miércoles, 20 de julio de 2011

La suerte del molinero

Juan nació en 1929 en un pequeño pueblo de Guadalajara y una de las cosas que más le gustan hoy en día es recapitular anécdotas de su infancia, contar sus vivencias y hablar de su tierra. Y a mí, que me interesan especialmente ciertas épocas, inocentemente le pregunté, hace bien poco, si retenía en la memoria alguna historia relativa al golpe militar de julio del 36, a la guerra y a la huida de republicanos al monte. Gratamente me sorprendió la claridad del recuerdo que evocó, y me gustó mucho el entusiasmo con el que contaba tantas cosas, como si se hubiera abierto ante sus ojos la "caja de la reminiscencia".

La primera historia que me relató fue la del molinero del pueblo, cuyo nombre no recordaba. Tranquilamente me fue describiendo la escena: un abuelo y su nieto, pastoreando un día cualquiera de aquel fatídico 1936, tras el alzamiento y ocupación de la zona por los "nacionales". Ambos están empacando paja, y se acerca corriendo el molinero, desesperado y perseguido por unos cuantos falangistas que pretenden deternerle y quién sabe qué más. El delito del molinero es ser republicano, obviamente. Todo debe transcurrir en muy poco tiempo. El abuelo Domingo no duda un instante y le ofrece su ayuda, se arriesga por él, y entiendo que en ese momento es consciente de que el destino de aquel hombre está en sus manos; no sé si sopesó los riesgos, pero lo cierto es que de forma inmediata, le cobija bajo un montón de paja.

Así, al rato, los "agentes" que le iban siguiendo los pasos, se topan con Domingo y su nieto Juan.

- ¿Vió Usted a alguien pasar por aquí?

- No, nadie... - se hace una pausa.- El caso es que ahora que lo dice, no me pregunte si fue persona o animal, pero algo ví correr por allí.- El abuelo señala en una dirección, posible y perfectamente creíble y así los falangistas le creen y se van. Ha sido fácil.

Contemplando la escena hay un niño de 7 años con la mirada asustada, y más allá de las interpretaciones que pueda hacer de la guerra y de la violencia, hay algo que supo entender: el silencio en aquel momento era vital para el molinero. Juan me contaba que su abuelo le había dicho algo así como que le cortaba la lengua si abría la boca. Una amenaza muy grande para alguien tan pequeño, en un momento de tensión extrema; pero yo prefiero pensar que Juan pudo captar sin problema lo que estaba sucediendo.

Aquel molinero pudo escapar en aquella ocasión. Desconozco el resto de su aventura, pero sin duda, la trama es muy estremecedora en sí misma, pues pone de manifiesto la solidaridad de Domingo y la complicidad y confianza en su nieto Juan.

Muchas más anécdotas me ha contado Juan, pero eso lo dejo para otras ocasiones.


2 comentarios:

  1. ...Y Juan, ese nieto alcarreño, tuvo a su vez un nieto, al que (como a todos los niños) le gustaba escuchar cuentos antes de dormirse. Ésta historia y otras tan reales como ésta eran "los cuentos" que a Juan le pedía su nieto y que tanto le gustaba escuchar. Acaban de venirme a la memoria un montón de recuerdos felices de esas noches. Muchas gracias, Sonia.
    El nieto de Juan.

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  2. Sonia, me encantan esas historias y dan una de pistas...

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