familias apuestan por un hotel especializado muy bien equipado. Después de haber sopesado con Mercedes los pros y los contras, creo que lo mejor sería pasar nuestra noche de bodas en casa. Quiero que sea lo más natural posible.
No olvides que tienes que venir a la próxima clase de preparación, porque el programa trata sobre anatomía y fisiología. Mercedes cree que es esencial que comprendas cómo funciona el reflejo que provoca las contracciones de las vesículas seminales durante la eyección del esperma. También tienes que comprender el mecanismo por el que los nervios pudendos convierten mi clítoris en una zona eminentemente erógena, mientras que la sensibilidad de mi cuello depende de los nervios hipogástricos. Tenemos que comprender las leyes de la naturaleza si queremos que todo transcurra de la forma más natural posible.
Estoy contenta de que por fin puedas conocer a Mercedes. Es tan cálida, tan maternal, tan buena, y al mismo tiempo tan erudita. Estoy contenta de que haya aceptado estar cerca de nosotros en nuestra noche de bodas para que yo me sienta más segura. Me ha prevenido sobre el posible riesgo de respirar demasiado de prisa desde los primeros momentos, de modo que si está a nuestro lado, discretamente me aconsejará y me ayudará a respirar de una forma más natural. Quiero que todo suceda de la forma más natural posible.
Quiero que nuestra noche de bodas sea una experiencia inolvidable. Además, como me parece bien que las preparadoras de la noche de bodas tengan a su disposición algunas grabaciones, he invitado a mi amiga Ana para que venga con su cámara de infrarrojos y pueda filmar en la oscuridad. En una sesión sobre fisiología, Mercedes me ha explicado por qué la oscuridad es lo más natural en estas circunstancias. Y como sabes, quiero que todo sea lo más natural posible.
Querido Pablo, espero tus comentarios. Cuéntame cómo preparas tú este evento tan importante.
Te quiere
                        Marta.

miércoles, 1 de junio de 2011

Me gusta olfatear

Siempre he tenido el olfato muy desarrollado; eso, o lo he explotado más que ningún otro sentido. De hecho, y sin darme cuenta, cada vez que tengo algo entre las manos, tiendo a llevarlo a la nariz inconscientemente y me dejo guiar por las sensaciones que me produce el olor que desprende. Esto no creo que sea una manía, sino más bien una herramienta que tenemos los animales rastreadores, que nos facilita la supervivencia, nos ayuda a situarnos en el hábitat y además lo necesitamos para reconocer a nuestras crías y nuestras crías a sus madres.

Reconocerse por el olfato es sumamente interesante y gratificante al mismo tiempo. Así sucede en uno de los momentos más importantes de la vida de las personas, el periodo inmediatamente posterior al nacimiento. Es fundamental que madre y cachorro se huelan mutuamente, se (re)conozcan, intercambien su primera mirada, la que marcará la impronta del vínculo, la que enamora a ambos, el uno del otro y que esa primera impresión olorosa impregne no sólo el olfato, sino también los cuerpos enteros, haciéndoles uno, permaneciendo así un tiempo. Para un bebé que acaba de nacer, éste es un punto importantísimo, que facilitará la lactancia, y el sentirse acogido como en un continuum, en un espacio diferente al útero que le albergaba, pero con la misma esencia que conoce.


Personalmente, no uso perfumes ni aromas artificiales sobre mi piel. Y menos desde que fui madre por primera vez. Nadie me lo dijo. Simplemente me salió de dentro pensar que quería que mi cría me reconociese y no me "rechazara" por desconocer mi olor. Para cualquier madre de cualquier especie de mamíferos, es impensable separarse de su cría, y sin embargo, los humanos nos atrevemos a poner en riesgo nuestros instintos más arcaicos. Tanto es así, que en los centros hospitalarios, no sólo se separa a la madre de su hijo, sino que hay una especie de regla no escrita que dice que hay que bañar a los recién nacidos, ignorando la importancia del olfateo mutuo. Me pasó la primera vez, la segunda no.

Parir a tu hijo y permanecer desnudos los dos durante días, piel con piel, olisqueando todo, recreándote en los fluidos derramados donde aún hay restos del alma entera que pusiste en juego durante el trabajo de parto, no tiene precio... Es el olor más delicioso de todos los que he disfrutado en mi vida. No se olvida. Y además, todos esos restos desaparecen solos, la Naturaleza es sabia.

Y me hace mucha gracia, que aún hoy, cuando estoy recién duchada y alguno de mis hijos se engancha a la teta, suelen hacer una mueca de extrañeza, como si pensaran: "qué raro hueles". Me encanta, porque significa que me prefieren tal y como soy, sin artificios. Todos los días dedico un rato a olfatear a mis niños, lo hago de forma consciente, por el placer de olerlos y porque así me siento aún más conectada con ellos, lo que son y lo que soy.