domingo, 24 de abril de 2011

Hacia lo salvaje

Mis hijos son unos salvajes. Salvajes. Suena bien, o al menos a mí me lo parece; me suena a música, me huele a libertad, a contacto, a Naturaleza. Me gusta además porque ellos me recuerdan que yo también soy una salvaje, insalvablemente condicionada, eso sí, pero con la conciencia puesta en recuperar cada día algo de esa intuición original y genuina, perdida en algún momento de la infancia. Salvaje en esencia, así me siento cuando me encierro conmigo misma y me redescubro en cada pensamiento, en cada idea y en cada planteamiento.

Uno de mis libros favoritos se llama "Mujeres que corren con los lobos" de Clarissa Pinkola; es una lectura muy densa, muy potente, con mil mensajes que analizar y que me ayuda a perfilar el encuentro que toda mujer puede vivir con su ser salvaje, con la intuición femenina, entendida como algo poderoso y clarificador, ese algo en lo que confiar si te eres fiel, si te escuchas y te sigues... Dice Clarissa Pinkola que la intuición es el tesoro de la psique de la mujer, y que en la psique instintiva el cuerpo se considera un sensor. Me gusta esa descripción, la llevo incluso hacia terrenos mágicos, más allá de lo tangible.

Y en esta sociedad, en este momento concreto, "las mujeres tienen buenos motivos para rechazar los modelos psicológicos y físicos que ofenden al espíritu y cortan la relación con el alma salvaje". No se trata de rechazar lo bello por imagen, sino más bien de integrar todos los aspectos de belleza, forma y función. Si observamos con detenimiento, los ciclos están presentes en la vida, en la naturaleza, y en el espíritu también. Regresar con regularidad a los ciclos espirituales es reconectar con la individualidad, con la esencia salvaje. La máscara y los condicionantes con los que construimos nuestro personaje y con el que sobrevivimos, nos lo ponen muy difícil,  pero si queremos, se pueden retomar aquellos aspectos almacenados en algún rincón del subconsciente y asumir aquella sabiduría ancestral, que no es otra que la fuerza que nos lleva a perpetuarnos en el mundo.

Volviendo a mi pensamiento inicial: mis hijos son unos salvajes. Y deseo que lo sigan siendo, siempre que ellos quieran.

miércoles, 13 de abril de 2011

Desaprender y acariciar la libertad

Uno de los últimos libros que he leído es la obra de Elsa Punset "Brújula para navegantes emocionales". Es un ensayo escrito en un lenguaje directo, muy concreto y con planteamientos sencillos, que barre el mundo emocional desde la gestación hasta la edad adulta y precisamente el último capítulo ("El adulto libre: el desaprendizaje"), es el que más me ha llegado a nivel personal, porque me identifico con cada frase de la autora, me engancha en sensaciones conocidas y en cuestiones muy trabajadas en mi terapia: desaprender condicionantes y patrones establecidos (y ajenos), conocer y asumir el ego colectivo, llegar al verdadero yo y encontrar la senda de la verdadera libertad.

Por supuesto sigo en mi proceso inacabable de búsqueda personal, que evoluciona de forma sinusoidal, con sus crestas donde la intensidad se agudiza, y sus valles en los que reposa la conciencia y donde sedimentan las nuevas experiencias y aprendizajes fruto del des-aprendizaje. Siempre es así y ahora mismo creo haber comenzado una ascensión a un nuevo pico de cuestionamiento; en este momento, textos como éste me abren la mente aún más, porque me doy cuenta una vez más de lo grande que es el potencial que albergamos en nuestro interior.

Comienza el capítulo con esta frase: "Lo que se trae a la consciencia puede curarse o desprogramarse. Lo que se queda en el inconsciente nos ata sin remedio". Una potente premisa. Y que requiere además un trabajo de mantenimiento constante, de revisión, que nos obliga a cuestionarnos lo que ya fue replanteado y reconstruido en otro momento, aprender y desaprender las verdades tomadas de otros, siendo fiel a la esencia de cada cual, a los dictados propios. Algo muy difícil pero posible. Sólo así podemos llegar a ser libres. Dice Elsa Punset que "conocerse a sí mismo es imprescindible pero no suficiente", y que es importante mantener un equilibrio entre el mundo exterior y el interior.

