El pasado 27 de septiembre, Laura Gutman, dentro de su gira por España, ofreció una conferencia en Madrid, bajo el título “Nuestras infancias reflejadas”, a la que acudí con unas ganas locas de por fin escuchar a quien tanto había leído, releído e interpretado. Fueron tres horas que transcurrieron deprisa, con una audiencia entusiasta y entregada, con perfiles muy similares, algunos bebés con sus madres, o sea, muy en la línea de lo que esperaba.
No pretendo hacer un resumen técnico de todo lo que en ese (escaso) espacio de tiempo se expuso, no hay más que leer alguno de sus libros para hacerse una idea de la línea de pensamiento y trabajo de esta terapeuta familiar, de lo que significa la vivencia de la infancia, la influencia tan grande que tiene en el adulto que somos, lo que es la construcción del personaje o del yo engañado y otras muchas consideraciones, bajo mi punto de vista, muy interesantes y que dan para profundizar todo lo que uno quiera.
Más bien me gustaría resaltar aquello que más me tocó en lo profundo, anoté y reconsideré como una segunda parte de mi búsqueda. Digo “reconsideré”, porque habiendo leído varias veces todo el material publicado por ella, se me removieron cosas sin querer, que ya había tenido ocasión de trabajar en mi terapia. Pude ver entonces que el trabajo surtió efecto, me sentí en total conexión con todo lo que surgió en el encuentro, con la interacción de la audiencia, con el ambiente que se respiraba… Y además estaba Susana, mi matrona, todo un lujo, justo en este preciso momento. Destacaré en negrita las premisas de la ponencia.
Comenzó la exposición con el principio de la vida. Somos concebidos y vivimos en el útero de nuestras madres, con todo lo que necesitamos, no nos falta nada… y en el momento del nacimiento, que en demasiados casos se da en un ambiente frío y lejos de lo realmente necesario, pasamos a la vida extrauterina; en cualquier caso, lo único que esperamos como crías humanas es permanecer en un único sitio, clave para nuestra supervivencia, grabado a fuego en nuestro instinto más arraigado: los brazos de nuestra madre. Pero aquí aparece el primer problema: los condicionamientos y prejuicios del mundo occidental, que desconfía de lo más sencillo y natural y se atreve a establecer normas y reglas acerca de “cómo criar a los hijos”, en lugar de dejar actuar a cada madre, padre y familia según dicten su instinto y su corazón, sin tantos consejos mediatizados, llenos de incoherencias muchas veces, de unos y otros. Básicamente esta “incultura” sostiene que los bebés son seres sin emociones, con unas necesidades físicas básicas y que muchos creen solucionar con alimento cada tres horas, mantener los pañales limpios y abandonar al bebé en una cuna en la oscuridad, una cuna llena de bordados lindísimos (o no), pero ajenos a lo que realmente quiere ese pequeño. A él todo eso no le importa lo más mínimo porque lo que necesita DE VERDAD es estar en el regazo de su madre, necesita mamar a demanda, no con relojes ni pautas absurdas e inventadas por no se sabe quién, algo estúpido y sin sentido pero muy popular y además necesita estar encima de su madre en movimiento, como cuando vivía intra útero. Es pura biología. No hay más que observar cómo funcionan otros mamíferos con sus cachorros, o más fácil todavía, otras culturas más pacíficas, que las hay, del planeta.
Aquí empieza el desamparo. Este es el principio de la historia. Así es como el bebé, luego niño, y luego adulto, comienza a forjar su personaje, de tal manera que se compense aquello que no recibió. Etiquetamos a los niños desde sus primeros días como “buenos”, “rebeldes”, “malos” (ésta me chirría especialmente) “llorones”, “demandantes”, cuando el problema lo tenemos nosotros, nuestro niño interno, que a su vez no obtuvo lo que necesitó y pidió, no se sintió amparado para sentirse después fuerte y seguro y no tener que recurrir a la renuncia del ser esencial para sobrevivir y recibir la atención que de forma directa reclamaba desde sus inicios. En función de las etiquetas que le pongamos al niño, se creará el personaje.
Y como dije en mi primera entrada, una cosa es la vivencia personal y otra lo que no ha sido nombrado, que se relega a la sombra, y por tanto no existe para la conciencia, aunque perdura en el subconsciente y termina aflorando a lo largo de nuestra vida, en forma de crisis vital o depresión…
La charla prosiguió con una descripción de diferentes tipos de personajes y el denominador común de todos ellos es: demanda de amor, demanda de mamá. Cuando la demanda no se satisface, nos hacemos mayores y nos comportamos de manera que necesitamos desesperadamente lo que no obtuvimos en su día, pero en realidad no lo sabemos; de ahí pueden derivar los comportamientos adictivos, no necesariamente se refiere a hábitos tóxicos, problemas de anorexia, bulimia, etc. Sin entrar demasiado en el tema, se trataría de traducir lo que inconscientemente anhelamos en algo más tangible, quizá consumista o de cualquier otra índole. Darse cuenta del personaje de cada uno es muy duro, requiere mucha introspección y muchos pasan por la vida y se mueren con su personaje a cuestas, con lo que concluyó que no importa el nivel de desamparo, sino que lo que importa es la búsqueda personal para entenderlo, darle nombre, tomar conciencia de ello. Por eso es tan importante deber mirada al niño continuamente, porque cuando realmente hay mirada, el personaje no se consolida tanto; al crecer, ese mismo niño puede ver el mundo con otros ojos, no sólo bajo su prisma, sino que lo puede hacer poniéndose en el lugar de los demás. Tendrá una vida más plena, o al menos más unida a su ser esencial; aunque haya construido su personaje, siempre estará alerta y lo identificará cuando se dispare el automatismo. Si además sus padres se cuestionan las cosas y se autoexploran, será mucho más fácil su propia búsqueda.
En cuanto al modelo terapéutico que sigue la escuela de Laura Gutman, es muy importante la construcción de la biografía humana, que no siempre es fácil de dilucidar, pues lo que no se nombró, lo que pasó a la sombra, lo olvidamos como mecanismo de defensa. Pero en algún momento sale lo no nombrado, porque nadie descubre por sorpresa lo que en el fondo ya sabía.
Me quedo sobre todo con el mensaje final: no sólo importa si el estilo de crianza que deseas llevar a cabo se basa en el apego; es fundamental la sombra, poder verla y trabajarla. Si no lo hacemos, nuestro niño interno seguirá requiriendo atención y su trozo del pastel. Por eso pienso que es tan importante iniciar una búsqueda genuina y honestamente creo que ha sido de las cosas más duras pero provechosas que he podido hacer en mi vida, que me ha servido para entender los “para qué”. Vamos al terapeuta con 30,40, 50, 60 años por un motivo concreto y la realidad es que lo que terminas encontrando nada tenía que ver con la razón de la consulta. Eso es la búsqueda personal…
Y no estamos tan solos… el lunes éramos cien personas con pensamientos comunes, un número ridículo frente a la población de Madrid, pero a mí me gustó estar entre bichos raros como yo.
Yo voy a asistir en Febrero y estoy emocionada con la idea!!!
ResponderEliminarAcabo de leer este post "viejito"...que bien resumís lo que transmite Laura. Estuve en un seminario similar el sábado (en Rosario, Argentina) y creo que me llegó en el momento justo.
ResponderEliminarY no, no estamos solas!! :)