domingo, 9 de enero de 2011

Los regalos más valiosos

Guardo como un auténtico tesoro en mi memoria el recuerdo de aquellas primeras miradas voluntarias que me dedicaba Álvaro mientras mamaba. Me refiero a aquellas con las que empezaba su particular forma de comunicación más allá de la simple cercanía a través de los constantes brazos, aquellas que decían tantas cosas sin palabras de por medio, las que cruzamos con tanta dulzura... y de todas ellas, hay una muy especial que jamás olvidaré por muchos años que transcurran. Hay momentos en la vida que se quedan grabados a fuego, y ese fue uno de ellos.

Fue una mirada intensa, cargada de mensaje, mezcla de tranquilidad, seguridad, confianza, pero por encima de todo, cargadita de amor. Duró unos segundos y jamás podré olvidar la serenidad que me transmitió mi bebé en un instante. Es digno de revivir. Hoy Álvaro tiene casi 3 años y aún puedo percibir esos aromas que me regalaba, ese tacto inigualable...

Y esta misma mañana, vuelvo a sentir que los hijos nos obsequian cada día y a cada momento con detalles de un valor incalculable, y que es importantísimo ser consciente siempre de sus mensajes sutiles, sensibles y llenos de sentido. Gael tiene ya más de 2 meses y hoy me ha dedicado una mirada cómplice mientras mamaba, acompañándola de la más sincera de las sonrisas que me ha llevado a otro momento, a otro plano de la existencia, me ha hecho saltar las lágrimas y me ha hecho reflexionar una vez más acerca de la profundidad que puede llegar a alcanzar la maternidad, si nos dejamos llevar por todo el mar de sensaciones, constantemente, sin convenciones, con el alma desnuda.

Esto del puerperio es realmente tan enriquecedor como una permita que lo sea. La clave está en descifrar los mensajes mutuos y para ello, nada mejor que volver a los orígenes y fusionarnos de verdad con el bebé. Ellos lo hacen de maravilla, y nosotras podemos.

sábado, 8 de enero de 2011

Nosotros, los depredadores de la cría humana

Reproduzco aquí uno de los textos, para mí básicos, de Laura Gutman:

Las lobas, las perras, las gatas, las vacas, las focas, las elefantas, las leonas, las gorilas, las ovejas, las ballenas,  las yeguas, las monas, las jirafas, las zorras y las humanas tenemos algo en común: el instinto de proteger nuestra cría.

Sin embargo somos especialmente sensibles si algo se interpone entre nosotras y nuestros cachorros después del parto: por ejemplo, si alguien toca a uno de ellos impregnándolos de un olor ajeno, perdemos el olfato que los hace absolutamente reconocibles como propios.  Si permanecen  alejados del cuerpo materno, vamos perdiendo la urgente necesidad de cobijarlos.

Cada especie de mamíferos tiene un tiempo diferente de evolución hacia la autonomía. En reglas generales, podemos hablar de autonomía cuando la criatura está en condiciones de procurarse alimento por sus propios medios y cuando puede sobrevivir prodigándose cuidados a sí mismo sin depender de la madre. En muchos casos va a necesitar de la manada como ámbito de vida, y es la manada que va a funcionar también como protectora contra los depredadores de otras especies o de la propia.

Entre los humanos del mundo “civilizado”, pasa algo raro: Las hembras humanas no desarrollamos nuestro instinto materno de cuidado y protección, porque  una vez producido el parto, tenemos prohibido oler a nuestros hijos, que son rápidamente bañados, cepillados y perfumados antes de que nos los devuelvan a nuestros brazos. Perdemos un sutil eslabón del apego con nuestros cachorros. Luego raramente estaremos bien acompañadas para que afloren nuestros instintos más arcaicos, difícilmente lograremos amamantarlos, -cosa que todas las demás mamíferas logran siempre y cuando no hayan parido en cautiverio-, muy pocas veces permaneceremos desnudas para reconocernos, y seguiremos reglas fijas ya sean filosóficas, culturales, religiosas o morales que terminarán por enterrar todo vestigio de humanidad. Si es que a esta altura podemos llamarla como tal.

El niño sobrevivirá. Cumplirá un año, dos, o tres. Seguiremos nuestras reglas en lugar de seguir nuestros instintos. Estimularemos a los niños para que se conviertan velozmente en personas autónomas. Los abandonaremos muchas horas por día. Los castigaremos. Nos enfadaremos. Visitaremos especialistas para quejarnos sobre cómo nos han defraudado estos niños que no son tan buenos como esperábamos.

