Tenía unos 19 años cuando leí por vez primera la Carta del Indio Seattle de la tribu de los Swamish, enviada al Presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce, en 1855. En aquel momento me impresionó tanto, que la leí docenas de veces. Conecté enseguida con aquello que el Jefe Swamish narraba. Me llegó muy dentro la resignación con la que explicaba cómo la toma de las tierras por el hombre blanco traería consecuencias nefastas para la Naturaleza, para su pueblo y para el hombre en general. La sabiduría de estas tribus hace que este mensaje sea absolutamente visionario en el contexto de su época y hoy vemos cumplido, paso a paso, todo lo que vaticinaba.
Desde entonces, he sentido debilidad por los indios de América del Norte. Ya de niña no me gustaban las películas de indios y vaqueros; ahí empezaba a darme cuenta de que las historias se contaban sesgadas y de que algo injusto ocurría. Yo estaba del lado de los indios; mi madre siempre me ha dicho que he sido "abogada de pleitos pobres"; ni qué decir tiene que no entendía por qué me llamaba algo tan complicado, y ahora que ya lo entiendo, me gusta pensar que fui así siempre.
Por eso cuando leí la carta, lo integré y comprendí todo. Algo me hacía sentir como una india. Y entonces, comencé a investigar sobre las diferentes tribus, sus costumbres de vida, sus valores, me aboné a las plumas en las orejas y a los chalecos de flecos... Quería saber más y entonces conocí más tarde el chamanismo; me atrapó su relación con la filosofía e intentaba aplicar parte de sus principios a mi vida cotidiana, cosa casi imposible dicho sea de paso. Era una utopía en aquel momento viajar a América y descubrir otras culturas basadas en el respeto a lo humano y lo sobrehumano.
Años más tarde, aprovechando uno de mis viajes de trabajo a Estados Unidos, me tomé unos días de vacaciones y me aventuré por Arizona, conocí el Grand Canyon y Monument Valley, lo que antaño fue territorio Navajo, donde John Ford rodó muchas de sus películas. Al margen de la espectacularidad de esos paisajes, se me cayó el mundo encima.
Monument Valley, territorio Navajo |
Lo que debió haber sido un paraíso natural y en equilibrio con el hombre, el hogar de los Navajos es hoy en día una reserva donde los indios que quedan viven condicionados por la occidentalización impuesta durante tantos años. Lo más triste de todo fue comprobar que muchos de ellos se refugiaban en el alcohol, así eran sus vidas robadas. No supe ni pude olfatear rastro alguno de la esencia de ese pueblo, que yo había imaginado en armonía con la Naturaleza.
Tanto el libro como la película "Bailando con lobos" me emocionan porque cuentan la vivencia de un hombre moldeado según patrones occidentales, pero capaz de conectar con algo diferente, más allá del poder y la ambición ilimitada de una ¿civilización? que tiene en desconsideración absoluta a la Tierra y los hombres y desoye las leyes naturales. Quedan pocos refugios auténticos en el mundo y parece que involucionamos sin remedio, pero me niego a rendirme y entrar en la resignación del que cree no poder hacer nada. Podemos hacerlo, por ejemplo, empezando por uno mismo.
Sonia, participo completamente de lo que cuentas: yo siempre estaba del lado indio y creo que ahora aún lo soy más. Está claro que la historia la cuentan los ganadores y el relato que llega no es del todo cierto.
ResponderEliminarTengo en casa un indio de unos 30 cm de alto, algo que ví un día hace mucho tiempo en un lugar y pensé que me gustaría que me acompañase.. para mí es Caballo Loco (Crazy Horse en inglés), el indio que redujo al General Custer en Little Big Horn en 1876 y que no aceptó las condiciones americanas de vivir en reservas.
Lo curioso es que en tan poco tiempo (algo más de 100 años) el pueblo americano hay sido capaz de fulminar una cultura tan milenaria como los indios, le quedará al ser humano un siglo de vida?? Da que pensar...
Sonia, que profunda eres!!Hace mucho tiempo que leí esa carta, casi ni la recuerdo, ni recordaba haberla leído...
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