Cuando el camino hacia la consciencia empieza, se asienta el dolor, no nos reconocemos más que en el personaje construido; después viene el cuestionamiento, que nace del interior como una mariposilla que revolotea alrededor, que no molesta, pero a la que cada vez prestas más atención. Por último, cuando nos enfrentamos a nosotros mismos, el cambio se da siempre que se mantenga la confianza en lo que encontramos, sabiendo que es muy fácil caer en la trampa de lo que fuimos, según los patrones que seguimos en el pasado porque pensábamos que así sobreviviríamos. Pero así no sólo sobrevivimos, sino que realmente vivimos nuestra vida con más autenticidad.

Desaprender es un proceso, no un destino.

lunes, 4 de abril de 2011

Mutilaciones genitales porque sí

Hoy me ha llegado un video a través de la red, en un artículo llamado "No es lo mismo parir que parir". Las diferencias entre un parto natural y uno instrumental en video. Es un documento muy revelador en sí mismo, porque evidencia de manera tan clara la diferencia entre ambas situaciones, que apenas hay que explicar nada. Pero sí me he parado a reflexionar un poco sobre un tema del que quería escribir hace tiempo y que por unas cosas o por otras lo he ido aparcando. Pero todo tiene su momento, y éste llegó ahora.

Nos escandalizamos (yo la primera) cuando leemos o escuchamos que por motivos religiosos, en determinadas culturas se practica la mutilación genital femenina. Es algo espantoso, sin duda. Y sin embargo, en ésta, nuestra sociedad "del progreso", donde todo se ha tecnificado tanto, y en la que hemos desoído nuestra verdadera naturaleza y condición de animales -racionales, aunque no lo parezca-, legitimamos lo que todos los días se practica de manera rutinaria en los hospitales del país. Hablo de la episiotomía, ese corte al que denominan "limpio" (¿quién cree lo de limpio?) y que se hace casi siempre porque sí, porque lo dice un protocolo obsoleto, inhumano y para más inri, denunciado por la OMS. Una vez más, el quid de la cuestión está en el tiempo.

No tenemos tiempo para nada, ni siquiera para parir a nuestros hijos según marque la fisiología del nacimiento. En los hospitales no respetuosos con este proceso, que a día de hoy, lamentablemente son la mayoría, se realizan alrededor de un 70% de episiotomías, siendo esta cifra muy variable, llegando al 90% en algunos centros. Da miedo. En Noruega, si no recuerdo mal, es de un 9%. Es evidente que algo es diferente. Lo peor para cualquier cosa es la falta de información, y en esto tan importante es fundamental. He llegado a escuchar por boca de una enfermera cómo justificaba su episiotomía porque es "estrecha de caderas". Partiendo de que seamos anchas o estrechas todas podemos parir, porque la pelvis se moviliza para dar paso al bebé, me pregunto: ¿Y qué tendría que ver la estrechez de caderas con el cortecito?... Muchas mujeres ignoran lo que la OMS y la evidencia científica dice al respecto.



Por eso, se siguen practicando mutilaciones genitales femeninas, consentidas, institucionalizadas y acalladas por las propias mujeres, porque nos lo vendieron en el pasado como algo "necesario por beneficioso". Nada más lejos.

He vivido dos partos. El primero fue el clásico hospitalario intervenido, no respetuoso, no sólo con mis necesidades y deseos, sino también con mis tiempos y los de mi bebé. Me cortaron la vagina. Sufrí las secuelas de la mutilación: puntos de sutura, dolor, tristeza... La matrona que lo llevó a cabo, me dijo que me había dado el tiempo que consideraba y que mi periné no distendía. Claro, por alguna extraña razón había prisa. ¿A cuánto tiempo se refiere como necesario?... En mi segundo parto, reinó la tranquilidad, estaba en mi casa, me dieron tiempo, todo el del mundo, el necesario, sin presiones, sin miradas, con la confianza puesta en mi cuerpo; mi segundo bebé nació y nadie me cortó, porque ni siquiera nadie me dirigía; no era necesario. ¿Mi periné estaba mal diseñado? No. Alrededor nuestro había una esfera de respeto que evitó, entre otras cosas, la dichosa tijerita.

Y mientras tanto, lo único que podemos hacer es informarnos y exigir que se respeten nuestros derechos e integridad.

Para más información pinchar aquí.