A esa altura sentimos que estos niños no nos pertenecen. Esperamos que se arreglen solos, que duerman solos, que coman solos, que jueguen solos, que controlen sus esfínteres, que crezcan solos y que no molesten. Hemos dejado de “oler” eso que les sucede. No hemos aprendido el idioma de los bebés, no sabemos interpretar ni traducir lo que les pasa. Cuando estamos ausentes, o incluso cuando estamos cerca -con tal de estar tranquilos-  los dejamos completamente expuestos. Entonces puede aparecer el más feroz de los lobos feroces. Ya que en realidad somos nosotros, sus más temibles depredadores

Laura Gutman

Laura Gutman es terapeuta familiar y escritora.Lleva publicados varios libros sobre maternidad, paternidad, vínculos primarios, desamparo emocional, adicciones, violencia y metodologías para acompañar procesos de indagación personal.

miércoles, 5 de enero de 2011

Colecho, (in)cultura y prejuicios

Acabo de terminar el primer libro en castellano que habla del colecho, de forma sencilla y directa, pero basado en un riguroso compendio de estudios; en concreto, alude a 72 referencias bibliográficas. Me pregunto en qué momento y de qué manera comienzan a influir tanto los condicionantes culturales en el mundo occidental para condenar una práctica, por un lado tan extendida como natural y por otro, tan recomendable desde el punto de vista científico. Es pues un tema tan controvertido por desconocido, que creo es digno de ser comentado. El libro en cuestión es "Dormir con tu bebé. Una guía para padres sobre el colecho" del experto en sueño, el Dr. James J. McKenna y editado por Crianza Natural.

La presentación de esta edición corre a cargo del Dr. Carlos González, que comienza así:


Hace ya más de un siglo, a alguien se le ocurrió prohibir a los padres dormir con sus hijos, y más tarde otros les prohibieron dormir cerca de sus hijos. "Dormir", que en boca de las madres había sido un verbo transitivo ("Voy a dormir al bebé"). se convirtió en intransitivo: el bebé tenía que dormir solo.
Innumerables padres e hijos han sufrido por ese prejuicio. Unos se han visto reducidos al llanto y la soledad. Otros, muchos más de los que se piensa, han dormido juntos a escondidas, sintiéndose culpables, soportando acerbas críticas o mintiendo para no tener que soportarlas. Especialmente desde que, hace unas décadas, una nueva hornada de libros divulgó la idea de que los bebés a los que no se "enseña" a dormir solos desde muy corta edad tendrán "problemas de sueño" todo el resto de su vida.
He conocido, como padre, los temores e incertidumbres que produce el choque entre los prejuicios y la realidad... Por suerte, también había conocido, como hijo, la cama de mis padres: la paz, el calor, la completa seguridad. Tal vez fue ese recuerdo que me permitió redescubrir la paz, el calor y la completa seguridad de dormir con mis hijos....

Somos muchos los que nos sentimos identificados con estas palabras de Carlos González, y con aquellas que comentan otros autores acerca de esta obra. Entre ellos están Rosa Jové, Meredith Small, Peter Fleming y Willian Sears.

Diversos estudios antropológicos y los llevados a cabo por el equipo del Dr. McKenna, muestran que el Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (SMSL) es prácticamente inexistente en otras culturas. Se sabe que tiene una relación directa con el tabaquismo de los padres. Además, el riesgo de SMSL se duplica en aquellos niños que duermen solos con respecto a los que duemen con sus padres.

Lo que me lleva a preguntarme de nuevo por qué se demoniza tanto una práctica tan agradable como recomendable para ambas partes. En Japón, por ejemplo, es algo que no se cuestiona; simplemente es impensable dejar dormir solo a un bebé. Los hijos duermen con los padres muchos años y eso no supone ningún problema de desarrollo ni de independencia, pues al contrario de lo que se cree, estos niños en el futuro son más independientes, en contraposición a la autonomía contra reloj y anti natura que pretendemos inculcarles dejándoles solos durante horas, entre otras cosas. De hecho, el resultado arrojado por una encuesta entre individuos en edad universitaria, muestra que "aquellos que durmieron con sus padres desde el nacimiento hasta los 5 años, gozaban de una autoestima significativamente mayor, experimentaban menos sentimientos de culpa y ansiedad". No es moco de pavo, no. Además, añade: "El colecho es parte de un entorno de amor y apoyo que los padres crean para sus hijos, y este entorno, a su vez, les proporciona la confianza para convertirse en adultos sociales, felices y cariñosos".