miércoles, 1 de junio de 2011

Me gusta olfatear

Siempre he tenido el olfato muy desarrollado; eso, o lo he explotado más que ningún otro sentido. De hecho, y sin darme cuenta, cada vez que tengo algo entre las manos, tiendo a llevarlo a la nariz inconscientemente y me dejo guiar por las sensaciones que me produce el olor que desprende. Esto no creo que sea una manía, sino más bien una herramienta que tenemos los animales rastreadores, que nos facilita la supervivencia, nos ayuda a situarnos en el hábitat y además lo necesitamos para reconocer a nuestras crías y nuestras crías a sus madres.

Reconocerse por el olfato es sumamente interesante y gratificante al mismo tiempo. Así sucede en uno de los momentos más importantes de la vida de las personas, el periodo inmediatamente posterior al nacimiento. Es fundamental que madre y cachorro se huelan mutuamente, se (re)conozcan, intercambien su primera mirada, la que marcará la impronta del vínculo, la que enamora a ambos, el uno del otro y que esa primera impresión olorosa impregne no sólo el olfato, sino también los cuerpos enteros, haciéndoles uno, permaneciendo así un tiempo. Para un bebé que acaba de nacer, éste es un punto importantísimo, que facilitará la lactancia, y el sentirse acogido como en un continuum, en un espacio diferente al útero que le albergaba, pero con la misma esencia que conoce.


Personalmente, no uso perfumes ni aromas artificiales sobre mi piel. Y menos desde que fui madre por primera vez. Nadie me lo dijo. Simplemente me salió de dentro pensar que quería que mi cría me reconociese y no me "rechazara" por desconocer mi olor. Para cualquier madre de cualquier especie de mamíferos, es impensable separarse de su cría, y sin embargo, los humanos nos atrevemos a poner en riesgo nuestros instintos más arcaicos. Tanto es así, que en los centros hospitalarios, no sólo se separa a la madre de su hijo, sino que hay una especie de regla no escrita que dice que hay que bañar a los recién nacidos, ignorando la importancia del olfateo mutuo. Me pasó la primera vez, la segunda no.

Parir a tu hijo y permanecer desnudos los dos durante días, piel con piel, olisqueando todo, recreándote en los fluidos derramados donde aún hay restos del alma entera que pusiste en juego durante el trabajo de parto, no tiene precio... Es el olor más delicioso de todos los que he disfrutado en mi vida. No se olvida. Y además, todos esos restos desaparecen solos, la Naturaleza es sabia.

Y me hace mucha gracia, que aún hoy, cuando estoy recién duchada y alguno de mis hijos se engancha a la teta, suelen hacer una mueca de extrañeza, como si pensaran: "qué raro hueles". Me encanta, porque significa que me prefieren tal y como soy, sin artificios. Todos los días dedico un rato a olfatear a mis niños, lo hago de forma consciente, por el placer de olerlos y porque así me siento aún más conectada con ellos, lo que son y lo que soy.

2 comentarios:

  1. Que maravilla Sonia...Por eso me paso el dia, olisqueando los rizos de mi lucero.

    Un beso

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  2. Síiii. A Catu le huele el alientito todavía con esa acidez maravillosa de la leche materna, tan puro...

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